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Hannah Arendt y el perdón

El perdón, como fuerza liberadora, fundamentado no en el amor, sino en el respeto por la dignidad del ser humano, fue el descubrimiento de la pensadora judía Hannah Arendt, a partir del cual, comenzaron a agrietarse sus convicciones materialistas.

Fotografía de Hannah Arendt
Fotografía de Hannah Arendt

Johanna “Hannah” Arendt, nacida en Linden-Limmer, Alemania, el 14 de octubre de 1906, y fallecida en Nueva York, EE.UU el 4 de diciembre de 1975, fue una filósofa y teórica política alemana, posteriormente nacionalizada estadounidense, de origen judío y una de las personalidades más influyentes del siglo XX.​

Se han cumplido cuarenta y tres años del fallecimiento de la pensadora alemana Hannah Arendt, de destacadas aportaciones en los campos de la ciencia política y la sociología.

Aunque era de origen judío, no fue educada en la religión, sino al margen de ella. Sin embargo, el estudio de la filosofía de san Agustín, al que dedicó una tesis doctoral sobre el amor, y la persecución de los judíos por el nazismo, que forzosamente tenía que alcanzarle, pese a sentirse plenamente inmersa en la cultura alemana, abrieron su mente a una concepción del ser humano superadora de los estrechos moldes materialistas. Una de sus aportaciones más interesantes fue la importancia del papel del perdón en la esfera de los asuntos humanos.

Es frecuente asociar el perdón a una dimensión religiosa, sobre todo cristiana, pero Arendt intentó demostrar que el perdón es algo propio de todo ser humano, aunque los griegos lo desconocieran en absoluto, si bien los romanos lo intuyeron con su idea de la pietas, que vinculaba al ciudadano con sus antepasados y con su patria.

Sin embargo, la pensadora se ve forzada a reconocer que Perdónalos porque no saben lo que hacen, que el evangelista Lucas pone en boca de Jesús, es la pauta a seguir en el perdón entre los hombres. Es la clave para no dejarse llevar por la espiral interminable de la venganza. El perdón es una fuerza liberadora frente a una actitud vengativa.

Según Arendt, perdonar sirve para deshacer los actos del pasado. El perdón restaura y rehabilita la capacidad humana de actuar. Sin la posibilidad de recibir el perdón, seríamos siempre víctimas de las consecuencias de nuestros actos, pues en muchos casos hemos obrado sin saber con certeza lo que estábamos haciendo. La situación se asemejaría a la recreada por Goethe, un escritor muy admirado por Arendt, en su balada sobre El aprendiz de brujo, desencadenador de unas fuerzas que no puede controlar.

Un nuevo comienzo

Desde su posición laica, Arendt no fundamenta el perdón en el amor, sino en el respeto por la dignidad del ser humano. La filósofa cree que cada hombre es mucho más de lo que hace o piensa, y gracias al perdón hay un nuevo comienzo para el actuar. Le falta la visión cristiana de un Padre que perdona a sus hijos, aunque sabe intuir que el auténtico perdón debe ir siempre acompañado de la comprensión y la reconciliación.

Y es que el gran problema del perdón en muchas personas es que lo conciben como una simple renuncia a vengarse y no intentan comprender al otro ni reconciliarse con él, como si buscaran una garantía de no ser ofendidos de nuevo. No es un verdadero perdón, porque no libera ni al ofensor ni al ofendido. La gran teóloga alemana Jutta Burgraaf escribió que el perdón verdadero se concede sin ninguna condición, al igual que el amor auténtico.

Fuente: Antonio R. Rubio Plo para Alfa & Omega

 

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