Cuando ya se han juntado casi mil firmas para peticionar que una de las calles internas el Parque Urquiza lleve el nombre del periodista Guillermo Alfieri, se aguarda una reunión del Concejo Deliberante de Paraná donde quedaría aprobado el proyecto. Pero este homenaje, que parece tan común a muchas personalidades destacadas, tiene fundamentos particularmente válidos, más allá de la trayectoria de su oficio o los hechos políticos que le tocaron enfrentar a esta figura durante su vida.

Yiyi Alfieri, reconocido por la comunidad periodística entrerriana como uno de los grandes maestros del oficio y la búsqueda rigurosa de la verdad, falleció el domingo 3 de junio a los 82 años. Cofundó el diario riojano El Independiente junto a Alipio Paoletti y estuvo detenido durante la última dictadura militar. Sus restos descansan hoy en el cementerio Parque de la Paz, de San Benito, donde habitualmente llego yo a depositar uno o dos claveles, algunas veces blancos y, otras rojos.

La última vez que fui, ya habían colocado su nombre en la placa que identifica la sepultura. Cuando miré su apellido me pareció escucharlo al frente de una de sus clases del Taller de Redacción, donde en 2003 fui su alumno: “El uso de la primera persona (en la pieza comunicacional) puede llegar a ser contraproducente”, nos decía aquel profesor de la voz ronca, los cigarrillos negros y la palabra justa, combinada con el silencio, la escucha y la enseñanza del periodismo a quienes recién empezábamos.

Al escribir esta nota, señor lector, tuve que contradecir a mi profesor, aunque con el constante miedo de caer en la excesiva autorreferencialidad. Los dos primeros consejos que Yiyi nos dio fueron los más importantes para comenzar a ejercer el oficio: “Sean desconfiados, y sean curiosos”.

Quizá, para un estudiante que recién comenzaba, la desconfianza era moneda cada vez más corriente en la sociedad y no era tan difícil de ejercitar como la curiosidad. Así que para ser observador como un buen periodista, había dos caminos: ser curioso por sí solo o mediante un empujón.

Alfieri decidió darnos ese primer incentivo que muchos necesitamos, y lo hizo a través de su primer trabajo práctico cuya consigna fue: ¿En qué calle vivo? ¿Por qué la calle donde vivo se llama como se llama, y no de otra manera?

En ese momento, yo alquilaba un departamento en el edificio de Caja Forense, de calle Corrientes 322, entre Uruguay y Rosario del Tala. La curiosidad inyectada por Alfieri me llevó, primero, a la dirección de Catastro y luego a desempolvar unas polvorientas carpetas guardadas en otro anexo municipal. Plasmé los primeros resultados al comienzo del trabajo práctico que debíamos llevar para la semana siguiente:

“La calle donde actualmente vivo, lleva el nombre de Corrientes, debido a dos motivos: Por un lado, el homenaje a la vecina provincia y su capital, y por otro el nombre de esta vía pública responde al criterio nomenclador de las calles de la ciudad de Paraná, ya que, de este a oeste, las calles poseen nombres de provincia”.

Agregué otros datos complementarios como la extensión de seis cuadras de aquella calle que, entre 1854 y 1874 tuvo el nombre de Representantes. Pero la inyección de curiosidad aplicada por Alfieri intensificó sus efectos y me llevó a descubrir una comisión nomencladora de calles que asesora ad honorem al Concejo Deliberante, de cuyas bancas salen las ordenanzas para nombrar las arterias paranaenses. Al respecto, escribí en mi trabajo práctico:

“La Comisión de Nomenclatura de Calles, Lugares y Paseos Públicos fija criterios ordenadores para denominar calles, hacer relevamientos del nomenclador vigente, prestar asesoramiento y aceptar iniciativas sobre tales actividades, según consta en el artículo segundo de la ordenanza Nº 7236”.

 En ese momento, integraban la comisión Valentina Uranga, Olga Moyano, señor Pedro Dermonte, Adolfo Golz, Eduardo Solari, Héctor Acosta, Teresa Rocha, Jorge Izaguirre, Juan Reca y Alicia Delgado.

Completé y presenté el informe con el temor de todo estudiante que sabe que su trabajo será leído cuidadosamente. Si algo sabía hacer mi profesor era recorrer innumerables libros. No recuerdo cómo fue calificado mi primer trabajo práctico, pero quedé convencido de que ese periodista tan sufrido y políticamente riguroso, me había enseñado a abrazar la curiosidad.

Meses después, algunas barrancas del Parque Urquiza sufrieron serios deslizamientos. Julio Ponce, amigo e histórico locutor de Canal 9, me llevó a ver esas barrancas destruidas donde los socavones mordieron parte de la calle Melvin Jones, ubicada a pocos metros de la casa de Alfieri, en Bajada de los Vascos.

A partir de ese momento, tuve el tema para mi segundo trabajo práctico encargado por el profesor: Un informe periodístico que empezó sólo con los datos de los dos tomos de Paraná, dos siglos y cuarto de evolución urbana, la obra de la profesora Ofelia Sors. Me tocó estudiar la historia del parque, hacer entrevistas, recoger artículos periodísticos, meter la mano en los drenajes y resbalarme con la arcilla de las barrancas hasta caer al suelo.

A Alfieri le gustó y lo leyó delante de todos mis compañeros de clase. El Taller de Especialización 1, Redacción, que estaba bajo su dirección, fue una gran clase de cómo los periodistas deben ser curiosos.

Aquel profesor de la voz ronca y los cigarrillos negros me enseñó a descubrir cómo se le pone el nombre a una calle: ¿Cómo no va a tener la suya? Ese maestro que hoy nos sigue diciendo “sean desconfiados y curiosos”, merece estar en ese Parque Urquiza que un día se desmoronó y me invitó a averiguar por qué.

No existe otra coordenada de tiempo y espacio más perfecta para homenajear a Guillermo Alberto Alfieri. En unos días visitaré el cementerio para llevarle claveles. Serán rojos o blancos. No sé. Pero estaré convencido de que una calle de Paraná debe ser para él.

De la redacción de AIM.