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Política
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El terror de Estado, estado de terror

El terror es uno de los gigantes del alma, según la caracterización  anterior al surgimiento de la psicología científica. Es miedo,  miedo intenso ante un riesgo real o imaginario que supera los controles mentales e impide el uso adecuado de la razón.

Si Macri anuncia felicidad para todos y pobreza cero, habrá despidos y  crecerá la miseria y la marginación.
Si Macri anuncia felicidad para todos y pobreza cero, habrá despidos y  crecerá la miseria y la marginación.

La importancia política del terror es grande, ya que paraliza e impide a sus víctimas pensar y defenderse con habilidad. Sobre una población aterrorizada, dominada por el miedo,  el poder político podría caminar tranquilo, si la situación que crea el terror no envolviera todo en una irradiación funesta, si el terror no creara un malestar indefinido también en el que aterroriza.

En todo tiempo hubo terror político, al menos desde que se constituyó un grupo dominante, emancipado de otros poderes y deseoso de usufructuar la riqueza del conjunto.

Como la política suele definirse como una disciplina moral, la ética interfiere en la definición de terrorismo al punto de que una vez tomado partido, el que para unos es un terrorista para otros es un luchador social, el que para unos es un gobierno de restauración de los valores declinantes, para otros es una mera brutalidad dirigida a conservar o aumentar el poder.

Las sinrazones de la razón 

Pero se llama "Terror" por antonomasia  a un período extraordinario de la revolución francesa, entre 1793 y 1794, cuando el propósito de salvar la revolución de sus enemigos determinó una represión muy fuerte, pero "sui generis". No fue   mera brutalidad, como existió con frecuencia y a veces en dimensiones gigantescas, sino la intersección de la violencia con la razón, la virtud republicana unida al terror mediante el razonamiento.

El Terror: la doctrina

“La teoría del gobierno revolucionario es tan nueva como la revolución que la ha alumbrado”  escribió Robespierre tratando de dar forma de acuerdo con principios ilustrados a su novedosa vinculación de la virtud con el terror.

Para Robespierre un “enemigo” no puede ser  ciudadano de la  comunidad política republicana. Encuentra un camino que vincula el  derecho   con la necesidad de matar al enemigo. El que es enemigo  no es ciudadano  y el que no es ciudadano no debe acceder a un  proceso judicial sobre su responsabilidad.

Para  los buenos ciudadanos toda la atención nacional; "a los enemigos, el pueblo no les debe sino la muerte". En la Argentina hemos escuchado un eco de estas palabras ilustradas en boca de un presidente: "A los enemigos, ni justicia"

En   uno de sus pocos y  breves escritos, Robespierre recalca: "Los que las llaman arbitrarias o tiránicas (a estas leyes) son sofistas estúpidos o perversos (…); quieren someter al mismo régimen a la paz y a la guerra.

Toda esta argumentación  va dirigida en principio contra un "enemigo" particular que fue su amigo, Camille Desmoulins,  que había reclamado una merma del terror con ejemplos de la antigua Roma justamente por temor a mentar el presente. Desmoulins fue guillotinado con Dantón en  1794.

La ley revolucionaria es universal, como exigen las ideas ilustradas,  pero debe atender al mismo tiempo a la  transitoriedad de los procedimientos revolucionarios y a la necesidad de salvar al pueblo.

A pesar del carácter de las leyes revolucionarias   Robespierre quiere que  mantenga la garantía de la libertad contra el antiguo régimen, es decir, contra el privilegio, contra la  ley particular, no  universal.

La voluntad popular tomada de Roussea es la justificación de las leyes del terror;   pero también se apela a una "razón de Estado" llamada “salvación nacional”. El Terror es la expresión virtuosa  del  Estado revolucionario.

La razón de estado, identificada con la existencia de la revolución, queda en claro cuando Robespierre se niega a juzgar al rey Capeto.  “Luis no puede por tanto ser juzgado; ya ha sido juzgado y condenado, o la República no queda absuelta. Proponer un proceso para Luis XVI, sea el que sea, es retroceder al despotismo real y constitucional; es una idea contrarrevolucionaria, pues significa poner en cuestión la propia Revolución”. Si fuera juzgado, sería inocente hasta la condena y eso la república no lo puede admitir

Virtud republicana y terror se sostienen entre sí: "Si el principal instrumento del Gobierno popular en tiempos de paz es la virtud, en momento de revolución deben ser a la vez la virtud y el terror: la virtud, sin la cual el terror es funesto; el terror, sin el cual la virtud es impotente".  Y también “castigar a los opresores de la humanidad es clemencia; perdonarlos es barbarie. El rigor de los tiranos no tiene otro principio que el propio rigor, mientras que el Gobierno republicano se basa en la benevolencia”.

Todo esto nos pone frente a una disyuntiva en la comprensión del Terror como fenómeno determinante en la Revolución francesa: de un lado, se puede pensar el Terror revolucionario como un crimen fundacional evitable que instaura el orden burgués de ley y libertad modernas; del otro lado, se lo puede pensar tal como lo comprendió Robespierre, esto es, como la funesta constatación de la unión inescindible entre Virtud y Terror necesaria para la instauración del régimen republicano.

En diversos tiempos los gobiernos han perpetrado matanzas   y genocidios y han encontrado justificación o con más frecuencia no han sentido la necesidad de justificarse. En el caso de Robespierre lo nuevo es la vinculación del terror con la libertad en una república constituida por las leyes revolucionarias. Robespierre quiere vincular el terror con la virtud  y no con la opresión, el            mal ni con las matanzas políticas. Gracias al ideal ilustrado y a la idea de la voluntad popular, el terror pasa a tener un valor político.

Robespierre, a diferencia de muchos teóricos modernos, se negaba a ser  un "hijo de su tiempo", determinado por la historia. Pretendía expresar valores universales, atemporales, sin historia,  despojados de particularidades empíricas. El ideal ilustrado, la universalidad de la razón como gobierno de la sociedad en todos los tiempos, se opone al relativismo historicista y Robespierre lo tenía claro

El terror de Estado

La ley  promulgada por el comité de salvación pública el 10 de junio de 1794,  marca el principio del "Gran Terror" en la revolución francesa. La ley privó a los acusados de los derechos a la defensa y de recurso a un tribunal de alzada.

Las prisiones de Francia tenían 10 veces más reclusos que antes de la revolución, lo que hizo nacer la idea de "purgarlas". La ley  de "purga", propuesta por  George Couthon, se aprobó sin publicarla, para no pasar por el engorro del debate y el estudio.

Ya los acusados estaban inermes desde la ley de sospechosos. La intención igualitaria, el nivel,  era poner en plano de igualdad a  ricos y nobles con el pueblo, entendido como soberano según las ideas de Rousseau, que Robespierre seguía.

"El plazo para castigar a los enemigos de la patria no debe ser mayor que el tiempo de reconocerlos; se trata menos de castigarlos que de aniquilarlos... No se trata de dar ejemplo, sino de exterminar a los implacables satélites de la tiranía o de morir con la República", dijo Couthon al presentar su proyecto.

El tribunal revolucionario solo podía absolver o condenar a muerte a los "enemigos del pueblo", designación que podía caber a cualquiera. Bastaba que alguien inspirara desánimo o incitara a depravar costumbres o a "alterar la pureza y la energía de los principios revolucionarios".

La ley no admitía  interrogatorio del acusado, ni abogado, ni audiencia de testigos. Bastaban presunciones morales para condenar.

Saint Just, que advirtió la enormidad que se votaba y presintió el fin,  reconocía: "Todo lo que está ocurriendo es horrible, pero necesario". Ante un horror necesario la razón debe consentir. Spinoza ejemplificó: un enfermo de rabia mordido por un perro no es culpable, pero lo debido es que muera de asfixia.

El terror de estado, tan denostado en el presente, particularmente en la Argentina donde se instaló abiertamente en 1976, es una creación de la revolución francesa, la intersección de la realidad con las ideas de la Ilustración. Pero en el caso argentino la negativa a reconocer los actos y someterlos a juicio hizo retroceder a aquel terror  a tiempos anteriores a 1793.

Los frutos de la razón

Maximilian de Robespierre, un abogado de la pequeña nobleza de  Arrás, de aspecto delicado y trato refinado, era un hombre dotado de mente aguda y temple moral rígido, intransigente y fanático. La combinación de tales cualidades con los peligros internos  y externos que debió enfrentar la revolución, dio como resultado el Terror, un período de la revolución que duró poco pero dejó herencia perdurable: fue la inauguración del terror de estado. Las ideas de la ilustración están en la base de la convergencia que vino a dar tal  fruto.

Robespierre plantea la cuestión de la relación entre la ley, como expresión de racionalidad,  y el terror como expresión de la virtud política sobre la que se levanta la organización republicana.

El Terror se extendió en Francia entre   septiembre de 1792 y julio de 1794. La convención nacional dictó la ley del “Gran Terror” impulsada por la   guerra económica y el ideal de igualdad que  movía a los revolucionarios.

Desde 1793 la Montaña prevaleció en la convención nacional, con participación decisiva de Robespierre.

En el periodo del Gran Terror el tribunal  mandó a la guillotina   a 1647 personas. Ese mes Robespierre se incorporó al  Comité de Salvación Pública, que fue de hecho el gobierno de Francia.  En septiembre la Convención aprobó la ley de los sospechosos y medidas económicas sin efecto práctico, como el  salario mínimo y el precio máximo general. El gobierno revolucionario proclamado en octubre debía durar "hasta que llegue la paz”.

El 10 de junio de 1794, después de decapitar al dirigente de la extrema izquierda Jacques Hérbert por exagerado, a Dantón por indulgente y a Desmoulins  por estar presuntamente en tratos con los austríacos, se declaró la ley del gran terror.  Había en Francia miles de comités de vigilancia con la misión de delatar contrarrevolucionarios. Estos podían ser muy variados: monárquicos, aristócratas, clérigos, federalistas, capitalistas, especuladores, rebeldes, traidores y desafectos.

Finalmente,  un  plan urdido contra Robespierre tuvo éxito:  La convención le negó la palabra a él  y a Saint Just el 27 de julio del 94  y al día siguiente, tras haber recibido un balazo en la mandíbula,  Robespierre fue guillotinado con Saint Just y Couthon. Previamente fue declarado "fuera de la ley" para evitar el juicio, según las propias reglas del  Terror.

"Ley de sospechosos" en la revolución francesa

El 17 de septiembre 1793 apareció un decreto sobre las personas sospechosas, que contiene en síntesis los argumentos futuros del terror.

El artículo primero dice:  "Inmediatamente después de la publicación de este decreto, todas las personas sospechosas que se encuentren en el territorio de la República, y siguen en libertad, serán arrestadas"

¿Quiénes eran sospechosos? El artículo segundo aclara:   "Los que, por su conducta o sus relaciones, ya sea por sus palabras o sus escritos, han sido partidarios de la tiranía o del federalismo y enemigos de la libertad;  los que no  pueden justificar, en la forma establecida por el decreto del 21 de marzo pasado, sus medios de existencia,  los que se les hubiere negado el certificado de ciudadanía; los funcionarios públicos suspendidos o destituidos de su cargo por la Convención Nacional o sus comisionados, y no reintegrados;  todos los maridos, las mujeres, padres, madres, hijo o hija, hermano, hermana,  y los agentes de los emigrantes que no han demostrado consistentemente su compromiso con la revolución"

El terror democrático

Uno de los fundadores de la economía liberal, Robert Malthus,   reconoce que la industria moderna necesita la superpoblación, que adjudica  a  un aumento absoluto y no a un descarte relativo "Si ciertos hábitos prudentes en lo que respecta al matrimonio, son cultivados con exceso por la clase obrera de un país que primordialmente vive de la manufactura y el comercio, ello podría perjudicarlo... Dice que por las leyes económicas " un país está expuesto siempre a que su fondo de trabajo se acreciente con mayor rapidez que la población".  La producción  constante de una sobrepoblación relativa de obreros constituye una necesidad de la acumulación capitalista, por eso, dirige a los sobrantes del capitalismo estas palabras:  "Los fabricantes hacemos por vosotros lo que podemos al aumentar el capital del que tenéis necesidad para subsistir, y vosotros debéis hacer el resto, ajustando vuestro número a los medios de subsistencia".

Uno de sus epígonos fue más lejos y consideró que la marginalidad, no ya la estructural como la nuestra, sino la del ejército industrial de  reserva, era era  una justa  amenaza para los que no respetaran el "sistema" económico.

Caer en la miseria y la enfermedad, morir joven y deshauciado, sin techo,  en el barro o en un asilo, era el "premio"  de la rebeldía y la manera de reducir a las masas a la obediencia.

Esa amenaza era un medio saludable que daba al régimen   valor ético al inducir a los desvalidos a la conducta correcta. La  ética encuentra resquicios donde no esperaríamos encontrarla.

“La mejor arma política es el terror. La crueldad impone respeto; los hombres podrán odiarnos pero no queremos su cariño, sólo queremos su miedo”.

La frase de Heinrich Himmler es reveladora de la política nazi y de la psicología personal del jefe de las SS, tan adecuada a la política de partido nacionalsocialista. Tiene la ventaja, sobre las que sobreviven, de que no necesita interpretación: dice lo que quiere decir, usa las palabras en sentido recto.

Los políticos democráticos a los que estamos acostumbrados no pierden de vista el contenido de la frase de Himmler; pero dicen una cosa por otra, derraman amor  televisivo y comprensión publicitaria  por las existencias menores, pero tratan de mantenerlas a raya con la blanda mentira mientras sea posible, con miedo si cuadra, o con el terror sin tapujos llegado el caso.

Si no conviene el terror de estado, que es una última solución, será la delincuencia desatada que paraliza a la clase media o la guerra que los narcos desatan en las calles. Los narcos financian a los políticos corruptos,  mantienen el  terror paralizante  y les prestan rostro para que los propios políticos no expongan el suyo y puedan sostener, mientras sea útil,  la ficción democrática y representativa.

Uno de los resultados es la devaluación de la palabra. La gente que los escucha trata de interpretar el mensaje sin  suponer ni equivocados que harán lo que dicen: Si  Menem anuncia salariazo y revolución productiva, el salario se congelará por 10 años y la industria sufrirá bajo la importación indiscriminada.

Si Macri anuncia felicidad para todos y pobreza cero, habrá despidos y  crecerá la miseria y la marginación.

En los  centros turísticos de México, por ejemplo, los grandes hoteles internacionales son ciudades que prestan todos los servicios y satisfacen todas las necesidades. Los pasajeros no necesitan salir, y encuentran dificultades cuando de todos modos quieren salir.   Son  impedidos de varias maneras  y mantenidos dentro con el argumento de que afuera hay mucho peligro.

Otra vez, los narcos prestan  buen servicio al negocio,  y  salvando las enormes distancias, el esquema no deja de parecerse al de los obrajes argentinos: todo adentro, imposibilidad de salir, la empresa entrega vales para comprar lo indispensable en sus proveedurías.

El investigador canadiense John Beasley Murray vulgarizó la idea de "hegemonía" que tomó de Antonio Gramsci, y criticó la de Ernesto Laclau. Para él los tiempos que corren son " poshegemónicos y cínicos"; el orden social ya  no se basa en ideologías, que   hoy están  devaluadas.

La “poshegemonía” de Beasley Murray se funda en tres ideas: hábito, afecto y multitud. El estado poshegemónico  está presente en cada detalle de  la vida cotidiana, y frente a él la sociedad civil ha perdido fuerza.

La idolatría del Estado hizo peronistas a todos los argentinos, incluso a los antiperonistas; pero está en retirada. El Estado,  del que todo se espera, parece haberse corrido de todo, es tan indiferente hacia las masas  como atento a los deseos  del poder financiero.

El kirchnerismo se presentó, a la manera de Laclau, como articulador de demandas insatisfechas; pero al final no pudo construir hegemonía  y terminó creando las condiciones para ser reemplazado por la otra derecha: suave,  de buena onda, simpática, de apariencia de marquesina y alma de boletería.  Después de los K, vino Macri, el "poshegemónico" con ideología implícita.

Hay función para los que paguen, los otros, los sobrantes, deberán mirar el espectáculo de afuera y comprender que así son las cosas, más el Estado no puede hacer por ellos, como decía Malthus por boca de los industriales.

Macri no quiere confrontar, dialoga, tuvo rostro  comprensivo  y abierto mientras no deba replegarse; se mostró como el polo opuesto de Cristina, pero los polos contrarios se atraen y son partes del mismo imán, que en realidad es uno solo: el poder mundial con muchas cabezas y un solo estómago.

Da su versión cambiada, como corresponde a Cambiemos, de "todos unidos triunfaremos". Lo único necesario es hablar con el corazón a la caja registradora.

Lo que quiere Mauricio, lo que tiene para él el aspecto mismo de la verdad, es bajar  salarios para que la economía vuelva a ser competitiva según una receta que ninguna experiencia avala pero el poder real recomienda. El amor y la felicidad ocultan apenas el látigo y el escarmiento.

El kirchnerismo hablaba de los pobres, como el Papa,    y de la juventud, nucleada en La Cámpora. No mucho de obreros ni de luchas para evitar que le roben la  hegemonía.   Macri sigue   el camino : en lugar de pueblo hay  consumidores contra ofertas de pago,  que lucharán sin alegría, pero con miedo,  por no caer en la marginalidad.

Terrorismo fascista

El régimen fascista tenía un aspecto revolucionario, que agitaba  ante las masas que necesitaba atraerse, y un aspecto reaccionario, que era su razón de ser y la condición de su permanencia en el poder que le habían confiado los verdaderamente poderosos

El medio de atraerse a las masas fue para el fascismo la propaganda a gran escala, diseñada con métodos científicos según los modelos tradicionales ya  probados antaño por la  iglesia y otros derivados de las tecnologías más modernas, como el cine  y la radio.

Ante todo, se propusieron  controlar los medios de comunicación, especialmente, la radio y los diarios. Abolieron la libertad de opinión, persiguieron a los periodistas independientes y utilizaron masivamente la propaganda. La finalidad era movilizar en la gente,  apuntando a lo más elemental y primitivo, el culto a la patria, al jefe, a la raza y a la tradición, siempre adulterados por la mentalidad totalitaria y unidimensional

A la propaganda se sumaba el terror policial, la delación, la represión  y la reclusión en los campos de concentración, el asesinato y al final, el genocidio.

Pero a pesar de medios brutales tan maniiestos, la imagen del régimen aparecía atractiva en el interior y el en exterior. Para eso empleaban  una serie de espectáculos grandielocuentes, como saludos marciales, banderas, estandartes, gallardetes,  desfiles militares y marchas incesantes de grandes masas de población, que se mantenían en movimiento y en grupo  para evitar que en quietud y soledad pudieran reflexionar sobre los acontecimientos  Se intentaba de ese modo impresionar a las masas y colmarlas de orgullo patriótico, que justificaba al trato a los enemigos sin la apelación a la razón de Robespierre.

El terror estalinista

Tras la revolución bolchevique, las potencias occidentales rodearon a Rusia y esperaron acabar con el régimen rápidamente. Pero no lo consiguieron: el gobierno soviético se sostuvo y aguantó las balas y el boicot. Sin embargo, el atraso ruso, el autoritarismo que fue desde siempre el modo de gobernar el  país y el aislamiento se cobraron su precio: Stalin, el hombre de hierro,  no aceptaba  más voluntad que la suya y veía conspiradores en todos lados, como había sido el caso de varios zares.

Stalin quería la unificación de todos los estados soviéticos porque buscaba convertir el país en potencia mundial y quería estar preparado para un ataque alemán.

El terror fue el método que usó para imponer la colectivización en el campo y la industrialización en las ciudades. Los opositores tenían vida corta, incluso los que solo pedían la  reincorporación  de su viejo rival,  León Trotsky, asesinado en el exilio en México.

Cuando su protegido, Serge Kirov, propició una política de conciliación para reemplazar el terror estalinista, fue asesinado y el crimen  usado como excusa para desatar una purga de opositores

Todos los adversarios de Stalin fueron llevados a juicio, torturados hasta declararse culables y fusilados entre ellos varios generales del Ejército Rojo

Un número indefinido de personas, varios millones, fueron encerrados en campos de trabajos forzados, los  gulag

Stalin no aceptaba ninguna crítica a su política y los partidos comunistas en el extranjero aprobaban sus métodos como necesarios.

Como consecuencia de esta política el ejército se debilitó y los nazis encontraron  un terreno favorable a la invasión, al menos al comienzo de la segunda guerra mundial, hasta Stalingrado

Hasta  1953, año en que murió, Stalin fue el  dueño de la vida y de la muerte en la Unión Soviética y de las mentes de muchísimos simpatizantes en el exterior, donde todavía tiene adeptos.

De la Redacción de AIM.

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