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Madame de Sevigné

El 5 de febrero 1626 nació en el castillo de Grignan en París Marie de Rabutin Chantal, marquesa de Sevigné, figura destacadísima de la prosa francesa a la altura de Moliére y La Fontaine.

Marie de Rabutin Chantal, marquesa de Sevigné, figura destacadísima de la prosa francesa a la altura de Moliére y La Fontaine. Foto: Harlingue/Roger Viollet/Getty Images)
Marie de Rabutin Chantal, marquesa de Sevigné, figura destacadísima de la prosa francesa a la altura de Moliére y La Fontaine. Foto: Harlingue/Roger Viollet/Getty Images)

En 1644 se casó con el marqués Henri de Sévigné, noble de Bretaña. Viuda desde 1651, se dedicó a educar a sus dos hijos, en especial a su hija Françoise-Marguerite, futura condesa de Grignan, con quien inició, en 1671, una correspondencia que ofrece una de las mejores descripciones de la corte de Versalles bajo Luis XIV.

Este epistolario se imprimió por primera vez en las Memorias de su primo Bussy-Rabutin (1696), y las primeras ediciones completas no aparecieron hasta el siglo XIX.

Influida por la obra de Corneille y por uno de sus maestros, el poeta Voiture, Madame de Sévigné se interesó por la escritura y se acercó a los círculos culturales parisinos. Tuvo una vida social muy intensa, simpatizó con los jansenistas de Port Royal, entre los que destacaba Pascal, abrió uno de los salones más importantes del reino y gozó de un importante prestigio intelectual.

En 1671, el traslado a Provenza de su hija Françoise-Marguerite, que acababa de casarse, la impulsó a iniciar una correspondencia que se prolongaría por veinticinco años (entre 1671 y 1696) y daría lugar a una obra maestra del género epistolar.

Las cartas de Madame de Sévigné constituyen una especie de diario por el cual desfilan los personajes más notables del reinado de Luis XIV y se relatan desde los escándalos galantes hasta los asuntos de Estado, entre los que no ocupa precisamente el último lugar el famoso proceso de Fouquet. Su epistolario es una admirable galería de retratos y de cuadros de conjunto de la sociedad de entonces, sólo comparable a las Memorias del duque de Saint-Simon.

El tono predominante en las cartas es alegre; Madame de Sévigné está naturalmente dotada de un espíritu finamente humorístico que le permite lograr una serie de efectos graciosamente caricaturescos. Pero la obra de Madame de Sévigné aparece limitada por una cierta aridez de corazón por la que, absorta en el afecto hacia su hija, se muestra casi indiferente a las pasiones mundanas, cuando no cínicamente insensible a las desventuras que no afectan a su sociedad

En cuanto al estilo, Madame de Sévigné está entre los escritores de su siglo que más contribuyeron a dar a la literatura de la época aquel tono de absoluta naturalidad unido al más exquisito buen gusto y a la más rigurosa elegancia. Raramente se observa en sus cartas la menor sombra de artificio; la mayoría de las veces, aunque vigilando su escritura y calculando sus efectos, la autora logra dar una impresión de facilidad y sencillez extraordinarias. Ya sus contemporáneos apreciaban en ella esas cualidades: pronto se vio obligada a sacar copias de todas las cartas que escribía a su hija y a hacerlas circular entre sus amigas y amigos, que a menudo dejaron testimonio de su entusiasmo.

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