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Salud y Bienestar
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Cinco dietas anticáncer y su evidencia científica a examen

La relación entre alimentación y cáncer ha sido muy estudiada en los últimos años. Pero, ¿qué evidencia real hay tras las dietas más recomendadas?

El cáncer surge por una interacción de factores complejos. Una revisión realizada por investigadores del Anderson Cancer Center de Houston (EE. UU.) concluyó que los factores genéticos hereditarios son la causa del 5-10 por ciento de los cánceres, mientras que las causas ambientales representan el 90 por ciento.

Por lo tanto, podríamos decir que el cáncer es mayoritariamente prevenible. Se ha estimado que entre el 40 y el 50 por ciento de todos los cánceres podrían prevenirse con la adopción de un estilo de vida saludable.

Y lo que demuestran los estudios también es la importancia de la alimentación en la prevención y durante el tratamiento para reducir la recurrencia de un cáncer.

Se ha estimado que entre el 32 y el 35 por ciento de los cánceres podría atribuirse a factores dietéticos, a pesar de que la contribución de la dieta varía según el tipo de cáncer: de un 10 por ciento en cáncer de pulmón a un 80 por ciento en los cánceres de intestino grueso.

Qué dice la ciencia sobre cada dieta y el cáncer

Desde hace años existe un número de dietas que se anuncian como anticáncer. Veamos qué relación tienen y el nivel de su evidencia.


  1. Dieta mediterránea, la más estudiada


El nutricionista Ancel Keys observó en el año 1945 que en el sur de Italia se concentraba el mayor número de centenarios del mundo. Asimismo, las enfermedades cardiovasculares, ampliamente presentes en EE.UU., eran menos frecuentes en esa zona de Italia.

En el estudio, Keys comprobó que la dieta tradicionalmente consumida por la población del mar Mediterráneo era baja en grasa animal y rica en fruta, verduras, legumbres, cereal integral, pescado y aceite de oliva.

Se han observado asociaciones entre un mayor consumo de aceite de oliva y un menor riesgo de cáncer de mama y cáncer colorrectal. Los principales efectos protectores del consumo de aceite de oliva son atribuibles a la presencia de ácidos grasos monoinsaturados (Mufa) y compuestos fenólicos.

El mayor metaanálisis asociado a una dieta mediterránea jamás realizado, hecho a partir de doce estudios de prevención y más de medio millón de personas seguidas (The European Prospective Investigation into Cancer and Nutrition), halló una reducción significativa en el riesgo de mortalidad global y menor incidencia y mortalidad del cáncer y de parkinson y alzheimer.

El estudio PreDiMed (Prevención con Dieta Mediterránea) ha proporcionado la evidencia científica de mayor calidad para poder afirmar que la dieta mediterránea es un patrón útil en la prevención primaria de enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2, síndrome metabólico, deterioro cognitivo y cáncer de mama.

  1. Dieta vegetariana, con datos escasos todavía


Incluye a quienes consumen lácteos y huevos (ovolacteovegetariana) y a quienes siguen los patrones más restrictivos, sin ningún producto de origen animal (veganos).

Es una dieta rica en antioxidantes, ácidos grasos mono y poliinsaturados, y debería disminuir la incidencia y mortalidad del cáncer. Sin embargo, la evidencia científica sobre el efecto anticancerígeno del vegetarianismo sigue siendo escasa en comparación con los datos disponibles para la dieta mediterránea.

Los resultados son complicados de explicar por la gran heterogeneidad entre los patrones dietéticos definidos como vegetarianismo, lo que puede confundir los resultados. Pero a pesar de la diversidad de datos, este patrón de alimentación también es interesante como dieta preventiva.

En el caso de los veganos estrictos, que excluyen de su dieta todos los productos de origen animal, incluidos los huevos, los lácteos y la miel, es importante que la suplementen con la vitamina B12, zinc, hierro y omega-3.

  1. Dietas bajas en carbohidratos o dieta cetogénica, un gran potencial


Esta dieta se empezó a utilizar con éxito a principios del año 1920 para tratar a pacientes con epilepsia, pero a raíz del rápido desarrollo de nuevos fármacos anticonvulsivos, cayó en desuso hasta que, en el año 1996, gracias a la Sociedad Americana de Epilepsia y a las investigaciones y ensayos clínicos realizados, se volvió a utilizar en varios hospitales, llegando a ser más eficaz en el control de crisis de epilepsia refractaria que muchos nuevos fármacos.

Hoy se está abriendo a nuevas posibilidades terapéuticas, como en algunos tipos de cáncer, en especial el tumor cerebral, aunque todavía sigue teniendo una evidencia preliminar.

La dieta cetogénica es rica en grasas saludables procedentes del aguacate, aceite de oliva, frutos secos, pescado azul, semillas y aceite de coco, moderada en proteína (no hiperproteica): prioriza el pescado, huevo, algunos lácteos y carnes magras como proteínas de origen animal, y tofu, tempeh, frutos secos y cáñamo como fuente de proteína vegetal.

La dieta es baja en carbohidratos, prioriza las verduras y hortalizas, y limita el consumo de cereales integrales y frutas.

El objetivo es conseguir un estado metabólico similar al de un ayuno: el cuerpo produce cuerpos cetónicos a partir de metabolitos de la grasa (de ahí el nombre de dieta cetogénica), como el betahidroxibutirato o el acetoacetato, para obtener una nueva fuente de energía.

Debe ser el oncólogo quien recomiende llevar una dieta de estas características, y el paciente debe tener el asesoramiento de un dietista-nutricionista formado en dieta cetogénica.

Los estudios de esta dieta se han realizado principalmente en animales y en pacientes con tumor cerebral, y también encontramos estudios en otros tipos de cáncer, como el de próstata, páncreas, mama y cánceres avanzados. Los estudios han sido realizados siempre junto con el tratamiento de quimioterapia o radioterapia, por lo que la recomendación se centra inicialmente en estos pacientes.

Los estudios han mostrado lo siguiente:

  • puede inducir a cambios epigenéticos (silencia oncogenes y activa genes saludables);

  • reduce la glucosa en la sangre y mejora la resistencia a la insulina;

  • reduce los marcadores de inflamación;

  • evita la angiogénesis, es decir, impide la creación de nuevos vasos sanguíneos, algo necesario para que la célula cancerosa crezca;

  • incrementa el Gaba, un neurotransmisor que tiene un efecto relajante esencial;

  • presenta una acción pro-apoptótica o, en otras palabras, favorece la muerte celular;

  • incrementa los niveles de glutatión en células sanas;

  • incrementa el estrés oxidativo de la célula tumoral.


No cura por sí misma y no se debe recomendar esta dieta a todas las personas con un proceso oncológico. Uno de los mitos que circula es que combate el cáncer por sí misma, pero no existe ningún estudio que apoye esta afirmación.

De hecho, los estudios realizados concluyen que proporciona un efecto sinérgico y protector junto con los tratamientos oncológicos usuales de quimioterapia y radioterapia.

  1. Dieta alcalina, sin evidencia todavía


La teoría de la dieta alcalina está basada en la existencia de una serie de alimentos que acidifican la orina, como la carne, pescado, quesos, huevos, azúcar refinado, frutos secos y cacao; y alimentos que alcalinizan, como las hortalizas y las frutas.

A esta dieta se le ha atribuido la capacidad de modificar el pH de la orina y evitar la acidificación del organismo, el ambiente más óptimo para que se desarrolle la célula tumoral. Pero un pH de la orina más alcalino no asegura la alcalinización del medio extracelular.

La realidad es que la base de esta dieta carece de evidencia científica, y más si tenemos en cuenta las investigaciones del Dr. Otto Warburg, quien propone que es la célula cancerígena la que genera un medio ácido para desarrollarse, y no al revés.

  1. Ayuno terapéutico, valioso en la prevención y para potenciar la longevidad


En nuestra sociedad existe la creencia de que ayunar nos debilita y ralentiza nuestro metabolismo. Pero la evidencia científica está demostrando que el ayuno periódico es una rutina saludable.

Tiene beneficios antiaging, ayuda a aumentar la energía y claridad mental, y favorece el equilibrio hormonal.

Además, disminuye los marcadores de la inflamación y la autofagocitosis o reparación celular; mejora los niveles de glucosa en sangre, los lípidos en sangre y la plasticidad neuronal.

Por otro lado, expertos como Valter Longo (de la Universidad del Sur de California), Thomas Seyfried (de Boston), Domingo D'Agostino (de la Universidad del Sur de la Florida), y el Max Plank Institute muestran que el ayuno puede jugar un papel terapéutico importante en el tratamiento del cáncer: ralentiza el crecimiento tumoral, elimina las células cancerosas, mejora el efecto de la quimioterapia y la eficacia de la radioterapia y reduce los efectos secundarios.

Eso sí, el ayuno siempre debe ser supervisado y valorado por un profesional de salud.

Jordina Casademunt para CuerpoMente (Comunidad RBA)

cáncer

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