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La despedida de Daniel "Pancita" Rodríguez: qué se va y qué permanece

Daniel Pancita Rodríguez ha muerto. Los del Gualeyán se quedan sin su cantor, primera voz y director. La trayectoria de un músico de 54 años se interrumpe repentinamente. Pero ¿qué es lo que pierde el folklore con su ausencia? ¿Qué es lo que permanecerá en la memoria de quienes lo supieron escuchar en cualquiera de sus interpretaciones? He aquí algunos apuntes sobre un tipo de cantor cada vez menos frecuente.

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El músico diamantino Daniel Pancita Rodríguez recibió hoy el adiós de sus familiares, amigos y admiradores. Su repentina muerte a la edad de 54 años sorprendió a los cultores del cancionero entrerriano, la música del litoral y el folklore en general.

Los diarios, las radios, la televisión y los portales de internet se hicieron eco de la escueta información acerca de las causas de la muerte del cantor, músico y docente, sucedida este domingo. Con su desaparición, los del Gualeyán pierden a su director musical y su vocalista que, junto a Julio Figueroa, recorrieron los escenarios del país y del mundo.

Muchas veces, en el ejercicio de escuchar música y acopiar cierta variedad de un mismo género en los oídos, es muy difícil dejar de comparar. Y las comparaciones requieren categorías: son varios los que no pueden dejar de decir que con Pancita desapareció un cantor criollo.

Sin temor a discriminar, una radiografía del cantor criollo está compuesta de elementos particulares: por un lado, de la naturaleza, encontramos, además de las aptitudes vocales de cualquier registro, sea barítono, tenor o bajo, el tipo de vos “aguardentosa” que, como dijo un viejo poeta, es “un río que corre desde el pecho hacia el oído del que escucha”; la idioscincracia, influenciada por la geografía, el paisaje, las cadencias en el modo de hablar y los oficios del hombre en un determinado punto del globo tienen mucho que ver, porque son elementos que un cantor lleva internalizado; y por último, la actitud de que las canciones esculpidas dentro de una geografía vuelvan hacia la misma gente que la habita. Como bien sintetizó alguna vez el periodista Mario Alarcón Muñiz, el cantor que “entrega al pueblo lo que del pueblo recibe”.

Cuanto más escuchamos a este prototipo de cantor, más nos cuesta definirlo. Por comparación, así como el tango tiene en sus cantores, una forma de pronunciar las palabras y acomodar las frases dentro de la canción, como las tiene el urbanismo porteño cotidiano dentro del lenguaje, cada región del país tiene su música y, en ella, un conjunto de elementos —arcaicos, residuales y emergentes— donde se destaca una forma de pronunciar, de cantar y crear canciones teniendo como espacios todos los géneros musicales característicos de cada lugar. Y Entre Ríos, a través de su historia musical no fue la excepción: la chamarrita de Linares Cardozo, el chamamé de Abelardo Dimotta y las milongas de Víctor Velázquez construyeron, entre otros grandes y brillantes creadores —muchísimos de ellos anónimos— una forma de cantar heredada de muchísimos años de raíz musical.

Pese a que varios de estos elementos se transmiten en forma de tradición o gracias a la eternidad de un disco o una grabación casera, resulta frecuente asistir a una “urbanización” del canto folklórico —en su mayoría impulsada por los grandes festivales y el circuito de la industria cultural en general—, donde desaparecen muchos de los elementos regionales; donde es más importante la correcta pronunciación de las palabras; donde los clásicos más “movedizos” le ganan popularidad a los estilos o los intérpretes de guitarra en mano; donde la puesta en escena y las pantallas gigantes son, muchas veces, más importantes que los propios artistas; donde ese proceso de “civilización”, se va comiendo los elementos que los artistas cosechan para volverlos al pueblo en forma de canciones.

Como alguna vez me dijo Miguel Zurdo Martínez en una charla íntima, mientras escuchamos una vieja grabación: “no quedan más cantores así”.

Pancita Rodríguez, junto a Los del Gualeyán, editó 15 discos. Jamás se podrá olvidar la fotografía de uno de sus LP donde el conjunto aparecía de botas y bombacha y, en la parte de arriba, saco y camisa, mezclando de esta manera al criollo con el inmigrante europeo, en una síntesis muy clara.

Hoy, el ambiente folklórico lamenta la pérdida de uno de sus artistas, pero por sobre todas las cosas, asiste a la partida de un cantor cada vez menos frecuente, portador de una forma de hablar, cantar, sentir y dar talento y actitud.

La pregunta de más de uno resultaría evidente: ¿es necesario tener una voz como la de Pancita para ser un cantor criollo? Y creo que no. Cantar es una práctica inherente al ser humano. Pero es necesario no olvidar los restantes elementos de la radiografía: no olvidar los orígenes, el entorno, los referentes del canto regional y el deseo de cantar para el lugar mismo de donde salió la canción. Como alguna vez definió Atahualpa Yupanqui: “Solo se precisa poner en la colpa todo el corazón”.

Changuito Medina Folklore Los del Gualeyán

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