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Política
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Gruta de la difunta Correa en Chajarí

Un grupo de jóvenes de Chajarí anunció el propósito de reparar y poner en condiciones la gruta de la Difunta Correa junto al salón comunitario del barrio “Las 14”.

La gruta está en ese lugar desde hace muchos años y es muy visitada por devotos de la Difunta Correa, que es depositaria de una persistente devoción popular

La reinaguración de la gruta refaccionada tendrá lugar mañana sábado en un encuentro de agrupaciones tradicionalistas de Chajarí

Los organizadores informaron que después de la inauguración habrá una bailanta con entrada libre y gratuita con un conjunto de chamamé y cumbia en el salón comunitario

La Difunta Correa

Cuenta la leyenda que Deolinda Correa vivía con su marido, Clemente Bustos, y el pequeño hijo de ambos, en un humilde rancho en cercanías de Angaco, provincia de San Juan. Cuando las “montoneras” federales pasaron por su casa, en marcha hacia La Rioja, durante la guerra civil del siglo XIX se llevaron, enrolado por la fuerza a su marido. Pasado el tiempo, luego de varios días sin tener noticias de éste, al enterarse de que había caído prisionero de los unitarios y preocupada por el estado de salud de su marido, Deolinda salió a buscarlo, llevando con ella a su pequeño hijo, un “chifle” con agua y unas pocas provisiones. Siguió las huellas de la tropa por los desiertos de la provincia de San Juan y llegando a cercanías de Caucete, agotada su provisión de agua y alimentos que llevaba, los rigores del desierto que se atrevió a desafiar en busca de su marido, terminaron por minar sus fuerzas. Estrechó a su pequeño hijo junto a su pecho y antes de poder llegar hasta un algarrobo que le prometía sombra y abrigo, la sed, el cansancio y el hambre la derrumbaron y allí quedó tendida, bajo el calcinante sol, aferrando aún entre sus pechos a la criatura, también desfalleciente.

Dicen que antes de morir invocó a Dios para que salve a su pequeño hijo. Y el milagro se produjo. Tres días después, unos arrieros atraídos por el llanto de un niño, descubren el cadáver de Deolinda y al pequeño alimentándose de los pechos, que milagrosamente todavía lo mantenían vivo. Los hombres dieron sepultura a la mujer en un paraje hoy conocido como “Vallecito” y se llevaron al niño. Y allí habría terminado esta dolorosa historia si años más tarde, un arriero chileno llamado Zeballos en un viaje de regreso a su país.

A poco de pasar por el lugar donde se hallaba la tumba, vio que su arreo se dispersaba enloquecido por una violenta tormenta que se abatíó sobre esos campos. Desesperado no sólo por la pérdida que ello significaba sino porque el hecho afectaba su nombradía con arriero, reclinado ante la tumba de Deolinda, prometió que si recuperaba el ganado, construiría allí una hermosa capilla para que se la honrara. Y otra vez se produjo el “milagro”. Al despuntar el nuevo día nuestro buen Zeballos encontró a su ganado, pastando apaciblemente en una quebrada, que lo había protegido de la tormenta.

Zeballos cumplió su promesa y a partir de entonces, una capilla se erigió sobre la actual Ruta Nacional 141, en proximidades de la localidad de Vallecito (departamento Caucete), en la provincia de San Juan, se constituyó en lugar de culto. Al conocerse esta historia, muchos paisanos de la zona comenzaron a peregrinar a su tumba, construyéndose con el tiempo un oratorio que paulatinamente se convirtió en un santuario. Hoy en día mucha gente deja en el santuario de la difunta botellas con agua, pensando que “Nunca le falte agua a la Difunta” y los arrieros primero y luego los camioneros, han sido los principales difusores de la devoción a la difunta Correa, levantando en muchas rutas del país, modestos y rudimentarios altares con imágenes de la difunta, junto a los cuales dejan botellas de agua, con la creencia, de que podrán calmar la sed de la muerta.

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