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Instituciones creadas por el sistema para favorecer al obrero, lo hunden

El problema principal de una obrera, un obrero registrados en la Argentina radica en la acumulación de impuestos sobre bienes básicos como los alimentos, la indumentaria, la casa, los servicios elementales, para mantener un sinnúmero de instituciones creadas como salvavidas. Salvavidas de piedra. Por Daniel Tirso Fiorotto (*)

Paro con movilizaciones y cortes en diferentes  puntos de la provincia. Una imagen frecuente. Foto: Archivo AIM
Paro con movilizaciones y cortes en diferentes  puntos de la provincia. Una imagen frecuente. Foto: Archivo AIM

Instituciones que se superponen en sus propósitos de arropar al obrero y tanto lo arropan y arropan que al final lo asfixian.

Salgamos por un instante de las caras más visibles y principales del colonialismo y el imperialismo, las multinacionales y sus socios, y miremos el colonialismo interno, o por lo menos una de sus facetas: el parasitismo chupa obreros.
El trabajo crea riquezas. Son los trabajadores los que sostienen al país.

Asalariados, cuentapropistas, emprendimientos familiares, pymes, campesinos. Las instituciones se apropian del fruto de esos esfuerzos para devolver en servicios a la familia de los trabajadores, supuestamente, pero esa teoría se choca con una realidad que abruma: esas instituciones invierten los fondos en sí mismas y sus funcionarios, y entonces no les alcanzan para cumplir propósitos declamados. El Estado argentino es un médico que promete curar el cáncer al paciente y tanto le va pidiendo que mientras dura el dudoso tratamiento el paciente se muere de hambre.

Impuestos al plato
El Estado es una organización para el pueblo. En la Argentina se edificó en los genocidios, el racismo y la prepotencia del poder concentrado contra los pueblos, y es una institución pesada para el bolsillo de los trabajadores porque, entre otros males, cobra impuestos acumulativos a la comida. Un plato que cuesta 2 pesos llega a la mesa a 10 por las extracciones del Estado en los sucesivos estadios del proceso sin contar los obvios del comercio y el transporte.

El Estado se replica en la Nación, las provincias, los municipios, con tres poderes, y esas estructuras persisten y se agrandan con el tiempo, aunque el federalismo sea letra muerta como sostienen casi todos los que ejercen la función alterna de opositores.

Como los tres poderes en los tres estados no alcanzan (a pesar de que tienen ministerios, secretarías, direcciones, una pila de asesores y organismos descentralizados en los más diversos rubros), entonces agregan fiscalías y defensorías del pueblo. Miles y miles de funcionarios, legisladores, jueces, no bastan: hay que convocar a consultorías y defensorías, porque el pueblo puede ser atacado o engañado por sus (caros) representantes.

Y como esa carga infernal no logra su declamado cometido (defendernos), entonces nos afiliamos a los sindicatos que cumplen funciones como las de proveer la salud, por ejemplo, cuando el pueblo ya paga organismos nacionales, provinciales y municipales para la salud. Es decir, volvemos a desembolsar.

Organismos e instituciones superponen esfuerzos para "defender al pueblo", y aun así gran parte de la población vive en la informalidad, sin estabilidad, hacinada, el 50% de los niños y adolescentes revistan bajo la línea de pobreza y en muchos sitios del país se registran personas en masa bajo la línea de lo humano, es decir: víctimas de racismo.

Nos estamos refiriendo a un Estado burocrático, a los partidos vaciados y a la burocracia sindical, que ya es norma. Si el problema se presentara en una de esas instancias, vaya y pase, un cuello de botella. Sin embargo, nos encontramos con sucesivos cuellos de botella que hacen el camino al obrero más inhóspito que la cueva de Tailandia.

Cuando los trabajadores afrontan amenazas extras del poder económico (mineras, petroleras, agrotóxicos, contaminación del agua y el suelo, etc.) no encuentran eco en las mil instituciones que pagan (y que hemos enumerado arriba), entonces ¿qué hacen?: forman una asamblea, un foro, un centro de estudios, y sacan plata del bolsillo para sostener instituciones donde sienten que sí participan.

Medios y corporaciones
Cada una de las mil instituciones padece el síndrome de los compartimentos estancos. Como los temas son infinitos, a cada flanco descubierto sumaremos otra institución.
Allí no termina la cosa. En el desbarajuste de leyes hechas en general por ciertos profesionales, directa o indirectamente, esos profesionales se convierten en refugio de desamparados y en mediadores. Miles y miles de abogados y contadores constituyen otro poder, que el obrero por supuesto debe pagar, si está en problemas. ¿Y los gobiernos nacional, provincial o municipal? ¿Y el sindicato? No: hay que acudir a profesionales.

Guillermo Jaim Etcheverry dice en La tragedia educativa que los argentinos somos conscientes de que el país sufre un déficit en ese rubro, pero la mayoría creemos que ese problema no entra en casa. Lo que él ve en la educación se presenta en muchos otros ámbitos. Cada uno trata de relativizar su responsabilidad señalando la del otro.

Los profesionales le sugerirán al trabajador que no se deje estar, que el que no llora no mama, y que haga pública su situación a través de los medios masivos. ¿Hay que decir aquí cuánto aportan los Estados, es decir, los trabajadores, a los medios masivos de mayor alcance?

Monarquía a la criolla
El caso es que el menor emprendimiento o conflicto requerirá caros servicios profesionales y la menor discusión entre vecinos, mediación bien paga. La rotura del guardabarros de una moto puede exigir la presencia de cinco abogados alrededor de una mesa en una mediación, y por supuesto: las corporaciones juran que el sistema es exitoso. Así es como han logrado incorporar un sinfín de nimiedades al sistema, como fuente de ingresos para una profesión, aunque los obreros mediados salgan de allí más peleados que antes.

Y así es como sectores corporativos y sindicales burócratas (no todos) se han atornillado en un lugar, con fama de imprescindibles, tanto como los ejércitos de funcionarios de los tres estados. Y no nos referimos, claro, al empleado raso, mujeres y hombres víctimas de esa burocracia, que se compara a un volcán que explota cada tanto, incluso con muertos inocentes en las calles. La expoliación de trabajadores, la marginación de millones y el saqueo de la naturaleza que este régimen exige no es sustentable, de manera que sobrevienen en forma periódica esos movimientos de placas tectónicas, donde cada uno de los miembros de las castas dirigentes aprovecha para reposicionarse y culpar al otro de los desquicios comunes.

Y allí es donde aflora la debilidad común de los argentinos, con resquicios de antiguas monarquías: como entre pares no nos entendemos ni nos tenemos confianza; como tenemos hinchado el órgano de los derechos individuales y sectoriales, y no cedemos ni un tranco porque todos somos bien machos, entonces acudimos a lo que queda de la monarquía: los obispos. ¿Y quién paga los obispos? Obvio: los trabajadores.

Este entramado de privilegios peores que los títulos nobiliarios derogados hace doscientos años es una de las causas de la decadencia argentina. Una de varias que conocemos y otras que ignoramos.

Y el pescado sin vender
Los trabajadores pagamos, como hemos dicho, miles y miles de sueldos altísimos de personas que supuestamente nos quieren hacer favores, pero toda esa infernal cantidad de funcionarios no puede manejar el dinero que nosotros depositamos, entonces tercerizan en un banco privado.

Tampoco alcanza para defendernos la semilla, ni siquiera la del maíz que los pueblos cultivaron por siete mil años en este suelo, entonces todo ese mundo de funcionarios ¿qué hace?: le concede la patente a un par de multinacionales, privatiza la vida. El dinero y la semilla en manos de pocos reyes, que heredan su poder, con licencia social cero.

Esa misma estructura facilita el ingreso de multinacionales con todos los privilegios que el sistema otorga a los dueños del capital financiero y sus socios menores. En Paraná, los miles de funcionarios bien pagos y centenares de instituciones bancadas por los trabajadores lograron, por caso, que la ciudad esté atiborrada de bocas de expendio de hipermercados, cuyos dueños son las personas más ricas del planeta.

Los Walton, por caso, a quienes los partidos mayoritarios y sindicatos alimentan y acicalan como lo hacen las hormigas con la reina.

Son centenares de instituciones, son miles y miles de "servidores", a cuál más imprescindible, y como resultado: la Argentina acumula una deuda pública que ya supera los 300.000 millones de dólares, sin contar las deudas provinciales. Claro, hay que agregar un pequeño detalle de la entrerrianía: informalidad, desocupación, deuda, biodiversidad en franco retroceso y un sistema que no arraiga a las personas, es decir, expulsa, destierra, y obliga al hacinamiento. Así por décadas.

El sistema rinde menos que la selección de Jorge Sampaoli. Entonces los gobiernos ocultan su fracaso con más endeudamiento, y con obra pública que permita mover un poco la economía y sostener sus internas partidarias con dinero mal habido, a través de la debida "patria contratista" con nombres y apellidos que los entrerrianos conocemos de sobra. Un puñadito de "empresarios" y políticos enriquecidos, así, con la plata de... obvio: los trabajadores. ¿Hace falta explicar cómo se han truchado licitaciones por años para que el robo parezca legal, ante la ceguera de los organismos de contralor?

Patria contratista, industria del juicio al Estado, ¿se ven o no se ven los agujeros por donde se cuelan las monedas del pueblo, con los mismos responsables que dan privilegios al capital concentrado?

Privilegios a troche y moche
Al desfalco legal, con tantos mordiendo de la bolsa del pueblo y destruyendo la paz de sus nietos (endeudamiento), hay que agregar a los gobernantes que decuplican sus ingresos por vías ilegales, lo que llamamos corrupción a la enésima, como se ve con nitidez en sucesivos gobiernos.

Y aquí una digresión: como en estos juegos entran por igual dirigentes de distintos partidos, y saben que se turnan en el poder, entonces naturalizan privilegios sabiendo que un día les tocará, aunque sea por azar. Un querido intendente de Paraná nombró a su esposa y sus dos hijos en cuatro secretarías principales.

Había ordenanzas con tres firmas de la misma familia. Pero eso no le alcanzaba: el fiscal, su cuñado. Ah, porque los fiscales no son los hombres probos capaces del contralor y la defensa del conjunto, sino los amigos, y reciben un buen sueldo por ello, pero cuando intervienen en juicios, cobran honorarios aparte... ¿No se los designó para eso? Dos preguntas retóricas: ¿esa prerrogativa sería acordada por el pueblo? ¿O son ellos, los profesionales y políticos, los que se autoadjudican privilegios?

Un docente o enfermero, mujer o varón, cobra 15 o 30 mil pesos por mes de la bolsa del Estado, y sabemos de legisladores, jueces y jubilados de privilegio que cobran más de 200 mil e incluso más de 300 mil pesos mensuales, que se convierten en millones si contamos viáticos y otros ítems, a lo cual deben sumarse los dividendos de las inversiones que esos privilegiados realizan, sea en departamentos, acciones o timba financiera. El pueblo gasta lo poco que tiene en comida y ropa, ellos en cambio agregan a sus sueldos las inversiones especulativas, entonces alquilan departamentos al pueblo...

Es fácil ver cómo las personas que conocen el trabajo campesino, por caso, no tienen un predio donde desarrollar las tareas, porque al campo lo compran... los jueces...

El regalo del muerto
Podríamos seguir dando ejemplos para llenar varios tomos, sobre la enorme cantidad de personas y corporaciones colgadas del saco de los trabajadores y rascando de las riquezas naturales, todas con excusas filantrópicas, y muchas de ellas seguras de que su labor es imprescindible.

Todo argentino de buena voluntad tendrá que trabajar entonces para pagar presidente, legisladores, jueces, gobernadores, ministros, secretarios, asesores, intendentes, concejales, fiscales, defensores del pueblo, sindicatos, obra social, policía, medios masivos, curas, obispos, colegios, patria contratista, funcionarios ñoquis, abogados, seguros, cajón y crematorio.

El día de la muerte, el obrero transferirá a sus hijos y nietos su parte de los 300 mil millones de dólares en deuda pública que supimos acumular para que el futuro pague con violencia, como se pagan esas deudas imposibles. Y por supuesto una lista de héroes y próceres bien orquestada para que los nudos no se desaten.

Ahora preguntémonos por qué en la Argentina los desarraigados, desocupados, precarizados, expulsados, desterrados, sometidos a la violencia, hacinados, víctimas de racismo, viven cortando calles para decirle al mundo que esto no funciona, mientras el mundo les grita subsidiados, planeros, vagos y malentretenidos.

Y por qué el sistema suele colocar al frente de sus organizaciones de base a jefes bien dispuestos a negociar con alguna punta del sistema, sea la burocracia sindical, sea alguno de los partidos políticos, para extender la agonía del engaño colectivo. ¿Quién cortaría calles si el esfuerzo fuera parejo?

Solución charrúa
Se dirá que el enredo es indestructible, que la parasitosis colonial terminará destruyendo al país. Puede ser, ese es el rumbo. Sin embargo, todo este edificio parasitario permitido y estimulado por el poder económico puede caer por su propio peso. Una de las medidas necesarias para soplar es tan sencilla y obvia que hasta da pudor mencionarla. Consiste en pagar a todos en el Estado lo mismo que cobra una enfermera, una maestra.

Por supuesto: los privilegiados pondrán el grito en el cielo. Primero dirán que no es constitucional. Ese es el ancho de bastos. En segundo lugar se los verá orejear el as de espada: es que a través de su propaganda han difundido un engaño bien maquillado. Dicen que si un ministro, un juez y un legislador no cobran como ricos, podrían corromperse. En este punto nos asalta un ataque de risa que nos obliga a cerrar esta columna para reponernos.

Las más antiguas culturas que pisan este suelo nos dicen equilibrio, armonía del humano con la naturaleza, complementariedad, solidaridad, y nos dicen "que los más infelices sean los más privilegiados". "Naide es más que naides", reza el charrúa y el remedio salta a la vista.

Si algunos sectores con buena propaganda hicieron de la república un enredo para disimular el saqueo, basta mirar los saberes del pueblo para entender la distancia de estos nuevos ricos con nuestra identidad.
(*) Por Daniel Tirso Fiorotto. Periodista, investigador, escritor.

Fuente: Diario Uno

NdR: La reproducción de este artículo se realiza con la autorización del autor.

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