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Un día para besarse

El 13 de abril se celebra el Día Internacional del Beso, una fecha que surgió gracias al beso más largo de la historia, que duró 46 horas 24 minutos y 9 segundos, registró AIM. En muchas ciudades, se organizan diversos tipos de concursos este día, principalmente aquellos en los que los participantes deben establecer registros de besos.[{adj:19356 alignright}]

La idea detrás del Día Internacional del Beso es que al parecer muchas personas han olvidado los simples placeres asociados con el beso por el beso mismo, a diferencia del besarse como mera formalidad social o como preludio de las relaciones sexuales o de otras actividades. El besarse puede ser una experiencia gozosa y placentera por sí misma. Es una expresión de la intimidad.

También ha funcionado como contrapeso a prohibiciones que existen en algunas ciudades y en algunos países que impiden que las personas se besen o incluso se abracen: por ejemplo, el caso de un profesor que fue arrestado unas horas en la ciudad de León, en el estado de Guanajuato, en México.

El Día Internacional del Beso no es aún tan comercial como el Día de San Valentín (día del amor y la amistad).

Algunos expertos afirman que si hay suficiente atracción entre dos personas que se besan, el cuerpo provoca procesos químicos similares a una sobredosis de anfetaminas. Por ejemplo, durante un beso intenso:

-Suben los niveles de dopamina, sustancia asociada con la sensación de bienestar.

-Suben los niveles de testosterona, hormona asociada al deseo sexual.

-Se segrega adrenalina.

-Aumenta la presión arterial.

-Aumenta la frecuencia cardíaca.

-Por todo esto, los especialistas piensan que en un caso extremo, de fuerte pasión y conexión, un beso podría llegar a causar un desmayo.

Curiosidades

Días como hoy son ideales para registrar récords de besos. Así ocurrió en 1990 en EE.UU., cuando un estadounidense, Wolfram, besó a 8001 personas durante ocho horas.

El beso más largo jamás dado en la gran pantalla tuvo como protagonistas a la ex esposa de Ronald Reagan, Jane Wyman, y a Regis Toomey en la película “Ahora estás en el ejército”. El beso que se propinaron duró 185 segundos, el 4 por ciento de la duración del filme.

Por su parte, la película de 1926 “Don Juan” de “Warner Brothers” contiene la mayor cantidad de besos: 191 en total.

El primer beso ‘de película’ se remonta a 1896: se trata de un clip de 30 segundos de Thomas Edison titulado “El beso”.

Los científicos consideran que besarse con regularidad puede tener efectos terapéuticos, ya que un beso largo y apasionado no sólo reduce la presión arterial, sino la cantidad de colesterol en sangre, disminuyendo así el riesgo de sufrir un ataque cardíaco.

Recientemente ha aparecido una ciencia que estudia las características fisiológicas y psicológicas de un beso y que recibe el nombre de filematología.

Se desconoce cuándo la humanidad decidió besarse, pero las referencias más antiguas datan del año 2,500 a.C., en las paredes de los templos de Khajuraho.

Según el sitio RT, una de las teorías sobre el origen del beso proviene de la mitología griega. “Según la leyenda, los seres humanos tenían cuatro brazos, cuatro piernas y dos cabezas. Un día, furioso por la arrogancia humana, el dios Zeus la dividió en dos partes, la femenina y la masculina. Según el mito, la única posibilidad de volver a unirse es a través del beso”.

Retomando el aspecto médico, se dice que besarse no solo permite pasar un agradable momento, sino que según los últimos avances médicos, un beso estimula la parte del cerebro que libera oxitocina en el flujo sanguíneo, creando una sensación de bienestar. La oxitocina es una hormona que influye en funciones básicas como enamorarse, orgasmo, parto y amamantamiento, está asociada con la afectividad, la ternura y el acto de tocar.

Además, los besos apasionados provocan la liberación de adrenalina en la sangre, la que a su vez aumenta el ritmo cardíaco, la tensión arterial y el nivel de glucosa en la sangre, disminuyendo así el riesgo de sufrir un ataque cardíaco.

Elogio del torpe primer beso

De los besos quizá se podrían sostener todas las afirmaciones posibles, de los primeros besos no tantas. De los besos atropellados, de los que caen por su propio peso, de los que han precisado cierta dosis etílica previa para terminar de lanzarse, de los muy deseados y de los que ocurren como los accidentes o como los tropezones –uno se vuelve y ahí estaba: el beso-, de los mentirosos o de los lúbricos, primeros todos, cuando se dan por primera vez –como las familias felices de Tolstoi- tienen algo en común. Hay como un batiburrillo inicial de largas costumbres. Ni el mismo chiste hace gracia a las mismas personas, ni hay dos seres en este planeta que besen idéntico, pero cuando uno besa a alguien por primera vez tira, como quien dice, de lo primero que conoce, o de lo que le ha funcionado casi siempre. Como es de prever que la otra persona está haciendo lo mismo lo más corriente es que se produzca un desacuerdo. No un gran desacuerdo, sino más bien un desacuerdo minúsculo y patoso, que es parte integrante y fundamental de la gracia del primer beso y que consiste sobre todo en una dolorosa arritmia: cuando uno gira la cabeza hacia un lado la otra hace lo mismo, pero no hacia el lado opuesto, sino hacia el mismo, por lo que parece más una coreografía de Bonnie M que un beso en condiciones, basta que uno entreabra los labios para que la otra los cierre, o que los cierre uno para que ella los abra, y hasta hay ocasiones en que uno tiene la sensación de que en esa boca que se besa por primera vez todo es dientes, dientes por todas partes (no hay enemigo más furibundo del primer beso que los dientes) o que se ha llevado –como en los cuentos- la lengua el gato, o alguien que no es el gato.

Otro enemigo furibundo del primer beso es la nariz. Quien tiene, como éste que suscribe, una nariz como Dios manda, ha de estar muy pendiente. La nariz puede muy fácilmente chocar contra la otra nariz (o no caber en lugar alguno, porque las narices, cuando se besa, en algún lugar tienen que meterse las pobres, no van a desaparecer), pueden también irse directas al ojo de la incauta (por eso las mujeres siempre cierran los ojos cuando besan por primera vez, no es romanticismo: es miedo) o pueden sencillamente molestar, porque las narices molestan también, a su triste y nasal manera.

Pero ningún enemigo del primer beso como las gafas. Se me dirá que las gafas pueden muy bien quitarse cuando uno se dispone a besar: nada más falso. Nunca, al menos, en un primer beso. Quien lleva gafas (y este que suscribe las tiene que llevar a veces también) sabe a la perfección la cara de topillo cegato que se le queda a uno justo en el instante inmediatamente posterior a quitárselas y lo disuasorio que puede llegar a ser para la animada compañera tan dispuesta a besarnos por primera vez, ver que el príncipe se le convierte –literalmente y de un segundo a otro- en rompetechos. De modo que uno no se quita las gafas, pero choca con ellas y a diferencia de la nariz las gafas se revelan como un objeto inusitadamente molesto: por primera en su historia pinchan como si tuvieran una tenacitas o dieran calambre. Cuando uno se decide por fin a quitárselas no sabe qué hacer con ellas y acaban espachurradas en algún oscuro bolsillo de atrás.

Pero el primer beso nos guarda muchas sorpresas aún. Tal vez la menor de todas no sea la de la extrañeza que produce comprobar una y mil veces lo mucho que cambia una cara vista tan de cerca. Tal vez por eso cierren las chicas los ojos: para no tener que verlo. A veces los cambios son tan sorprendentes que uno se pregunta si no le habrán cambiado a uno la persona en el último segundo. Hay gente que gana en la microdistancia y gente que pierde casi todos sus puntos. Basta, en cualquier caso, con cerrar los ojos y quererla por lo que es, o lo que esperamos que sea, o lo que fue cuando era niña pequeña y no hacía nada malo.

Pero la gran asignatura pendiente del primer beso, qué duda cabe, es el gusto. Cada uno tiene el suyo –su gusto y sus gustos- y jamás se debería olvidar que igual que las personas saben, nosotros también les sabemos a otras personas, tal vez no siempre todo lo bien que nos gustaría. Yo soy un gran fan –en los primeros besos- de los gustos inesperados. Y es que el gusto –como los tamaños de ciertas cosas- son siempre la gran sorpresa y el lugar en torno al que se genera el mayor número de expectativas. Son también los grandes delatores del alcohol ingerido o los pitillos fumados, pero hay que ser indulgente con los sabores nuevos. Bien podría ser como esos espárragos que odiábamos de niños y sin los que no podríamos pasar dos semanas de adultos.

El primer beso será siempre esa criatura retráctil y un poco patosa. Si se parece más a un golpe que a una carantoña no es desde luego culpa suya, ni quizá nuestra. Y es que si cada uno vive como puede no es menos cierto que cada cual besa también como Dios le da a entender. O al menos la primera vez.

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