El 25 de abril de 1945 las tropas partisanas entraron triunfantes en Milán y signaron terminación de la segunda guerra mundial en la península, el mismo día en que soviéticos y yanquis se encontraron en el Elba después de haber rodeado Berlín.

Tres días después, en un intento fallido de escapar de la República de Saló con su amante, Clara Petacci, Mussolini fue interceptado por un grupo partisano comunista mientras intentaba refugiarse en Suiza, donde esperaba encontrar apoyo de Churchill, que se lo había prometido. Fue fusilado junto con Clara Petacci, y su cuerpo colgado de los pies en Piazzale Loreto, en el centro de Milán.

Durante años, nazis y fascistas habían colgado en calles y plazas los cuerpos de partisanos o civiles sospechados de serlo. A cada uno le ponían un cartel que decía “Bandido”, otra palabra hoy resignificada por la cultura popular italiana y gritada muchas veces con orgullo en las huelgas y manifestaciones. Hacia finales de la guerra, los alemanes aplicaron inclusive terribles formas de represalia: por cada soldado alemán muerto por los insurgentes, ellos fusilaban diez civiles tomados al azar del pueblo más cercano. Inclusive así, los civiles siguieron ocultando, sosteniendo y ayudando a los partisanos, demoliendo las estrategias terroristas del ejército nazi.