La invasión de los Estados Unidos a Cuba en 1898, cuando estaba en Nueva York, le abrió los ojos a Manuel Ugarte y lo hizo olvidar para siempre sus aventuras de joven argentino rico en París.
De nuevo en la Argentina se afilió al partido socialista. En 1904, enviado por el partido al congreso de la Segunda Internacional en Amsterdam, advirtió cómo "socialistas" europeos burocratizados defendían el colonialismo de sus países en el resto del mundo con el argumento de que favorecía el "desarrollo" de las regiones colonizadas.
"El Peligro Yanqui", ante la constatación, nueva entonces para él, de que los Estados Unidos se habían quedado con la mitad de México, y "La Defensa Latina" ante la certeza de que la codicia de territorio y todas las demás codicias caerían sobre nuestro continente como sobre Cuba, fueron sus primeros escritos después de "Paisajes Parisienses", donde describe su vida en París, sus dulces amores con chicas francesas, pero también el entusiasmo que le despertó Jean Jaurés.
Ugarte, un argentino casi desconocido y una de las personalidades más claras y notables de nuestro país, dedicó su vida a advertir sobre la necesidad de unión de los pueblos de Nuestra América y la sintetizó en su proyecto de los Estados Unidos del Sur, nunca concretado, nunca olvidado, siempre posible.
Cuando regresó a la Argentina, la prensa oficial, que era poco más que la prensa de los ganaderos y los frigoríficos, lo recibió como un traidor tras conocer copia de sus intervenciones en el congreso de la segunda internacional: "Ha presentado a la Argentina como país atrasado en el cual la vida del trabajador es penosa por falta de libertad y protección del estado. La actitud de Ugarte no puede ser más antipatriótica”. La interpretación de Ugarte en tiempos de las vacas gordas no se aceptaba en el país de los abogados de compañías inglesas y de estancieros.
En otro congreso de la Segunda Internacional al que asistió luego, en Stuttgart, el delegado holandés Henri Van Kol, dijo: "En circunstancias determinadas, la política colonial puede ser obra de civilización". Las "circunstancias" aludidas estaban dadas, los países de Europa se preparaban para la primera guerra mundial con socialistas en las trincheras ideológicas porque por más obreros que fueran no querían quedar afuera del reparto del mundo que vendría.
Como consecuencia, Ugarte propuso sus tesis sobre el patriotismo: claramente diferente si se trata de un país imperialista o de un país oprimido por el imperio, como ocurría con los países de Nuestra América.
Para Ugarte el socialismo en Nuestra América debía tener un carácter nacional que opusiera resistencia al imperialismo anglosajón. Este punto ya marcaba diferencias notables con el socialismo de Juan B. Justo. "La Vanguardia", el órgano oficial del partido, lo atacó poniéndose de parte de los imperialistas y de los ganaderos, como se deducía de la "Teoría y práctica de la historia", libro que Justo publicó en 1909, donde defendía el librecambio y el carácter civilizador del imperialismo.
Con referencia transparente a Ugarte, La Vanguardia dijo por entonces: "Muchos han venido agitando la opinión del peligro yanqui. Pero los pueblos no los han escuchado... Y si la propaganda alarmista no encuentra eco en ellos debe ser porque el peligro no existe". "Tenemos motivos para creer que la intervención o conquista de las repúblicas de Centroamérica por los Estados Unidos puede ser de beneficios positivos para el adelanto de las mismas".
En Teoría y práctica de la historia, Justo marcaba los límites de la indignación tolerable: "no nos indignamos demasiado porque los ingleses exterminen algunas tribus del Africa Central.
¿Puede reprocharse a los europeos su penetración en África porque vaya acompañada de crueldades?". Justo, que era italiano, dudaba de "nuestra civilización" de la que Italia había sido la cuna y de la que derivaba la anglosajona que tanto admiraba. Si Cuba abrió los ojos de Ugarte, mantuvo cerrados los de Justo: "Apenas libres del gobierno español, los cubanos riñeron entre sí hasta que ha ido un general norteamericano a poner orden y mantener en paz a esos hombres de otra lengua y otra raza. Dudemos, pues, de nuestra civilización".
Pasa luego en el mismo libro a justificar la mutilación de México con el argumento del "desarrollo de las fuerzas productivas". Al contrario de lo que creía Justo, el imperialismo no desarrolla fuerzas productivas sino mantiene la dependencia y la miseria, extranjeriza, coloniza y extiende la barbarie con la técnica y los buenos negocios para minorías ínfimas.
Es difícil creer que los que afirmaban estas cosas fueran socialistas, pero hoy mismo tenemos gobiernos como los de Zapatero, tuvimos otros como los de Tony Blair y Michelle Bachelet que eran defensores del orden imperial más ardientes que los propios directivos de las multinacionales y mandaderos eficientes.
Por esos días, en Niza donde estaba por razones de salud, Ugarte pensaba ante todo en las tradiciones revolucionarias de Nuestra América. Antes que nadie pudo establecer el carácter destructivo del imperialismo para la América Ibérica, y también vislumbró tempranamente la condición reaccionaria y cómplice de las oligarquías que el capital internacional permite prosperar en cada colonia. La conclusión de su ensayo sobre "El porvenir de la América Española" era otra vez que solo la unidad de los pueblos del sur les permitiría enfrentar un poder contra el que separados no tenían oportunidad.
Después de publicar El porvenir de América Latina, Ugarte hizo una gira por México, Centroamérica y el Caribe. En Cuba vio cómo la oligarquía era favorable al imperio, por una cuestión de intereses comunes, pero el pueblo rechazaba a los "gringos". En el México de la revolución no conseguía donde dar una conferencia porque los empresarios se negaban a alquilarle sus locales. Pudo hacerlo desde el balcón de un hotel ante estudiantes movilizados por la noticia de que el gobierno pensaba prohibirlo.
En Guatemala le informaron que podía hablar de literatura, pero no criticar a los Estados Unidos debido a que esperaban la llegada de un funcionario norteamericano. En El Salvador lo declararon persona no grata, debido a la presencia del mismo funcionario.
Cuando el yanqui se fue, el gobierno salvadoreño lo permitió pero cuando se enteró que el tema era "América Latina ante el imperialismo" lo prohibió en redondo. Hubo manifestaciones obreras y estudiantiles a favor de Ugarte, que por entonces no tenía partido ni patrocinador ni fuerza que no fuera la de sus ideas. Finalmente pudo hablar en la Federación Obrera.
Nicaragua estaba entonces en manos del imperialismo norteamericano, lo que provocó luego la reacción de Augusto César Sandino. "El general Sandino ha puesto en acción el pensamiento que yo defiendo desde hace veinte años”, dijo cuando conoció la lucha del nicaragüense contra la humillación de su país.
Sandino le contestó con gran lealtad y plena conciencia: "Su nombre, señor Ugarte, hace mucho tiempo que es familiar entre nosotros y sus escritos por uno u otro motivo siempre nos llegan y nos han servido de estímulo en nuestra gran jornada libertaria de siete años, que apenas son las preliminares de la gran batalla espiritual, moral y material que Indoamérica, por su independencia, tiene que empeñar contra sus tutores Doña Monroe y el Tío Sam, y probarles que nuestros pueblos han llegado a su mayoría de edad".
Cuando leía estas palabras, que le habrán servido de estímulo y consuelo, Ugarte procuraba vender su casa en Niza y las joyas de su mujer Teresa para subsistir, porque estaba agobiado por las deudas.
La aduana de Nicaragua estaba controlada por funcionarios yanquis y los puertos habían sido bombardeados por los marines. En la patria de Rubén Darío, al que había conocido en París y que lo había iniciado en el modernismo literario, la policía le negó el ingreso al país.
A través de los obreros portuarios, que por la confiscación de la aduana y los bombardeos de los marines tenían del "peligro yanqui" una idea mucho más acertada que La Vanguardia de Buenos Aires, Ugarte hizo llegar su mensaje a los nicaragüenses, síntesis de su gira y casi un programa para justificar la resistencia y exponer las consecuencias del colonialismo: "Al cerrar la puertas del país al escritor de la misma raza que habla la misma lengua y que defiende los intereses comunes de los latinos del Nuevo Mundo, después de haber recibido poco menos que de rodillas al representante de la nación conquistadora, el gobierno ha puesto en evidencia los compromisos que lo ligan con el extranjero".
En Venezuela, Colombia, Perú y Ecuador fue recibido luego por multitudes y pudo hablar sin problemas, pero no en Chile, donde los conservadores le habían creado un clima hostil. De regreso a la Argentina, La Vanguardia volvió sobre sus temas preferidos: "viene empapado de barbarie, pueblos de escasa cultura, países de rudimentaria civilización...".
El partido socialista lo expulsó de sus filas argumentando que había intentado batirse a duelo, lo que era apenas un pretexto insignificante. La verdadera razón eran las diferencias ideológicas, que Ugarte resaltó en una nota que le envió como respuesta a la expulsión.
Ugarte creó en 1914 la "Asociación latinoamericana" contra la intervención norteamericana en México. La asociación denunció la actividad del imperialismo en Latinoamérica, cuando todo parecía marchar viento en popa gracias a las exportaciones en uno de los países más prósperos del mundo, como todavía lamentan hoy los políticos argentinos y nos invitan a recuperar aquellos momentos y a imitar a aquellos padres de la patria, para lo que necesitan que Ugarte siga olvidado.
En 1915 Ugarte fundó el periódico La Patria con el propósito de defender la industria nacional, combatir los monopolios, oponerse al imperialismo y bregar por una reforma cultural. Desde el periódico comenzó a denunciar al imperialismo británico y a advertir que la Argentina se había constituido en una semicolonia de Inglaterra, el "sexto dominio de Su Majestad Británica". La Patria denunció las actitudes agresivas de Inglaterra y la función lesiva para nuestro país que desempeñaba el ferrocarril en manos inglesas. Este tema sería retomado luego por Raúl Scalabrini Ortiz en la "Historia de los ferrocarriles argentinos", donde muestra cómo el trazado de la red férrea y las tarifas preferenciales fueron desangrando al interior en beneficio de Inglaterra ante todo y de su delegado en la Argentina, Buenos Aires, en segundo lugar.
Las denuncias de Ugarte se comprobaron una a una con los años, pero entonces nadie creía en ellas. Hoy las silbamos de memoria, pero él fue el primero que las expuso después de haberlas descubierto.
Tres compañeros políticos iniciales de Ugarte, Ricardo Rojas, Leopoldo Lugones y Alfredo Palacios, se sumaron a los reclamos para que la Argentina entre en la primera guerra mundial, en la que no tenía arte ni parte. Todos ellos manejaban bien la ideología de "civilización y barbarie" con que Sarmiento quiso ultrajar a criollos e indígenas, y decían que la "dulce Francia" y la "noble Inglaterra" respondían a la agresión del "bárbaro teutón", sin tener para nada en cuenta los datos de la realidad.
Pero Yrigoyen, que estaba en el poder, no permitió la entrada en la guerra en una actitud que Ugarte respaldó firmemente. Como consecuencia, sufrió tremendos ataques de la prensa y de sus ex aliados socialistas y perdió popularidad entre los estudiantes.
Estaba en España, en la pobreza, cuando se produjo el triunfo del peronismo, en el que vio una oportunidad de cambio, sobre todo después de la década infame. Perón lo designó embajador en México, luego en Nicaragua y en Cuba. Finalmente renunció por diferencias con el canciller. Murió en Niza el 2 de diciembre de 1951. Sus restos fueron repatriados en 1954 y descansan en Buenos Aires
Al término de la gira que mencionamos, Ugarte viajó a Montevideo, donde rindió homenaje a Artigas en momentos en que nadie discutía la versión "sacromitrista" de la historia, por la que Artigas era un bárbaro montonero, anarquista y ladrón de ganado. Y no solo en la Argentina sino también en el Uruguay.
En 1910, hace un siglo, y casi un siglo después de sus hazañas, Artigas estaba estigmatizado como "bárbaro" y los proyectos de Bolívar convertidos en objeto de estudio de eruditos que adoctrinaban contra el nacionalismo americano si pretendía enfrentar a los imperios. Ambos podían considerarse "muertos" ya que solo la ideología imperial se hacía ver con numerosas variantes. La historia de Sudamérica había sido reemplazada por la de 20 republiquetas que cada una por sí eran incomprensibles. En la Argentina, Rivadavia era el "padre de la Patria", aunque ya San Martín le disputaba la gloria.
Ugarte estaba condenado al silencio, su voz era campana de palo, su prédica "carecía de seriedad científica y rigor sociológico" como dijo luego Zum Felde. En vida no vio publicado en la Argentina ninguno de sus libros.
Pero los muertos resucitaron. Se puso en marcha la revolución mexicana, cayó Porfirio Díaz, Emiliano Zapata no prestó atención a los libros oficiales impresos en Europa y la vieja conciencia nacional americana volvió por lo que es suyo. Ugarte fue un adelantado. Su generación volvió a escuchar una tradición que venía de Dorrego, de Mariano Moreno y de las montoneras pero también se abrió, para tratar de enfrentar los peligros que acechan a Sudamérica a las corrientes que llegaron con los inmigrantes, como el anarquismo y el socialismo.
De todos los intelectuales de su generación, solo Ugarte dio respuesta plena a los interrogantes que los movilizaron y solo él se mantuvo leal a sus convicciones hasta su muerte. Por eso su destino fue también diferente: el silencio total rodeó su vida y su obra durante décadas.
De la Redacción de AIM.