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El infierno del Brexit empieza en Dover

Según el diario español La Vanguardia, el principal puerto británico será el primer damnificado por la salida de la Unión Europea (UE), de donde proceden la gran mayoría de mercancías. 

El mural de Banksy. Una alegoría del Brexit, obra del artista británico, destaca en una de las calles de Dover paralelas al puerto, por donde cada día transitan 10.000 camiones, de los cuales sólo 500 no son de la UE (Bloomberg / Getty)
El mural de Banksy. Una alegoría del Brexit, obra del artista británico, destaca en una de las calles de Dover paralelas al puerto, por donde cada día transitan 10.000 camiones, de los cuales sólo 500 no son de la UE (Bloomberg / Getty)

Sólo 44 kilómetros separan Dover de Calais, y hace medio millón de años se podía pasar caminando de Inglaterra a Francia. Hoy no es así de fácil, pero basta con una hora y media en ferry o veinte minutos en el Eurotúnel bajo el canal de la Mancha para cruzar de un país al otro. La mayoría de pasajeros sólo tienen que mostrar el DNI unos segundos (si es que se les pide), y los camiones de la Unión Europea reciben la luz verde sin necesidad de presentar documentación alguna. ¿Cómo será después del Brexit?

Un 62 por ciento de los habitantes de Dover votaron hace dos años por la salida de la Unión Europea, pero muchos de ellos se arrepienten. Ven las orejas al lobo, en forma de un colapso absoluto del puerto (su principal fuente de empleo e ingresos) y monumentales atascos en la autopista M20, que lleva a Londres.

Atrapada entre el mar y sus famosos acantilados blancos, la ciudad no tiene capacidad de crecimiento. “Los políticos nos vendieron que seríamos libres, recuperaríamos soberanía, haríamos nuestras propias leyes y tendríamos más dinero –se lamenta Eric Allardyce, que tiene una zapatería en Market Street–. Pero la gestión del Brexit está siendo pésima y puede ser nuestra ruina. Yo voté a favor, pero nos engañaron. Ahora me conformaría con que todo siguiera igual”.

Principal punto de encuentro británico con Europa, Dover ha sido desde la invasión normanda un símbolo de patriotismo inglés, tema recurrente en las canciones de Vera Lynn. En sus calles cayó la Nochebuena de 1914 la primera bomba alemana, y a su puerto llegaron en la Segunda Guerra Mundial más de 200.000 soldados evacuados de Dunkerque. Una de sus rincones más elegantes, Waterloo Crescent, recuerda la derrota de Napoleón. Los ferrys que cruzan el canal tienen nombres tan nacionalistas como Spirit of Britain.

Cuando se votó el Brexit, en lo alto de un acantilado apareció una efigie gigante de Theresa May con la Union Jack y haciendo el gesto de la V de la victoria, estilo Churchill. Ahora, un mural de Banksy estilo trampantojo muestra a un trabajador retirando una de las estrellas de la bandera de la Unión Europea.

Pero como tantas otras localidades costeras, Dover representa también la decadencia postindustrial. Han desaparecido las minas de carbón que le dieron vida hasta los años setenta, las cervecerías, las fábricas de velas, botas y uniformes militares, los molinos. El Tratado de Maastricht significó la pérdida de miles de empleos, y el paro subió hasta un 25 por ciento. Los 500 agentes aduaneros que había (formaban varios equipos de fútbol que jugaban una liguilla los miércoles por la noche) quedaron reducidos a apenas una treintena. De la gestión del tráfico portuario se encarga una empresa privada llamada Motis, con sólo cinco trabajadores. Su jefe, Tom Dixon, se pronunció a favor de la salida de Europa, pero ahora votaría en contra.

El puerto de Dover es como una gigantesca arca de Noé, con once carriles de vehículos que entran y salen de los barcos, y las oficinas de navieras alemanas, búlgaras, holandesas, letonas, con gaviotas por todas partes. La zona de aduanas está abierta, sin ningún tipo de barreras. El movimiento es constante. Pasan unos diez mil camiones al día, muchos de ellos cargados de limones, naranjas, generadores diésel, ropa, vino, aluminio, sepias y pulpos recién pescados, medicinas, semiconductores… Se trata de un 17 por ciento de todo el comercio del Reino Unido, por un valor de 150.000 millones de euros anuales. Las frutas, verduras y otros productos perecederos se tienen que procesar sin demoras, en caso contrario, los estantes de los supermercados de todo el país se quedarían vacíos. Y lo mismo ocurre con las piezas de automóvil, o las cadenas de producción de Honda, Hyundai, BMW y Mitsubishi se detendrían, porque sólo almacenan recambios para seguir funcionando 36 horas sin recibir nuevos suministros.

Se estima que si cada camión es detenido sólo dos minutos en la aduana después del Brexit, se formará un atasco de veinte kilómetros en las carreteras que unen Dover con Londres, y similares en el lado francés. Si los controles son de 45 minutos por vehículo –como es a veces el caso con el tráfico no comunitario–, toda la red de comunicaciones viarias de Inglaterra quedaría colapsada, y el efecto se extendería a Rotterdam y los puertos belgas.

Dentro de la llamada Operación Brock, un amplio tramo de la autopista M20, entre Maidestone y Ashford, ha sido designado como un potencial parking gigante. El comercio sin fricciones que existe desde la creación del mercado único y la unión aduanera ha malacostumbrado a los británicos, que no saben cómo hacer para conservar sus beneficios sin pagar el precio que significa, como la libertad de movimiento de trabajadores. En ese tiempo, el Reino Unido ha hecho suyas 19.000 normativas europeas, desde la igualdad salarial entre hombres y mujeres al estatus de los trabajadores de la base militar de Chipre, pasando por la propiedad de los materiales de fisión nuclear, los derechos de autor o la protección del medio ambiente.

“Cameron nos metió en un buen lío al convocar el referéndum –dice Mark Graveson, que carga y descarga contenedores en el puerto de Dover, y es votante laborista–. La ilusión de salir ganando con el Brexit se ha evaporado, ahora se trata sólo de limitar los daños, que las empresas no se vayan como amenazan con hacer, y que no se haga realidad el pronóstico de que el PIB podría caer hasta un 8%. El Gobierno no sabe cómo hacer para respetar la voluntad popular de destruir el sistema vigente, el capitalismo global y las estructuras multiculturales, y al mismo tiempo evitar el desastre económico. Theresa May da pena, porque se encuentra en un callejón sin salida en el que ella misma se ha metido”.

Fuente: La Vanguardia, España. Edición del 23-9-18. https://www.lavanguardia.com/internacional/20180923/451975278151/brexit-consecuencias-dover-puerto-britanico-ue-colapso.html

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