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El socialismo ante la historia

En 1819, tras visitar Inglaterra y ver los efectos de la industria sobre la clase obrera, el suizo italiano Jean Sismonde de Sismondi publicó "Nuevos principios de Economía Política", refutación de  las ideas del padre de la economía política liberal, Adam Smith. Había nacido el socialismo como doctrina coherente.

Sismonde de Sismondi
Sismonde de Sismondi

Las agudas críticas de Sismondi constituyen el esquema de todas las posteriores y en lo esencial no han sido superadas por otros socialistas ni tampoco refutadas totalmente por los liberales.

Para Sismondi, al que Marx llamó "el socialista de los pequeños burgueses", la economía política de Smith, que al principio contó con su adhesión, es solamente una teoría de la riqueza, una "crematística".

Se aplica a estudiar el aumento la producción con medios mínimos, pero olvida dar participación a todos en lo que ayuda a producir.

A diferencia de Smith y de algunos economistas actuales, partidarios de la "teoría de derrame" Sismondi no cree que el aumento de la riqueza general se transforme en aumento del bienestar general.

Y eso porque para él  la presunta armonía entre el interés privado y el público es un principio liberal puramente teórico, un dogma de fe de la doctrina,  cuyo cumplimiento queda colocado siempre en el futuro, y que la experiencia no corrobora.

Para Sismondi, el sistema industrial crea riquezas y siembra ruinas. Tras una crisis, como las que entonces afectaban a los países más industrializados cada 10 años, o como la que en condiciones muy distintas padeció la Argentina en 2001, y el mundo en 2008, el equilibrio se restablece, pero a costa de enormes catástrofes y sufrimientos que a veces llevan a la balcanización o a la desaparición de países enteros.

Por lo tanto, el Estado debe intervenir para corregir los abusos y eliminar o impedir las ruinas que el liberalismo deja tras sí. Este punto es esencial del socialismo de Sismondi y deriva de la crítica de los principios liberales y de la constatación de sus consecuencias.

 

De Sismondi a Tony Blair y Michelle Bachelet

En marzo de 2003, una fuerza constituida principalmente por  soldados norteamericanos e ingleses invadió Iraq, donde el presidente conservador George Bush decía que había armas de destrucción masiva.

A esta hipótesis no la había confirmado una misión de las Naciones Unidas ni la confirmó tampoco luego la fuerza invasora, tras derrocar al gobierno del  país y hacer una serie de promesas a la población  que no fueron cumplidas.

En la invasión a Iraq tuvo participación significativa la fuerza de la Gran Bretaña, país gobernado por Tony Blair, del partido socialista inglés. No había ya en 2003, ni desde décadas antes, ninguna diferencia práctica importante  entre el socialismo y su viejo adversario. Un  país socialista invadía a otro país socialista y  Sismondi era otra vez partidario de Smith.

Era un paso más hacia la decadencia y ruina del socialismo, lenta e ingloriosa, un certificado de defunción que, si por si hacía falta, rubricó la médica presidenta electa de Chile,  Michelle Bachelet, cuando ya que de ciegos se trata, no vio incompatibilidad entre el Alca que impulsa el Norte y el Mercosur.

 

Historia de otra decadencia  y ruina

De Sismondi a Blair pasaron alrededor de  dos siglos, en que el socialismo sufrió una involución que lo llevó por vías revolucionarias y reformistas, lo ubicó en la oposición parlamentaria y en barricadas, en buenas relaciones con gobiernos imperiales de Europa y oligárquicos de América  y al frente de dictaduras que rápidamente se corrompieron.

La "guerra de las galaxias" de Ronald Reagan terminó definitivamente con la Unión Soviética, que no pudo seguir el ritmo del armamentismo de su rival y declaró la quiebra del sistema inaugurado en 1917 con  propósitos de extenderse al mundo entero.

Isaac Deutscher expuso la tesis de que el "asalto al poder", de raíz anarquista, fue sustituida por un proceso largo con el mismo fin, usando las instituciones liberales.

Durante la I Guerra Mundial, los líderes políticos y sindicales se inscribieron en la ola de nacionalismo que desde el otoño de la Edad Media es tan preponderante  en Europa y apoyaron cada  uno a su gobierno, prescindiendo del carácter de la lucha, que era evidentemente imperialista. Hubo así socialistas imperialistas que abogaban por la destrucción del enemigo del otro lado del río, del mar o la montaña, y por la expansión colonial de sus países.

Al estallar la revolución rusa en 1917, los bolcheviques llamaron a la III internacional, pero la segunda siguió sesionando como "Dos y Medio". No obstante, había caído en el descrédito y finalmente los grupos "reformistas" , palabra que entonces se oponía a "revolucionarios", constituyeron una "conferencia internacional ", diferenciada de los bolcheviques e integrada por los partidos socialdemócratas europeos.

Intentaron crear un "socialismo democrático" palabras que entonces eran menos compatibles que ahora.

Esta organización, en que fue decisiva la intervención de Edouard Bernstein, apoyó  al interés europeo frente al resto del mundo.

En adelante, la Internacional ya no fue más una organización de clases y revolucionaria sino una organización de todo el pueblo para buscar el mejor reparto de los bienes dentro del capitalismo. A esta finalidad la proclaman  hoy  políticos y gremialistas como  expresión de  realismo y  "pragmatismo". Ahora mismo se llama entre nosotros "mejor distribución de la riqueza".

Estas eran las tesis de Bernstein, apoyadas por los partidos socialdemócratas, sobre todo los escandinavos, los de Alemania y Francia. A partir de aquella época  muchos partidos se unieron a la internacional socialdemócrata: los de Costa Rica, Nicaragua,  Israel, Venezuela, el Psoe Español, y por obra de Alfonsín, el radicalismo argentino.

La  época del socialismo revolucionario  terminó entonces, y se abrió un período de acompañamiento de las reformas políticas y asimilación de la "nueva izquierda" a los partidos tradicionales que parece agotarse en nuestros días.

Hoy el centro izquierda y el centro derecha se corren al centro hasta quedar ambas sobre la misma línea, aunque cantando todavía tonadas diferentes.

Bernstein dio las ideas iniciales a la vista de que los trabajadores habían comenzado a mejorar sus salarios en  Europa debido a la explotación colonial, su nivel de vida aumentaba y por eso defendían el colonialismo y a sus gobiernos en guerra.

Ya no era tanto su trabajo el que se explotaba, sino más bien era Europa la que explotaba al mundo para beneficio de todos los europeos y el mantenimiento de la "paz social" en el viejo continente.

Se  preparaba el advenimiento del fascismo en Europa, como consecuencia de los temores y de la inestabilidad emocional  de las clases medias y de la  necesidad del capital financiero de eliminar mediante un "gobierno fuerte"  todos los obstáculos políticos que se le oponían.

En esencia, la situación no ha cambiado, o mejor se está rehaciendo a nivel  planetario. Europa y todo el Primer Mundo son cada vez más un ghetto defendido con alambres de púas, multiplicación de muros, xenofobia, racismo y  leyes especiales contra los pobres y subdesarrollados.  Del internacionalismo no queda nada, ahora se recomienda la "globalización".

Los socialistas  actuales son  pragmáticos y discursivos, están integrados sin rebeldía  y aplican  sus energías a cuestiones de detalle.  En lo esencial se mantienen fieles a las decisiones de sus abuelos. Quizá por eso se han vuelto nostálgicos, con tendencia a  suplantar con sentimientos lo que les quitó el naufragio de la doctrina.

A diferencia de los de antaño no hablan del futuro, porque sólo le temen y  no tienen nada que decir de él, salvo que se les viene encima.

Son reaccionarios involuntarios que reemplazaron las ideas con consignas y  se ocupan de denigrar como reaccionarios a sus adversarios, que en realidad tienen las mismas posturas políticas que ellos, las únicas que permite el liberalismo hegemónico.

La producción en masa, un invento de la industria que el liberalismo hizo propio y que el socialismo soviético trató en vano de emular,  engendró primero un consumidor homogéneo y luego un pensamiento único que amenaza con convertirse en totalitario.

 

Sismonde de Sismondi

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