Saltar menúes de navegación e información institucional Teclas de acceso rápido

El clima hoy en:

-

- -

El dólar hoy: (BCRA)

$850,0 / $890,0

Caleidoscopio
Caleidoscopio

Sacerdotisas católicas

La versión copta del evangelio de María Magdalena, encontrada por un erudito alemán en un bazar de El Cairo en 1896, plantea un problema que la iglesia católica trató de cortar en redondo desde que Teodosio la estableció como iglesia oficial en el Imperio Romano.

Después del Concilio de Nicea en 325, cuando Constantino puso al cristianismo en igualdad con las religiones paganas, en 380 Teodosio fue más lejos: en el edicto de Tesalónica lo fijó como religión oficial, exclusiva: "Ordenamos que tengan el nombre de cristianos católicos quienes sigan esta norma, mientras que a los demás los juzgamos dementes y locos sobre los que pesará la infamia de la herejía. Sus lugares de reunión no recibirán el nombre de iglesias y serán objeto, primero de la venganza divina, y después serán castigados por nuestra propia iniciativa que adoptaremos siguiendo la voluntad celestial".

Desde entonces, la "voluntad celestial", plasmada en la ortodoxia, viene discriminando a las mujeres como no parece el caso del cristianismo primitivo, por ejemplo el ilustrado por María Magdalena, que de apóstol elegida por Jesús pasó a ser una prostituta.

El evangelio de María Magdalena, "gnóstico y apócrifo" como lo etiquetó la iglesia, relata una controversia en la que intervienen los apóstoles Andrés y Pedro. Andrés era hermano mayor de Pedro, y eso le daba cierta preeminencia sobre él.

Andrés, dirigiéndose a todos, dice en referencia a María Magdalena: "no sé lo que piensan los demás, pero estas cosas me parecen muy extrañas, y parece que nos está contando enseñanzas diferentes a las del Salvador".

Después interviene Pedro: "¿Habría Jesús hablado en privado con una mujer en lugar de abiertamente con nosotros? ¿Él la prefería a nosotros?"

Mateo defiende a María y reprueba el ataque sobre ella: "Pedro, siempre fuiste impulsivo. Ahora te veo ejercitándote contra una mujer como si fuera un adversario. Sin embargo, si el Salvador la hizo digna, ¿quién eres tú para rechazarla?"

Pedro parecía no concebir que Jesús hubiera seleccionado a María. una mujer, sobre los otros discípulos para interpretar sus enseñanzas.

La discriminación contra las mujeres en el catolicismo es tenaz: en el siglo XX la teóloga francesa Anne Soup propuso desafiante, sin éxito, su candidatura al arzobispado de Lyon tras el cese en 2019 del cardenal Felipe Barbarin, acusado de encubrimiento.

Últimamente, dentro y fuera de la iglesia aparecieron voces autorizadas que consideran a la exclusión femenina del ministerio sacerdotal una discriminación contraria a la actitud atribuida a Jesús y al cristianismo primitivo, y a los movimientos de emancipación de la mujer.

El teólogo español Juan José Tamayo recoge varios testimonios de documentos papales sobre el tema, todos sosteniendo la discriminación; el más contundente fue de Juan Pablo II en 1983: "Declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia”.

Tamayo sostiene que hay sin embargo datos históricos suficientes. "La rebelión de las monjas para ejercer el sacerdocio" es un libro de Lavinia Byrne, monja ella misma que abandonó los hábitos cuando el Vaticano la intimó a no seguir hablando de sacerdocio femenino: "Cuando las mujeres eran sacerdotes", de Karen Jo Torjesen, catedrática de Estudios sobre la Mujer y la Religión en Claremont Graduate School, y los trabajos del historiador Giorgio Otranto en Bari, Italia, son otros ejemplos que cita Tamayo.

Esos textos muestran que cuál era el papel de las mujeres en base a inscripciones en tumbas y mosaicos y cartas pontificias, y dan una fundamendación teórica que quita valor a los argumentos autoritarios que el magisterio eclesiástico considera definitivos.

Uno de los textos recuerda que debajo del arco de una basílica romana aparece un fresco con cuatro mujeres. Sobre la cabeza de una hay una inscripción que dice: Theodora Episcopa (Obispa). La "a" de Theodora está raspada en el mosaico, no así la "a" de Episcopa.

Otro texto revela que en una tumba de Tropea, en Calabria, aparece una dedicatoria de mediados del siglo V: “Consagrada a su buena fama Leta Presbytera vivió cuarenta años, ocho meses y nueve días, y su esposo le erigió este sepulcro. Inscripciones de los siglos VI y VII atestiguan la existencia de mujeres sacerdotes en Salone (Dalmacia) (presbytera, sacerdota), Hipona, diócesis africana de la que fue obispo san Agustín (presbiterissa), cerca de Poitires (Francia) (presbyteria), en Tracia.

San Atanasio, al que se atribuye el credo trinitario, afirma que las mujeres consagradas pueden celebrar juntas la fracción del pan sin la presencia de un sacerdote varón: “La santas vírgenes pueden bendecir el pan tres veces con la señal de la cruz, pronunciar la acción de gracias y orar, pues el reino de los cielos no es ni masculino ni femenino".

Alrededor del año 500, el papa Gelasio I reprende a los obispos del sur de Italia porque "los asuntos de la Iglesia han llegado a un estado tan bajo que se anima a las mujeres a oficiar en los sagrados altares y a participar en todas las actividades reservadas al sexo masculino". Al parecer, los obispos observados por el Papa habían concedido el sacramento del orden a esas mujeres, que ejercían sin problemas funciones sacerdotales.

Ante la pregunta de un sacerdote que quería saber cómo entender las palabras "presbítera" y "diaconisa" que veía en inscripciones antiguas, Atón, obispo de Vercelli, responde en el siglo X que las mujeres también recibían los ministerios y cita a san Pablo: “Os recomiendo a Febe, nuestra hermana y diaconisa en la Iglesia de Cencreas”.

Aton agrega que el concilio de Laodicea, en el siglo V prohibió la ordenación sacerdotal de las mujeres. Admite que "presbytera" puede designar a la esposa del presbítero, pero prefiere el significado de sacerdotisa ordenada.

La permanente hostilidad y desdén contras las mujeres reaparece en el papa Honorio III, que pidió a los obispos de Burgos y de Valencia que prohibieran hablar a las abadesas desde el púlpito, por esta razón: “Las mujeres no deben hablar porque sus labios llevan el estigma de Eva, cuyas palabras han sellado el destino del hombre”.

Tamayo, adscripto a la teología de la liberación, niega a papas, cardenales, obispos y teólogos autoridad para desmentir datos de la investigación histórica, los insta a ejercer su poder democráticamente y compartirlo con las mujeres creyentes, que hoy son mayoría en la Iglesia católica"

Juana en el Papado
La presencia de la mujer en el sacerdocio, a partir de María Magdalena y pasando por testimonios irrefutables, llegó a la culminación con la Papisa Juana, que de haber existido sería la única mujer que habría llegado al pontificado. Se habría tratado de una humilde campesina nacida en Ingelheim am Rhein, cerca de Mainz (Maguncia), Alemania, quien logró acceder a la jerarquía papal ocultando su sexo.

El pontificado de esta mujer se suele situar entre los años 855 y 857, que corresponden al papado de Benedicto III. Sin embargo, otras versiones afirman que coincide con el mandato de Juan VIII, que se remonta al período 872-882 y otros también la ubican después del año 1000.

La eventual existencia de una mujer que habría accedido al trono de Pedro ha sido negada y descalificada por la iglesia católica y por numerosos historiadores, pero sin embargo hay otras investigaciones que no la consideran descabellada.

La papisa habría vivido en el siglo IX, en plena Edad Media, a la que solemos considerar como una de las épocas más oscuras de la milenaria historia de la humanidad, de acuerdo con la idea que hoy nos hacemos de ella, que es producto de las interpretaciones del Renacimiento confirmadas por la Ilustración. Tales interpretaciones han sido criticadas por historiadores posteriores, pero la imagen de la Edad Media que surge de ellos ha quedado restringida a ámbitos académicos, y es la renacentista e ilustrada la que prevalece.

Según algunas reconstrucciones, la infancia de Juana fue una suerte de calvario por la violencia que sufrió en su hogar fruto de la intolerancia, el fanatismo y la barbarie de su padre.

Ese odio misógino, que perdura hasta el presente, constituye el eje en torno al cual gira una peripecia particularmente traumática, que mutó a Juana en "hombre", para sobrevivir al tormento de ser mujer, poder educarse y ascender en la jerarquía eclesiástica.

Juana habría triunfado en un medio lleno de funcionarios inmorales que luchaban para apropiarse del poder y manipular groseramente las voluntades de los fieles, mediante la ignorancia y prácticas terroristas.

Juana habría desafiado osadamente a un sistema autoritario hasta ceñir su cabeza con la tiara papal, con el propósito redentor de reivindicar los inalienables derechos de todos.

La idea de que en plena Edad Media la iglesia tuvo una Papisa no está demostrada pero vuelve una y otra vez y toca algunas cuerdas ocultas de la mente de los creyentes y de los opositores al catolicismo romano.

La leyenda indica que en 857 los ciudadanos de Roma ovacionaban al Papa Juan VIII mientras éste desfilaba en procesión desde la basílica de San Pedro hasta su residencia, el palacio Laterano. Al pasar por un estrecho callejón, el Papa tropieza y cae. Todos acuden a socorrerlo pero se llevan la sorpresa de que el Santo Padre resulta ser una mujer que se ha puesto de parto y que, allí mismo, va a traer al mundo a su hijo.

Horrorizados, escandalizados y furiosos, los devotos rodean a la indefensa parturienta, la atrapan, la llevan fuera de la ciudad y allí la apedrean hasta matarla.

Se trata de una leyenda que fue muy popular desde el siglo XIII. La historia arranca en Juana, hija de unos misioneros que vivían en Mainz, Alemania, en 818.

Juana, de acuerdo con la leyenda, se enamoró a los 12 años de un monje. Para seguirlo se hizo pasar por hombre e ingresó en el mismo monasterio que su amado. Se hizo llamar Juan Anglicus (Juan de Inglaterra), y con ese nombre "oraba de día y amaba de noche".

Descubiertos, ambos debieron escapar. En algún punto del camino, el monje amado de Juana se evaporó y ella continuó sola a Roma con su atuendo masculino. Allí trabajó como maestro y se destacó en la sociedad romana de la época. Reconocido su talento y elocuencia natural por los mismos cardenales, al morir el Papa León IV en 855, Juan, que así­ la conocí­an, fue elegida como su sucesor, Juan VIII.

Pero quedó embarazada de su sirviente más personal y esto la llevó al desastre. Tras el parto público y el desgraciado final, se nombró un nuevo Papa, Benedicto III.
Además, se le puso a éste como fecha de su nombramiento el año 855 con la finalidad de borrar la existencia de Juana en el Papado.

Años después hubo otro Papa Juan, pero fue Juan IX, sino Juan VIII. Existen referencias históricas que no son concluyentes. Se han encontrado vestigios de su posible existencia en estatuas y otras obras de arte, pero los historiadores no se ponen de acuerdo y la iglesia las considera restos de antiguas creencias paganas. Por ejemplo, durante más de dos siglos hubo en la catedral de Siena, Italia, una estatua llamada "Papa Juan VIII, una mujer inglesa", que estaba situado entre los bustos de distintos Papas. Y allí estuvo hasta que el Papa Clemente VIII lo renombró "Papa Zacarías".

En "Enigmas de la historia", César Vidal narra que durante siglos circuló la leyenda de la existencia de una Papisa en Roma, y que para evitar la repetición de un hecho tan escandaloso, "cada nuevo pontífice se veía sometido a un tacto testicular antes de proceder a su coronación". Sobre este asunto, que siempre suscita el interés del público, hubo incluso una película, que se limitaba a recoger la leyenda sin agregar nada a ella, salvo la invención de una silla a propósito para realizar el examen.

Durante el siglo XIII el cronista dominico Juan de Mailly recogió y difundió la historia de una mujer llamada Juana que había calzado las sandalias del pescador Pedro. De acuerdo con el relato, Juana era de origen oriental (bizantino) y, para evitar ser violada, se había disfrazado de hombre. Oculta tras su atavío, Juana había conseguido llegar a Roma donde se abrió camino pronto dada su extraordinaria erudición, que nadie dice cómo alcanzó porque todos están de acuerdo que vivía en una "edad oscura" donde debió ser analfabeta sobre todo si era campesina y mujer.

En su época la elección papal seguía dependiendo de las votaciones de todos los fieles de la ciudad y, precisamente por ello, venían determinadas por las corruptelas de las grandes familias romanas.

Juana habría sido elegida en uno de esos momentos de debilidad de las familias más relevantes de la ciudad eterna, designación pagana que nunca repugnó al cristianismo y que se hizo real sobre todo por las incesantes disputas. Juana habría gobernado bien iglesia hasta que quedó claro, en su caída final, que no había podido mantener la continencia sexual.

De acuerdo con Vidal "los largos hábitos, las vestiduras holgadas y, muy especialmente, lo poco imaginable que resultaba pensar en un Papa embarazado sirvieron para que Juana ocultara su estado durante la gestación".

Le hubiera sido relativamente sencillo dar a luz en secreto y ocultar a la criatura pero no tuvo esa fortuna. Cuando se hallaba presidiendo una procesión le sobrevinieron los dolores de parto. Intentó sobreponerse pero, sin poder evitarlo, dio a luz. La reacción de la muchedumbre fue, primero, de sorpresa y luego, de cólera. Para algunos se trataba de una manifestación diabólica; para otros, de una profanación repugnante. Antes de que se pudiera impedir, la turba se lanzó encolerizada sobre Juana y la despedazó.

La veracidad de este relato se fundó durante mucho tiempo en la confianza que despertaba Juan de Mailly, pero tiene muchos elementos legendarios que hacen dudar, aunque por otra parte, los intereses contrarios a la iglesia católica siempre la fomentaron como muestra de la corrupción que reina en ella y de lo poco y mal que cumple los preceptos que tan celosamente hace cumplir a otros.

Algunos autores han conjeturado que, si es una leyenda, se debe a la iglesia ortodoxa bizantina. Esto porque las primeras fuentes sobre la papisa Juana fueron redactadas en griego y recogen datos que hacen referencia a Europa oriental.

El relato inicial fue posiblemente una novela que pretendía vilipendiar al cristianismo latino, cuando ya se había producido el cisma de Oriente del patriarca Miguel Cerulario.

El papado, la preeminencia del obispo de Roma sobre los que no eran sino sus pares, los demás obispos, era para los ortodoxos una institución contraria a sus creencias. Pero no solo había Papas en Roma, sino que, horror de horrores, eran mujeres.

El relato pudo ser una especie de contragolpe de la iglesia bizantina contra la occidental sobre todo después de las cruzadas, en que los caballeros enviados por el Papa arrasaron Bizancio y cometieron las peores tropelías imaginables, como los propios bizantinos hicieron notar siempre no perpetraron los infieles musulmanes.

Para los opositores a las familias romanas, los partidarios de las tesis conciliaristas y los defensores de una reforma eclesial resultaba especialmente útil aquel relato que mostraba la necesidad de limitar las corruptelas que afectaban a la corte papal. El protestantismo, el segundo cisma después de Cerulario, no usó la historia porque sus ataques contra el catolicismo no se interesaban tanto en el análisis histórico sino en el uso que se hacía de la Biblia.

Pero la leyenda de Juana volvió a ser usada por laicos y anticlericales durante los siglos XVIII y XIX e incluso por los defensores de sistemas totalitarios en el siglo XX. Ahora se añadía el detalle escandaloso —pero falso— de que todos los pontífices eran objeto de un tacto testicular antes de proceder a su coronación. La leyenda pretendía así —como en la Edad Media— imponerse a la historia pero sus días de credibilidad estaban contados.

Ahora reaparece en ambiente protestante, agregando a la condenación de la corrupción la condenación de la Edad Media como una era de oscuridad e ignorancia insuperables, que hoy es apenas un prejuicio, porque de ella surgieron los idiomas que hablamos hoy, en ella se pensaron doctrinas filosóficas enormemente elaboradas, se construyeron las catedrales románicas y góticas y nacieron las universidades en occidente.
De la Redacción de AIM.

Juana en el papado sacerdotisas mujeres

Dejá tu comentario sobre esta nota

Artículos Relacionados

Teclas de acceso