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Caleidoscopio
Caleidoscopio

La plata rueda y suena

Potosí, en la Bolivia actual, antes parte el Virreinato del Río de la Plata, fue en su esplendor una ciudad del tamaño de París o Londres. Debía su prosperidad a la plata que guardaba en las entrañas el Sumaq Orco, el cerro rico.

Es un ejemplo de saqueo imperial a países dominados, y quizá quede como ejemplo insuperable de robo secular, explotación irracional, exhibicionismo de nuevos ricos, genocidio de la población autóctona esclavizada y despilfarro necio.

Las riquezas del tercer mundo siguen bajo la misma mano férrea que destruyó la naturaleza americana: con los campos de soja transgénica que envenenan los ríos, destruyen la biodiversidad, la flora y la fauna y provocan enfermedades y malformaciones, con la megaminería que rompe y raja montañas y envenena el agua, con la extracción ciega de petróleo en los países árabes, que quedarán reducidos a la arena cuando el "oro negro" se acabe, y con la fractura hidráulica para sacar metano y propano.

Cuando se terminó la plata, que parecía inagotable, Potosí pasó de ser la ciudad más rica y poblada del mundo a un pueblo moribundo al pie de un cerro que se cae a pedazos.

Lo sagrado y lo profano
La académica boliviana Teresa Gisberti ha concluido que la existencia del cerro rico de Potosí fue ocultada a los españoles por los indígenas tanto como pudieron porque era el santuario más importante de la región, dedicado a Pachacámac, una deidad del mundo subterráneo.

La vinculación de este cerro con las fuerzas telúricas es indicio de que desde tiempos inmemoriales los habitantes conocían la particularidad del lugar, ya que lo relacionaron con creencias vinculadas con los metales, la metalurgia y la extracción de minerales.

Cuando llegaron los Incas, en el siglo XV, incorporaron el culto del sol, y luego los curas españoles superpusieron a las divinidades ancestrales la imagen de la virgen María, que fue entendida por los indígenas como una figuración de la Pachamama, la madre tierra.

Gisberti cita un texto antiguo, atribuido al primer cronista de Potosí: "Más había de doce años que los españoles poseían este reino y no tenían noticia de la riqueza de este cerro, .. .y en su descubrimiento no se halló rastro que los antiguos incas o reyes se hubiesen aprovechado de sus minas, ni se halló señal de labor... ora por alguna vana observancia y ceremonia a que eran inclinados estos indios (adorando los montes señalados y piedras singulares)... dedicándolos a sus Macas o adoraciones, que era el lugar donde el demonio los hablaba y hacían sus sacrificios-..."

Quizá no haya habido explotación, sin duda no como la desenfrenada que siguió, la que en enero de 2011 provocó derrumbes en la cumbre del cerro, que perdió su forma cónica perfecta debido a la destrucción interna a que fue sometido durante tres siglos. Pero los indígenas no ignoraban la riqueza mineral del cerro, porque siempre había razones para elegir cierto lugar como santuario, en este caso a las deidades de la tierra. Solo que en lugar de arrasarlo prefirieron respetarlo y preservarlo.

El cerro y toda su zona fue centro ceremonial, como atestiguan las pinturas rupestres. Actualmente, los estudiosos las contemplan como testimonios mudos de un pasado remoto; dos veces mudos porque son también relatos que no podemos comprender, textos sin palabras que no podemos entender.

La mayoría de las pinturas se encuentran en cuevas naturales en la zona de Betanzos, en el departamento Potosí. Una de ella, conocida sintomáticamente como la cueva del diablo, está a menos de siete kilómetros de la ciudad. Los investigadores retiraron una gruesa capa de pintura roja que manos "piadosas" habían aplicado sobre una pared de roca basáltica y descubrieron una figura antropomórfica de gran tamaño, datada antes de la llegada de los españoles. Estas figuras y otras de toda la región de Betanzos están invadidas por la modernidad en forma de grafittis aplicados con aerosol, a veces con mensajes relacionados con el satanismo comercial que les han parecido apropiados a los turistas para dejar en el lugar desde que hace siglos los curas vincularon con Satanás, el príncipe de los demonios judeocristiano.

La riqueza indigesta
El cerro de la plata tiene una legua de altura sobre el nivel del mar y poco más de una legua de circunferencia, de modo que es esbelto y su cumbre era un cono perfecto, pero sus laderas son áridas porque están muy por encima de la altura a la que crecen los árboles.

Se formó hace millones de años como resultado de una erupción volcánica que con las rocas ígneas trajo del interior de la Tierra diversos metales: plomo, estaño, cobre, hierro, pero plata sobre todo en grandes cantidades, en forma de cloruros y sulfuros.

Todo el cerro Rico de Potosí era un inmenso depósito de minerales de plata que llegaban a la superficie en varios sitios. En parte esta afloración fue su desgracia, porque fue atacado sin piedad al punto que tuvo hasta 5.000 bocaminas y socavones, casi todos conectados entre ellos con una longitud total de unos 1000 kilómetros.

La promesa de riquezas sin límite, que como dice Quevedo pasaron casi sin dejar rastro por España debido a la política desastrosa de sus reyes y eran "en Génova enterradas", en alusión a los banqueros de Italia, venció todos los obstáculos a pesar de la precariedad de recursos: todo lo necesario para la explotación fue alzado a 4.070 metros de altura: mineros, herramientas, trabajadores, ganado, alimentos.

Al influjo de sus enormes riquezas, las mayores del mundo en ese momento, Potosí se convirtió en una ciudad muy grande para su época: unos 120.000 habitantes, más que Madrid y algunos dicen que también más que Londres o París en el siglo XVII. De ser así hubiera sido entonces la ciudad más grande del mundo, aunque cifras poco seguras dan a las capitales europeas poblaciones mayores.

Otra versión sugiere que los Incas conocían la existencia de plata en el cerro, pero cuando el emperador intentó comenzar a explotación metalífera se produjo una tremenda explosión que habría sido el origen del nombre actual "P'utuqsi", gran ruido, porque según la leyenda la plata estaba reservada para los que vinieran después de él, los españoles, que bien pudieron ser los introductores intencionales de esta leyenda que los favorecía y los legitimaba.

Potosi nació como ciudad bajo dependencia de Sucre, pero cuando apenas 25 años después tenía ya 50.000 habitantes logró autonomía y el rango de ciudad y derecho a elegir sus autoridades el 21 de noviembre de 1561 con el nombre de Villa Imperial del Potosí.

En 1625 tenía 160.000 habitantes. Miguel de Cervantes acuña en el Quijote la expresión "vale un Potosí", con el significado de una fortuna incalculable, lo que de paso señala que en general en España estaban al tanto del saqueo.

Potosí produjo el 80 por ciento del total de la plata que se extrajo en el Perú y el 50% de toda la que se obtuvo en el mundo a fines del siglo XVI. Del total de 346 millones de pesos, equivalentes a unas 15.000 toneladas, producidos por Hispanoamérica entre 1521 y 1610, el 67,5 por ciento, salieron del virreinato del Perú y el 77 por ciento de Potosí.

A comienzos del siglo XVII Potosí tenían treinta y seis iglesias, otras tantas casas de juego y catorce escuelas de baile. Habían salones, teatros y tablados para las fiestas que lucían riquísimos tapices, cortinajes, blasones y obras de orfebrería. De los balcones de las casas colgaban damascos coloridos y lamas de oro y plata.

Otro recuento histórico dice que en 1579 había en Potosí ochocientos tahúres profesionales y ciento veinte prostitutas célebres, a cuyos resplandecientes salones concurrían los mineros ricos. En 1608 se festejaba las fiestas del santísimo sacramento con seis días de comedias y seis noches de máscaras, ocho días de toros y tres de saraos, dos de torneos y otros de fiesta. De plata eran los altares de las iglesias y las alas de los querubines en las procesiones. En las casas de los mineros más ricos circulaban todo tipo de perfumes, joyas, porcelanas y objetos suntuosos, y se dice que hasta las herraduras de los caballos eran de plata.

El lado oscuro
Esto vale para los españoles que saqueaban la montaña y vivían de esta forma. Los indígenas sufrieron gracias a la riqueza de su tierra de manera indecible. Decenas de miles fueron sometidos a la mita, un sistema incaico que adoptaron y aplicaron los españoles hasta convertirlo en esclavitud, para proporcionar mano de obra para las minas.

Los mitayos trabajaban hasta 16 horas diarias cavando túneles o extrayendo el metal manualmente o a pico.

Los indígenas morían como moscas en los derrumbes y si se rebelaban, ahí estaban las fuerzas del orden para aplicarles la justicia del trabuco sin más. Los españoles ni siquiera retiraban los cadáveres del interior de las minas, para ahorrar costos, y se limitaban a introducir más indios esclavos para que sigan el camino de los anteriores.

El resultado fue que los buitres giraban incesantemente en torno de las bocas. Entre 1545 y 1625 varios millones de indígenas murieron en las minas hasta que los explotadores comenzaron a observar que la mano de obra se les terminaba. Las muertes se debían a las terribles condiciones de trabajo sumadas a la mala alimentación, a gases subterráneos y al mercurio, metal pesado muy venenoso, utilizado para obtener plata a través de amalgamas, en este caso de mercurio y plata.

La montaña que había sido sagrada desde tiempo inmemorial, antes de los Incas, mereció para los indígenas a partir de 1559 una denominación nueva, que ilustra sobre su nuevo aspecto de raíz europea: "La boca del infierno".

El comercio mundial en dólares españoles
La enorme producción de plata de Potosí, y también de Zacatecas en México, despertó la codicia de los mercaderes chinos, que disponían por entonces para el intercambio de productos muy refinados que Europa desconocía.

España creó con la plata de América (Abya Yala) una moneda llamada "real de a ocho" porque valía ocho reales. Fue el inicio de la globalización, la primera divisa mundial. Cada moneda real de a ocho tenía 25,56 gramos de plata, y a la cotización actual valdría alrededor de 18 dólares estadounidenses.

Esa moneda era llamada también "dólar español", a partir del tálero (de Thaler, del valle), antigua moneda alemana de plata que dio nombre al dólar. El real de la ocho, la plata americana, permitió la circulación de personas y bienes entre Asia, Europa y Abya Yala.

Los chinos constituían una civilización cerrada sobre sí misma, con poco interés en el extranjero, pero sufrieron un apetito voraz por la plata y los reales de a ocho.
A finales del siglo XVI, la dinastía Qing dispuso que los impuestos se pagaran en plata, de modo que para conseguirla fue preciso comerciar. La plata era el único medio de pago que los chinos aceptaban por la exportación de sus mercaderías.

Potosí era la mayor mina del planeta; y es posible que el terrible destino de los indígenas esclavizados fuera el resultado del interés chino, correspondido por el interés occidental en objetos de lujo que por entonces solo la China producía.

La seda pasó a ser muy preciada, también la porcelana, los diamantes, las perlas, el marfil y los muebles de madera; lo mismo que el té, el lino, el ámbar, las espadas y cuchillos, los reactivos para producir pólvora y el mercurio para extraer plata por amalgama.

La mayoría de las mercancías que llegaban en los barcos de China pasaban de Acapulco, en el Pacífico mexicano, a la Ciudad de México, luego a Veracruz junto al Atlántico y finalmente a Sevilla y al resto de España y Europa.

El dólar español, el real de a ocho, fue la primera moneda común del mundo, íntegramente hecho de plata americana.

En 2016 aparecieron en Acapulco más de 3000 piezas de porcelana azul y blanca, una muestra del interés que había por esa vajilla, que era creada exclusivamente para la exportación.

Una curiosidad es que una variante del mantón de Manila, una prenda femenina de origen chino cantonés muy popular en España y en América, que llegaba con los galeones del Asia, es hoy en día indispensable en Andalucía para el baile flamenco.
De la Redacción de AIM.

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