Según una leyenda moderna, digna de la ciencia ficción, hay en el Vaticano una máquina llamada "cronovisor" que habría capturado del pasado una imagen de Jesús en la crucifixión, pero también otras de la fundación de Roma y un discurso de Cicerón en el senado romano.
Esta máquina del tiempo sería obra del cura benedictino Marcello Pellegrino Ernetti, que aseguró haber terminado en 1970 la construcción de un dispositivo capaz de esa hazaña, basado en que nada se pierde, todo se conserva y puede ser recuperado. Ernetti dijo que colaboraron con él científicos de varios países europeos.
Ficciones aparte, la imagen de Jesús que la mayoría reconoce es en realidad el autorretrato de un grabador y pintor del Renacimiento alemán, tanto como las vírgenes son retratos de mujeres italianas de esa época.
Pero Jesús -si existió- no era europeo, nórdico ni mediterráneo, era un judío de Galilea, un semita nativo del Oriente medio, y su rostro debió ser muy diferente del que sugieren los retratos de piel pálida y ojos claros si nos atenemos a la etnia a la que pertenecía.
Quién sabe lo que se traga la tierra
"El sepulcro cubre lo que tuvo de mortal", dice el epitafio sobre la tumba de Alberto Durero. Willibald Pirckheimer, autor del epitafio, el humanista amigo del gran pintor y grabador muerto en 1528, está enterrado con él en el cementerio San Juan de Nürnberg. Dedicó a su amigo un poema que termina: Tierra, voy a dormir contigo; si alguna vez despierto, compartiremos juntos la inmortalidad.
Durero, Albrecht Dürer en alemán, fue el primer pintor que se autorretrató, no una sino muchas veces y no a modo de figurante en un costado del cuadro como tímidamente se hacía hasta entonces.
El Renacimiento había subrayado la inusitada importancia de ser humano y había puesto al hombre en el centro de la realidad, hasta entonces ocupada solo por dios: se pasaba insensiblemente del teocentrismo milenario al antropocentrismo que dura hoy todavía.
Y los artistas empezaron a considerarse intelectuales y a sentir el deseo de transcendencia personal, de dejar al futuro algo de sí: un retrato que dijera por ellos "así era yo" cuando ya no tuvieran boca.
Y lo consiguió, porque a diferencia de los artistas anteriores, que eran artesanos que no sentían que debían proponer su figura a la consideración del porvenir, Durero trabajó para eso con una consciencia histórica muy desarrollada cuando apenas empezaba a despuntar la nueva era.
El primer retrato de Durero es el de un niño de 13 años, ya dueño de una técnica madura. Los retratos posteriores, todos con fecha, muestran un hombre vestido con ropas refinadas, que evidencian el desarrollo personal del artista, que era hijo de un orfebre pero aspiraba a la consideración de los artistas como genios, como seres casi sobrehumanos o por lo menos como personalidades interesantes.
Un autorretrato suyo de cuando tenía 28 años mira de frente sobre un fondo oscuro, siempre con especial cuidado al cabello, ahora castaño. Ese retrato ha sido tomado como modelo para las imágenes de Cristo porque es frontal, lo que en ese tiempo se reservaba a las grandes personalidades.
Ese autorretrato tiene algún parecido con el velo de la Verónica, conocido como santo sudario, que podría ser el primer autorretrato de la historia, aunque las pruebas científicas han demostrado que el velo no es anterior a la baja edad media europea.
Es posible que Durero no quisiera divinizarse él mismo, sino seguir con su espléndido autorretrato la idea de que el hombre debe imitar a Cristo; no sería entonces un acto de arrogancia sino de humildad, un intento de "ser perfecto". "Por tanto, sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5:48).
El hecho de que Durero haya sido nórdico ha tenido consecuencias: el rostro de Cristo gracias a su retrato ha sido de rasgos germánicos, lo que posiblemente no fue la intención de Durero. Los intentos modernos de rehacer el posible rostro de Jesús mediante la inteligencia artificial lo muestran como un semita de características muy diferentes a los del gran artista de Nürnberg.
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