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Caleidoscopio
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Estado, oligarquía y pueblo

El Estado moderno, que Nietzsche consideraba el más frío de los monstruos fríos, se arroga la función de gobernar al pueblo como si este fuera un menor de edad incapaz de autogobernarse. El historiador español Félix Rodrigo Mora afirma que en los últimos siglos en Europa -y en América desde 1492- no ha habido mecanismos que permitan la participación efectiva de las clases populares en la actividad política.

Mora es autor de numerosos libros que tratan de mostrar cómo sobre todo en España, a partir de la declinación definitiva de Roma en el siglo V, la civilización patriarcal y esclavista romana fue sustituida por otra de raíz popular, en sus palabras más amorosa, colaborativa y participativa, donde había propiedad comunal de tierras y bosques y el gobierno era por asambleas de vecinos, hombres y mujeres en igualdad.

En esa sociedad no había marginales en el sentido actual. El más pobre tenía derecho como todos a trabajar en los campos comunales y a recoger su parte de manera de cubrir sus necesidades, además de contar con la colaboración de todos en caso de enfermedad, por ejemplo.

Semejante estructura social, a la que también alude desde otro ángulo Pedro Kropotkin en La Ayuda Mutua, ha sido borrada del conocimiento sobre todo desde la revolución francesa, que eliminó todos los comunales que pudo, produjo un gran crecimiento del Estado y centralizó todo en París. Antes en España fue combatida por el emperador Carlos V, que venció a los comuneros de Castilla y mandó decapitar a su adalid, Don Juan de Padilla.

Para Mora la cuestión es si queremos ser gobernados o queremos un sistema político donde las decisiones las tome la gente. Un obstáculo para llegar a tomar las decisiones por nosotros mismos son los partidos políticos, que consideran al Estado como el centro de la vida política, en lo que coinciden con el fascismo.


La propuesta es que el centro de la vida política vuelva a ser el pueblo, que se autogobierne por asambleas. Pero tales asambleas no son reuniones tumultuarias en las plazas para discutir. Las asambleas soberanas son algo muy distinto y es necesario conocer la diferencia para tener claras las intenciones.

Las llamadas democracias actuales son variantes de dictaduras, presidencialistas o parlamentarias, regladas por constituciones que establecen el sistema político.

Se fija una trama formada por partidos y parlamentos, que tiene detrás los poderes del Estado. Los sistemas parlamentarios son oligarquías en que los representantes nominales ejercen una cuota de poder y son elegidos por ciudadanos sin libertad de consciencia. Las consciencias son manipuladas por el Estado y por la prensa dependiente del poder, que es capaz de influir decisivamente en la elección.

Así como la iglesia católica se formó en el siglo V adoptando la organización que había servido al decadente imperio romano, el Estado moderno es tributario de la organización militar preexistente. El Estado está formado sobre la estructura del Ejército, como ya notaron desde hace más de un siglo algunos sociólogos de la escuela de Max Weber.

Pero además, el Estado moderno está muy permeado por los amos del dinero, que cada vez concentran más la propiedad en ellos, de modo que las libertades que promete la democracia son meramente nominales.

Otra parte notable la tienen las élites encargadas de formular la doctrina que debe ser consumida por las masas; en nuestras sociedades son los periodistas "formadores de opinión" cuyo alcance real no tiene mucho radio, por enérgicas que parezcan sus críticas y condenaciones. Dentro de los formuladores de doctrina al servicio del poder se debe incluir también a las universidades, que son una fuente de saber que conserva un prestigio que ya no merece.

Los diputados y senadores son, en general y salvo honrosas excepciones, gente de mediana o escasa capacidad, que ante cualquier dificultad real deben consultar a la "gente que sabe", es decir a los académicos y profesores universitarios, en los que recae el poder de sugerir las leyes a los representantes que la gente votó. Estas élites universitarias hacen las leyes que requiere el Estado y no las que necesita la gente.

Los partidos, en fin, de izquierda, centro o derecha, son corruptos y están degradados, enfrascados en peleas por cargos y prebendas y en reemplazarse los unos a los otros. En eso gastan casi toda la energía de sus miembros, integrantes de oligarquías donde los votantes son espectadores.

Los partidos tienden cada vez más a un sistema clientelar que al menos en su nombre proviene de los senadores de la antigua Roma, que se hacían acompañar de sus casas al Senado por una multitud de "clientes". Luego, en fecha determinada, los reunían y les entregaban harina, aceite y otras subsistencias, el precio del acompañamiento. Quien llegaba al Senado con una comitiva más numerosa, que lo vivaba y aplaudía, mostraba más poder. Los clientes eran pobres que dependían del rico senador. Hoy, y justamente en estos momentos, más que nunca se nota el clientelismo con reparto abundante de bienes a los votantes con el fin de forzar un resultado electoral favorable.

Según Mora, los pueblos reducidos a masa han dejado de valorar la libertad y la han reemplazado por el consumo y el bienestar. Se han convertido así en un puntal del sistema partidocrático corrupto.

Por esa vía los valores han trasmutado. Ya no tenemos sociedad de consumo y pronto no habrá tampoco Estado de bienestar.

Para Mora, las clases populares son más corresponsables del estado miserable actual que sus víctimas. Deben abandonar el victimismo y las acusaciones. Es cierto que los políticos las engañan pero ellas parecen querer ser engañadas porque prefieren la ilusión de que sin hacer nada, permaneciendo en casa, les darán todo: "quédate en casa, no tendrás nada pero te llevaremos todo y serás feliz".

El pueblo debe dejar de esperar de otros y ser autoexigente, que es la condición de la evolución de las personas. Es claro que la gente es permanentemente engañada, pero en parte también es cierto que se autoengaña y cree en promesas increíbles.

Mora dice que es obvio que la partidocracia es una mentira, y pregunta cómo puede ser democrático un sistema de oligarquías regidas por muy poca gente, donde hay ejército, policía, banca, universidades y medios de prensa que son un gran negocio.

El progreso tecnológico ha permitido las operaciones de ingeniería social que ya se hacen a la vista de todos, con el resultado de estupidizar y dividir a la gente. El espectáculo que están dando los multimillonarios dueños de las redes sociales, que venden los datos de sus usuarios e influyen decisivamente en su voto en las elecciones usando algoritmos diseñados con ese fin, son apenas un ejemplo de estas operaciones que salió a la superficie.

Para lograr un gobierno por asambleas es preciso elevar la calidad media de las personas, a diferencia de lo que ocurre hoy, donde más bien se trata de disminuirla. Sin elevación de la calidad no es posible el gobierno por asambleas. El Estado actual termina invitando a la gente al sueño, como el presidente que tras perder las elecciones de medio término, mandó a dormir a la gente que esperaba los resultados finales. El sujeto medio debe ser espiritualizado, de modo que pueda cambiar la actual sociedad competitiva e individualista por otra convivencial.
De la Redacción de AIM.

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