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Estados de ánimo negativos: ¿Cómo aprovecharlos?

Los estados anímicos negativos también nos enseñan algo, por eso es importante aceptarlos y amarlos: no es posible evitarlos, pero podemos comprenderlos mejor para crecer desde ellos. Aceptar la ambivalencia es la clave.

No tener estados de ánimo equivale a poner nuestra humanidad entre paréntesis. De hecho, es imposible. Podemos reprimirlos, disimularlos, rechazarlos..., pero estaremos rechazando nuestra humanidad, privándonos de algo que, seguramente, es lo más valioso que nos aporta: la interioridad y el matiz.

Si nos mantenemos demasiado alejados de ellos, lo que nos hace humanos sensibles desaparecerá. Nuestras vidas estarán vacías, sus fuentes internas se secarán, nos convertiremos en “almas muertas”, el título de la novela del escritor ruso Nikolái Gógol.

Los estados de ánimo dan densidad a nuestra existencia. Además, todos los estados de ánimo –positivos y negativos– tienen una función adaptativa.

Los estados de ánimo positivos facilitan la ampliación de nuestra mirada sobre el mundo, nos aportan apertura, distensión, acercamiento, confianza y creatividad. Cuando somos felices, nos sentimos seguros, disfrutamos, estamos dispuestos a mirar y admirar lo que nos rodea.

Los estados de ánimo negativos, por su parte, nos mueven a estar vigilantes, a replegarnos, a ser prudentes y perseverantes, a centrarnos en lo que nos parece peligroso o problemático.

Si miramos a nuestro alrededor con inquietud y miedo, no lo haremos con el espíritu abierto y presto a acoger la belleza o la novedad, sino con el espíritu retraído y concentrado en un único objetivo: saber si existe o no un peligro. El resto no nos interesa. Vigilamos el mundo en sus detalles, en lugar de contemplarlo en su belleza.

Estados de ánimo y creatividad: ¿hay que sufrir para crear?

Diversos estudios han demostrado que el hecho de haber estado deprimido puede aumentar la creatividad; pero con una importante condición: no estarlo en el presente; de lo contrario, no hay creatividad en absoluto. Generalmente, los estados de ánimo positivos parecen más propicios para la creatividad en la vida diaria.

Existe la idea de que los estados de ánimo negativos favorecen la creatividad, que el bienestar adormece y el sufrimiento estimula. ¿Pero es así de simple?

Así lo demostró un divertido estudio en el que un grupo de voluntarios jugaba a un sencillo juego consistente en ayudar a un ratoncillo a salir de un laberinto. Los voluntarios se dividieron en dos grupos. La motivación del primero era sacar al ratón del laberinto para salvarlo de una lechuza que quería devorarlo. El segundo grupo debía ayudar al ratón a alcanzar un trozo de queso.

En una prueba posterior, los voluntarios del grupo de la lechuza fueron menos creativos –casi un 50 por ciento menos– que los del grupo del queso.

Experimentar un estado de ánimo ligeramente negativo (huir y tener cuidado), incluso de una forma tan mínima, alteró la capacidad posterior de crear cosas originales. Mientras que la inducción de estados de ánimo ligeramente positivos (ayudar al ratón a disfrutar de su queso) favoreció la creatividad.

Independientemente de que nos hagan más o menos creativos, es importante aceptar y amar absolutamente todos nuestros estados de ánimo.

El budismo nos enseña que existen dos clases de emociones: las que aumentan la paz de espíritu y las que la disminuyen. Del mismo modo, un estado de ánimo es un problema cuando, en lugar de añadir, resta a nuestro equilibrio y riqueza.

En realidad, todo es cuestión de positividad o negatividad: existen alegrías malsanas, placeres y regocijos tóxicos, que empobrecen a largo plazo; el placer de la venganza, el de la dominación o el de la Schadenfreude, ese placer de ver fracasar a los demás, mezcla de alegría y culpabilidad; y puede que también aquellos estados de ánimo vinculados al orgullo, tan fácilmente contaminables por el instinto de dominación y de superioridad.

Por el contrario, hay sufrimientos sanos que nos abren los ojos a ciertas realidades, como las que tienen que ver con la compasión –sentirse concernido y unido al sufrimiento de los demás–. Sufrimientos que podrían ser la antecámara de una forma de liberación de todos los sufrimientos.

El budismo habla de renuncia o de espíritu de emergencia: “Sentir a fondo hasta qué punto somos vulnerables al sufrimiento” –explica el Dalai Lama—, “y una vez constatada esta absoluta vulnerabilidad (...) podemos entrever la posibilidad de que nuestro espíritu se libere de ella”. Este estado de desencantamiento es el que permitirá, según los pensadores budistas, ser conscientes de la futilidad que supone poner nuestros valores en el mundo de las ilusiones materiales, “en el apego engañoso a las cosas”.

El ideal, muy comprensible, de unos estados de ánimo positivos permanentes no es, pues, ni realista ni deseable: la sombra es necesaria para dar profundidad a la luz. Las sombras embellecen el día, y es por ello por lo que las luces de la tarde o de la mañana son a menudo más hermosas y más sutiles que las de pleno mediodía. ¿También es hermosa la noche? Sí, pero solo porque sabemos que pronto amanecerá.

La importancia de los grises

Pese a que solemos hacer la distinción entre negativos y positivos, los estados de ánimo son más sutiles y suelen ser mixtos, los elementos agradables se mezclan con tonalidades dolorosas. Víctor Hugo decía: “La melancolía es la felicidad de estar triste”.

En la nostalgia, esa mixtura es claramente descifrable: el pesar melancólico que sentimos por algo del pasado participa a la vez de la dulzura –los recuerdos agradables– y del dolor –por ser ya algo pasado–. Recordar, sonreír y, sin embargo, sufrir con el recuerdo… La nostalgia es lo bastante agradable como para que sintamos el deseo de entregarnos a ella, de visitarla con frecuencia. En ella, la pizca de tristeza desempeña el mismo papel que la sal en un plato.

La decepción es también un estado de ánimo mixto. Se basa en el recuerdo de una confianza concedida, agradable en principio –pues confiar nos hace bien, significa que disponemos de vínculos fiables–, aunque es un Recuerdo contaminado por lo que ha causado la decepción –la falta o la traición–. Aparece así, tras la amargura, el estremecimiento: la decepción no es solo un sufrimiento emocional sino también una puesta en cuestión de nuestra visión del mundo. Teníamos confianza, pero ya no es posible.

Paradójicamente, la decepción suele tener un sabor agridulce ya que, en cierto modo, es una satisfacción dolorosa, una certeza –y las certezas nos satisfacen más que las dudas– de que teníamos que haber previsto lo peor.

Ahora que sabemos más de los estados de ánimo en general, ¿por qué deberíamos interesarnos por los propios? Pues porque el alma se define como “lo que anima a los seres sensibles”, es decir, vivos. Nos permite ir más allá de nuestra inteligencia, o al menos en otra dirección. De hecho, los estados de ánimo acrecientan nuestra inteligencia de la vida: son el resultado de la “recepción” del mundo, a un nivel de detalle.

Así, los pequeños acontecimientos no provocan emociones fuertes, pero inducen estados de ánimo. Basta pensar qué nos ocurre cuando vemos a un niño llorar o a una pareja discutiendo... Son escenas que pueden provocarnos melancolía, sin que tengan un impacto en nuestra jornada o nuestra existencia. No han tenido un alcance tangible, pero en nuestro interior siguen flotando... ¿Quién puede saber a dónde nos conducirán?

Fuente: cuerpomente.com

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