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Qué muestra la economía pospandemia

Aunque en Argentina sigamos inmersos en un mar de discusiones acerca del coronavirus y en un océano de argumentos contrapuestos acerca de nuestra situación económica, el mundo –sobre todo los países desarrollados– se van alejando de los estándares económicos de la crisis sanitaria y se sumergen, muchos de ellos, tibiamente aun en la economía pospandemia. Estados Unidos es probablemente el primer país que lo ha hecho. Por lo tanto, vale la pena tener muy en cuenta lo que allí ocurre porque va a marcar muy probablemente el paso y el ritmo de lo que ocurra con la salida de la pandemia en el resto de los países.

Al respecto, lo cierto es que la salida de la crisis sanitaria está provocando un “boom” de consumo e inversión que para muchos negocios es como recibir agua al final de un día caluroso en el desierto. Pero eso, lamentablemente, no es gratis. Los datos norteamericanos se suceden de una manera un tanto desordenada al respecto, y ya comienza a ser perceptible algo similar en muchos países europeos.

Dejar atrás al coronavirus hace recuperar rápidamente la tasa de crecimiento, el consumo privado, la inversión y también está causando los primeros temores ciertos que pueden influir de manera determinante tanto en las variables reales como en los mercados. O sea, la inflación se torna en un factor que vuelve a ocupar los titulares en muchos medios especializados y es probable que en breve sea un tema de debate habitual en los programas periodísticos y hasta en los shows norteamericanos de “stand up comedians”.

Y es que el salto en el nivel general de precios ha sido fuerte y para muchos imprevistos: un rotundo cinco por ciento de aumento entre mayo de este año y mayo del año pasado es mucho más de lo que en Estados Unidos puede considerarse socialmente aceptable. Ante la queja de muchos analistas económicos que ven renacer a uno de los principales “cucos” de los mercados en el aumento generalizado de precios, la Reserva Federal luce tranquila.

El organismo que dirige Jerome Powell había predicho que los precios iban a subir de una manera acelerada durante algunos meses, pero que luego esta situación se autorregularía, por lo que no iba a ser necesario un cambio de rumbo de la política monetaria. Acertó, y esta semana ratificó ese pensamiento, pero -a diferencia de cuando lo esbozó por primera vez- fue muy criticado por un amplio sector de analistas que no creen en ninguna autorregulación de la inflación y temen que el efecto de la pandemia se haga sentir en el nivel general de precios de una manera sostenida y permanente.

Ello podría producir enormes trastornos en los mercados e incluso acabar con la propia reactivación que depende centralmente de que se puedan mantener tasas de interés nominales cercanas al cero por ciento como lo son actualmente prácticamente en todo el mundo desarrollado a la vez. Es notable el cambio discursivo del ambiente que analiza el mundo financiero norteamericano.

Ese es un factor a temer. Y mucho. Porque bastaría que uno de los tres grandes centros financieros mundiales: Estados Unidos, Europa o Japón “saque los pies del plato” en este mundo donde al ahorrista no se lo remunera por estacionar su capital en las ventanillas de los bancos para que –con la probable excepción de Japón– tanto los otros dos como un sinfín de países en vías de desarrollo entre los cuales nos contamos tengan que salir sea a ritmo apresurado o un poco más lento a acondicionar las respectivas políticas monetarias. Ocurre que la alternativa de hierro va a ser o bien aumentar las tasas nominales y reales de interés y volver a aumentar el desempleo o bien empezar a devaluar y así a importar inflación del mundo desarrollado.

Es a partir de encrucijadas como esa que se produce una clara acentuación de todo tipo de conflictos sociales que implican que solo aquellos países con economías sólidas y cierta tradición de estabilidad monetaria puedan escapar de los mismos problemas de los que por ejemplo en Estados Unidos se puede salir con el mero, rápido y solo hasta cierto punto doloroso expediente de aumentar las tasas de interés. Powell ahora indica que eso no está por ocurrir. Pero la economía está ingresando en un proceso en el que tarde o temprano los rendimientos empezarán a subir. Los de largo plazo ya lo han empezado a hacer.

La única discusión es si ese proceso será ordenado y al ritmo que impone la Reserva Federal porque el pronóstico de su cúpula vuelve a ser acertado y la inflación y la reactivación se acercan a la “nueva normalidad” monetaria prevista por ese organismo, o si lo harán de una manera desorganizada y espasmódica como ahora empieza a temer una creciente parte de los analistas considerados más sólidos de Wall Street.

Aunque todo esto parezca como una cuestión lejana en esta Argentina en la que seguimos contando muertos de a cientos por día y camas de terapia intensiva al borde de rebalsar como producto de la pandemia, no sería de extrañar que los primeros efectos de que lo que ahora ocurre en el mundo desarrollado se empiecen a hacer sentir en nuestro país antes de que concluyan por completo los titulares en tapa con las noticias acerca de las idas y vueltas del virus.

Así dadas las cosas, tanto la realidad económica como la dinámica política de nuestro país se verán inmersas en cuestión de solo meses en esta nueva realidad financiera impuesta desde el Norte. Puede que muchos en el oficialismo piensen que estamos a cubierto porque al existir control de cambios los capitales están encerrados en el mercado local y no pueden emigrar por más decisión empresarial o personal que haya en ese sentido. Al respecto, cabe recordar a quienes así piensan que el control de cambios puede operar como un componente disuasivo o incluso como una de esas drogas que en medicina sirven para prolongar la existencia de una enfermedad, pero no para impedir el desenlace de la misma.

Vale decir que con un control de cambios se puede evitar que los capitales -primero los financieros y luego los reales- emigren en masa, todos juntos y produciendo un desastre memorable. Pero hay que tener siempre presente que Argentina casi no tiene reservas, tiene una actitud tristemente mendicante en un mundo en el que conseguir dinero casi gratis no es un problema para casi nadie, factor que aleja más aún la chance de que entren fondos, y el Banco Central sigue interviniendo en el mercado del dólar contado con liquidación por lo que con sus ventas de dólares por esa vía financia la salida de fondos de a 200 o 300 millones de dólares al mes.

Si eso puede hacerse es solo porque hoy aún hay un excelente superávit comercial y porque las presiones de los capitales para abandonar este país todavía no son fortísimas. Vale decir: la receta utilizada por el Banco Central solo parece que nos protege porque no hay una decisión mayoritaria de partir. Si la realidad internacional cambia, la de nuestro mercado financiero también lo hará y es muy probable que en tal caso nos terminemos preguntando qué demonios hizo Argentina tanto tiempo con un esquema de control de capitales tan arcaico, rudimentario y antieconómico como al que aquí casi hemos terminado por acostumbrarnos.

En suma, hoy muchos argentinos solo de vez en cuando leen noticias financieras internacionales. Y lo hace como quien curiosea tratando de saber por una mera cuestión de gusto qué pasa en el mundo, las novedades de nuevos acontecimientos monetarios y cambiarios en Estados Unidos, Europa, Japón y China. Después de todo parece un mundo tan lejano que hasta se suele tomar con humor las ocasionales rispideces y fogatas verbales que se prenden y apagan como lo hacen ahora con las discusiones entre analistas que defienden y critican la supuesta parsimonia con que la Reserva Federal se toma los índices de precios de Estados Unidos.

Puede que solo en cuestión de meses, y con las últimas etapas de la pandemia azotando aún a los postergados países sudamericanos, esos intercambios verbales dejen de parecernos lejanas arremetidas discursivas para transformarse en algo mucho más cercano y relacionado con Argentina, donde quien más quien menos se angustiará al menos un poco tratando de percibir si el gobierno además de vacunas pensó en comprar un matafuegos con el que combatir una potencial hoguera financiera si se corriera el riesgo de que la misma se produzca. Y más preocupante aún: nos preguntaremos que nuevo invento se prepara para usar como tal si la circunstancia lo requiere.
Fuente: Ámbito

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