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Provinciales
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Fray Tomás de Torquemada

El 11 de marzo de 1482, hace 538 años, el fraile dominico Tomás de Torquemada fue designado por los reyes Isabel de Castilla y Fernando de Aragón inquisidor de España, con la misión de asegurar la fe católica, amenazada según la monarquía y la iglesia por los árabes y los judíos que eran parte de la población española desde hacía siglos.

El fraile dominico Tomás de Torquemada .
El fraile dominico Tomás de Torquemada .

Torquemada quedó en la historia como ejemplo de intransigencia católica y extrema dureza contra las otras creencias y el disenso. Descendía de  judíos de Castilla, ya que hay indicios de que un antecesor suyo se casó con una judía conversa de primera generación. Su tío, Juan de Torquemada, fue cardenal y prior de los dominicos de Valladolid.

Tomás ingresó muy joven en la orden de su tío y llegó a ser prior del convento de Santa Cruz de Segovia. Fue confesor de varias personas influyentes de la corte de los reyes católicos, que lo pusieron en contacto con la reina Isabel, de la que también fue confesor y sobre la que tenía una influencia que resultó decisiva.

Torquemada no dudaba de que los judíos y los árabes cristianizados en realidad seguían manteniendo en secreto sus viejas creencias y fue el principal impulsor del edicto de Granada,  la orden real de expulsión de todos los judíos y árabes de España con plazo límite el 2 de agosto de 1492, notablemente el día de la zarpada del puerto de Palos de Moguer de las tres carabelas de Cristóbal Colón, que derivó en la invasión, conquista y colonización de América,  la mayor aventura histórica española y posiblemente el mayor genocidio de todos los tiempos.

Se fundó en que para él, para contrarrestar las medidas contra los judíos, los marranos o conversos se proponían judaizar toda España valiéndose de su lugar preeminente en la burocracia estatal y de sus fortunas privadas.

Esta expulsión, según los cronistas de la época, dejó en los caminos de España los cadáveres de un millón de árabes y judíos que trataban de alcanzar la costa para conseguir un buque y abandonar el país, y si la alcanzaban muchas veces era solo para caer en manos de piratas que los embarcaban y los vendían en mercados de esclavos en Egipto.

Fue el origen de un grave daño social para el país, nunca superado, porque los judíos fueron irreemplazables en sus funciones intelectuales y administrativas, para las que se habían especializado, y  los árabes como artesanos, horticultores y constructores con los que ya no se pudo contar.

En 1483 Torquemada fue nombrado inquisidor general con autoridad sobre los reinos de  Castilla y Aragón. Debía acabar con el  desorden que imperaba en la Inquisición española desde que se fundó. No fue el primer inquisidor general, pero  sí el organizador del Tribunal.

Centralizó el Santo Oficio en torno al Consejo Supremo de la Inquisición, del cual fue primer presidente. Dictó las ordenanzas de 1484-85 y 1488, que crearon el procedimiento inquisitorial para perseguir a los herejes.

Persiguió con rigor toda disidencia, lo que a pesar de tomar la forma religiosa, tenía la misión que se habían propuesto los reyes católicos: la unidad política española, siempre amenazada por tendencias centrípetas, cuando el reino tenía en sus manos el futuro y las riquezas de América y se disponía a una portentosa aventura imperial.

Se reiteraba así, a comienzos de la Edad Moderna, la cuestión de unidad nacional que se había presentado en tiempos de los visigodos, cuando resultó que el poder político y la iglesia tenían los mismos propósitos “unitarios”.

Torquemada inspiró  la expulsión de España de los judíos que no aceptaran convertirse al cristianismo; y aumentó el rigor en la persecución de los conversos “judaizantes” acusados frecuentemente de seguir practicando su religión en secreto.

En 1493 se retiró al convento de Santo Tomás de la ciudad de Ávila,  donde murió cinco años más tarde.

En su juventud, fue  destacado por sus servicios como monje y erudito.  La extensión de su poder sobre España fue facilitada por el asesinato del Inquisidor Pedro de Arbués en 1485 en Zaragoza, atribuido a una banda de herejes y judíos; y por el supuesto asesinato ritual del así llamado “Santo Niño de La Guardia” en 1491, también atribuido a una banda de judíos.

Torquemada es tal vez mejor recordado como una figura mítica más que como parte de la historia seria. Su retrato más conocido muestra un hombre brutal, de cara cuadrada y ojos hundidos; pero proviene de la época romántica. Sus pocos retratos originales lo muestran junto a la reina Isabel como un hombre de facciones correctas, casi delicadas y mirada muy penetrante. Su  nombre se ha convertido en un apodo para la crueldad y el fanatismo al servicio de la religión

La historia negra relacionada con España es obra del imperio rival, Inglaterra, que aprovechó cuando pudo para desprestigiar a su adversario y se hizo fuerte luego en el largo predominio mundial que siguió en que su voz se escuchó más que ninguna otra. No obstante, hay documentos  que muestran que Torquemada y la Inquisición española son responsables de actos de injusticia y sufrimiento, realizados mediante el uso de torturas, denuncias anónimas y ejecución por fuego en el así llamado “auto de fe” o “acto de fe” por el que sometían a los supuestos herejes y a otros.

Existe muy poca información sobre la vida personal de Torquemada, que ha sido objeto de numerosas especulaciones. El cronista de la época, Sebastián de Olmedo, lo llamó “el martillo de los herejes, la luz de España, el salvador de su país, el honor de su orden”.

La Inquisición afectó la vida de cada individuo en España de manera no igualada hasta el siglo XX, cuando los estados nacionales se creyeron en la obligación de fiscalizar incluso aspectos mínimos de cada ciudadano interfiriendo a cada paso y a todo propósito,  incluso sin propósito.

Cualquier persona de más de 12 años las niñas y 14 los niños era completamente responsable para

la Inquisición. Los “herejes” (cualquiera que no comulgara con las ideas católicas) y los conversos (árabes o judíos que se convertían en católicos para evitar la persecución) fueron los principales objetivos, pero quien osara hablar en contra de la Inquisición era considerado sospechoso.

Para evitar la propagación de las “herejías”, Torquemada, como en el resto de Europa,  promovió la quema de literatura no católica, en particular bibliotecas judías y árabes.

Juan Antonio Llorente, primer historiador del Santo Oficio, asegura que durante su mandato fueron quemadas más de 10.000 personas y otras 27.000 sufrieron penas infamantes. Pero otros investigadores como Gams o Hefele consideran  exageradas estas cifras.

El edicto de Granada

Bien es sabido que en nuestros dominios, existen algunos malos cristianos que han judaizado y han cometido apostasí­a contra la santa fe Católica, siendo causa la mayorí­a por las relaciones entre judí­os y cristianos.

Por lo tanto, en el año de 1480, ordenamos que los judí­os fueran separados de las ciudades y provincias de nuestros dominios y que les fueran adjudicados sectores separados, esperando que con esta separación la situación existente serí­a remediada, y nosotros ordenamos que se estableciera la Inquisición en estos dominios; y en el término de 12 años ha funcionado y la Inquisición ha encontrado muchas personas culpables además, estamos informados por la Inquisición y otros el gran daño que persiste a los cristianos al relacionarse con los judí­os, y a su vez estos judí­os tratan de todas maneras a subvertir la Santa Fe Católica y están tratando de obstaculizar cristianos creyentes de acercarse a sus creencias.

Estos Judí­os han instruido a esos cristianos en las ceremonias y creencias de sus leyes, circuncidando a sus hijos y dándoles libros para sus rezos, y declarando a ellos los dí­as de ayuno, y reuniéndoles para enseñarles las historias de sus leyes, informándoles cuándo son las festividades de Pascua y cómo seguirla, dándoles el pan sin levadura y las carnes preparadas ceremonialmente, y dando instrucción de las cosas que deben abstenerse con relación a alimentos y otras cosas requiriendo el seguimiento de las leyes de Moisés, haciéndoles saber a pleno conocimiento que no existe otra ley o verdad fuera de esta.

Y así­ lo hace claro basados en sus confesiones de estos judí­os lo mismo a los cuales han pervertido que ha sido resultado en un gran daño y detrimento a la santa fe Católica, y como nosotros conocí­amos el verdadero remedio de estos daños y las dificultades yací­an en el interferir de toda comunicación entre los mencionados Judí­os y los Cristianos y enviándolos fuera de todos nuestros dominios, nosotros nos contentamos en ordenar si ya dichos Judí­os de todas las ciudades y villas y lugares de Andalucí­a donde aparentemente ellos habí­an efectuado el mayor daño, y creyendo que esto serí­a suficiente de modo que en esos y otras ciudades y villas y lugares en nuestros reinos y nuestras posesiones serí­a efectivo y cesarí­an a cometer lo mencionado.

Y porque hemos sido informados que nada de esto, ni es el caso ni las justicias hechas para algunos de los mencionados judí­os encontrándolos muy culpables por los susodichos crí­menes y transgresiones contra la santa fe Católica han sido un remedio completo obviar y corregir estos delitos y ofensas.

Y a la fe Cristiana y religión cada dí­a parece que los Judí­os incrementan en continuar su maldad y daño objetivo a donde residan y conversen; y porque no existe lugar donde ofender de más a nuestra santa creencia, como a los cuales Dios ha protegido hasta el dí­a de hoy y a aquellos que han sido influenciados, deber de la Santa Madre Iglesia reparar y reducir esta situación al estado anterior, debido a lo frágil del ser humano, pudiese ocurrir que podemos sucumbir a la diabólica tentación que continuamente combate contra nosotros, de modo que, si siendo la causa principal los llamados judí­os si no son convertidos deberán ser expulsados del Reino.

Debido a que cuando un crimen detestable y poderoso es cometido por algunos miembros de algún grupo es razonable que el grupo debe ser absuelto o aniquilado y los menores por los mayores serán castigados uno por el otro y aquellos que permiten a los buenos y honestos en las ciudades y en las villas y por su contacto puedan perjudicar a otros deberán ser expulsados del grupo de gentes y a pesar de menores razones serán perjudiciales a la República y los más por la mayorí­a de sus crí­menes serí­a peligroso y contagioso de modo que el Consejo de hombres eminentes y caballeros de nuestro reinado y de otras personas de conciencia y conocimiento de nuestro supremo concejo y después de muchí­sima deliberación se acordó en dictar que todos los Judí­os y Judí­as deben abandonar nuestros reinados y que no sea permitido nunca regresar.

Nosotros ordenamos además en este edicto que los Judí­os y Judí­as cualquiera edad que residan en nuestros dominios o territorios que partan con sus hijos e hijas, sirvientes y familiares pequeños o grandes de todas las edades al fin de Julio de este año y que no se atrevan a regresar a nuestras tierras y que no tomen un paso adelante a traspasar de la manera que si algún Judí­o que no acepte este edicto si acaso es encontrado en estos dominios o regresa será culpado a muerte y confiscación de sus bienes.

Y hemos ordenado que ninguna persona en nuestro reinado sin importar su estado social incluyendo nobles que escondan o guarden o defiendan a un Judí­o o Judí­a ya sea públicamente o secretamente desde fines de Julio y meses subsiguientes en sus hogares o en otro sitio en nuestra región con riesgos de perder como castigo todos sus feudos y fortificaciones, privilegios y bienes hereditarios.

Hágase que los Judí­os puedan deshacerse de sus hogares y todas sus pertenencias en el plazo estipulado por lo tanto nosotros proveemos nuestro compromiso de la protección y la seguridad de modo que al final del mes de Julio ellos puedan vender e intercambiar sus propiedades y muebles y cualquier otro artí­culo y disponer de ellos libremente a su criterio que durante este plazo nadie debe hacerles ningún daño, herirlos o injusticias a estas personas o a sus bienes lo cual serí­a injustificado y el que transgrediese esto incurrirá en el castigo los que violen nuestra seguridad Real.

Damos y otorgamos permiso a los anteriormente referidos Judí­os y Judí­as a llevar consigo fuera de nuestras regiones sus bienes y pertenencias por mar o por tierra exceptuando oro y plata, o moneda acuñada u otro artí­culo prohibido por las leyes del reinado.

De modo que ordenamos a todos los concejales, magistrados, caballeros, guardias, oficiales, buenos hombres de la ciudad de Burgos y otras ciudades y villas de nuestro reino y dominios, y a todos nuestros vasallos y personas, que respeten y obedezcan con esta carta y con todo lo que contiene en ella, y que den la clase de asistencia y ayuda necesaria para su ejecución, sujeta a castigo por nuestra gracia soberana y por la confiscación de todos los bienes y propiedades para nuestra casa real y que esta sea notificada a todos y que ninguno pretenda ignorarla, ordenamos que este edicto sea proclamado en todas las plazas y los sitios de reunión de todas las ciudades y en las ciudades principales y villas de las diócesis, y sea hecho por el heraldo en presencia del escribano público, y que ninguno o nadie haga lo contrario de lo que ha sido definido, sujeto al castigo de nuestra gracia soberana y la anulación de sus cargos y confiscación de sus bienes al que haga lo contrario. Y ordenamos que se evidencie y pruebe a la corte con un testimonio firmado especificando la manera en que el edicto fue llevado a cabo.

Dado en esta ciudad de Granada el Treinta y uno dí­a de marzo del año de nuestro señor Jesucristo de 1492.

Firmado Yo, el Rey, Yo la Reina, y Juan de Coloma, secretario del Rey y la Reina quien lo ha escrito por orden de sus Majestades.

Los judíos en España

Hubo judíos en España desde siglos antes de Cristo, al menos desde los primeros tiempos de la presencia de Roma en Hispania, antes de la diáspora. No hubo problemas con ellos hasta los visigodos del siglo V, cuando a romanos y celtíberos les preocupó la falta de unidad y vieron en los judíos una causa de ella. Los títulos III y XII del Fuero Juzgo, monumento del antiguo derecho español,  están dedicados a la cuestión judía.

Recaredo, primer rey visigodo cristiano, prohibió a los judíos tener esclavos cristianos y pretendió la conversión obligatoria de minorías que no se mezclaban.

Luego Sisebuto mandó la conversión general y la confiscación además de 100 latigazos a los que se nieguen. Pero estas medidas no fueron efectivas porque casi no se aplicaron. Recesvinto pedía tratar a los judíos de España como enemigos.

Ervigio mandó que los judíos abjuren de su fe ante el obispo  y presentarse los días festivos  en el templo para mostrar que no celebran sus ritos.

Egica prohibió a los judíos negociar en el mercado con cristianos. Los judíos conspiraron contra la monarquía de acuerdo con los árabes del norte de Africa, que preparaban la invasión. Egica se sintió traicionado y aplicó duras penas a todos, conjurados o no.

En  1223 el Papa Gregorio IX promulgó la bula que creaba la “Santa Romana y  Universal Inquisición” con la finalidad declarada de "desarraigar la herejía donde quiera que se encontrase". Los judíos y los árabes no eran herejes, ya que no eran cristianos, pero eran infieles que debían convertirse.

En 1215 el fraile español Domingo de Guzmán había fundado una "orden de predicadores" contra los herejes. A ellos se les confirió la administración de la Inquisición. Organizaron en un cuerpo a escribanos, carceleros, torturadores y guardias. Los acusados de herejía  podían ser sometidos a interrogatorio con tortura. La confesión obtenida era definitiva, y no se consideraba que fuese debida  a la tortura. A los declarados  "hereje relapsos" les esperaba la hoguera.

En el concilio de Viena, en 1311,  se establecieron  limitaciones a los abusos de los inquisidores, ante todo considerando los que se habían cometido contra los caballeros del Temple, que eran cristianos.

En España, los judíos que vivían en territorio musulmán fueron bien tratados, con posibilidades de autogobierno. A esos territorios llegaban judíos de otras partes, haciendo crecer las juderías. La tolerancia árabe, hija genuina de una doctrina tolerante aplicada por una minoría inteligente, se extendió también a los cristianos, que eran mayoría, y se produjo una época de convivencia ejemplar no igualada hasta ahora.

En el período musulmán de España, los judíos que vivían en la parte dominada por los cristianos practicaban, como todos los habitantes, una economía de subsistencia, y emigraban al sur. Entre 1148 a 1348 hubo una edad de oro para los judíos en España.

El fuero real y la ley de las siete partidas establecían dos principios: Establecía la tolerancia religiosa como norma general, pero  no reconocía el derecho a realizar proselitismo entre los cristianos.

Alfonso VI  tuvo judíos en altos cargos en el reino, y a algunos  los nombró embajadores por lo que el papa Gregorio VII lo amonestó por “favoritismo”.

Su sucesor Alfonso VII (1126 –1157) les permitió construir cuanta sinagoga quisieran, e incluso, favoreció la causa judía  ortodoxa de los rabinos contra la herejía caraíta que rechazaba el Talmud.

Alfonso VIII tuvo romances con una judía a la que la historia recuerda como "la bella judía toledana Raquel".

Fernando III les entregó tierras quitadas en la guerra a los moros y transformó mezquitas en sinagogas.

Alfonso X  alababa la capacidad de estudio y  habilidad para ser diplomáticos y administradores de los judíos mientras creaba un estado moderno gracias a los consejeros judíos, que actuaron como secretario reales en la cancillería y seguían siendo los encargados de la hacienda estatal. Se generaron odios y leyendas negras como el asesinato de niños cristianos.

En el siglo XIV se quebró la convivencia debido a la crisis, la peste, las guerras civiles y las divisiones internas del judaísmo y al hecho de que los judíos eran responsables del cobro de impuestos lo que en medio de grandes dificultades económicas llevó a muchos a ataques contra las juderías y matanzas.

Luego se desató una serie de persecuciones, la más conocida contra la judería de Sevilla el 6 de junio de 1391 con 4000 judíos muertos.

Doña Catalina mandó que los judíos  vivan en barrios cercados y con una sola puerta de acceso. No podrán tener sus jueces ni hacer comercio con cristianos. El  Papa Benedicto XIII prohibía a los judíos  leer y enseñar el Talmud

En aquellas épocas, precursoras del auge de la inquisición y de los hechos del siglo XX, los judíos conversos eran clasificados en sinceros; judaizantes; sincretistas,  inclementes y malshines. Los malshines eran la peor especie, delatores que daban información sobre los judíos a las autoridades para ganarse su favor. Se trata de una actitud infame conocida en toda época. Malshín es una palabra hebrea que significa “soplón”. Antonio Machado habla en una de sus  poesías de “la lengua que malsina”, aunque el verbo no aparece en el diccionario.

Torquemada es sin dudas el inquisidor más famoso, porque inspiró el decreto real que mandaba elegir entre conversión, exilio o muerte, que  se cumplió a rajatabla.

A la muerte de Torquemada en 1498 se pensaba que los “judaizantes”, insinceros,  eran demasiados.

En las causas abiertas contra herejes, que eran la finalidad principal de la Inquisición, los reos podían ser: confitentes,  admitidos a reconciliación con confiscación de bienes con un hábito penitencial llamado sambenito y cárcel perpetua. Semiplenamente convictos, que pagaban con una abjuración de vehementi o de levi, con la compurgación o con un tormento vindicativo, diferente del tormento para la confesión. El acto final se realizaba un acto de fe público que luego se usó principalmente con los protestantes.

A partir de los reyes católicos ya no hubo judíos en España, al menos hasta  la revolución de 1868 que proclamó la libertad religiosa y supuso casi 400 años más tarde la  derogación del decreto de expulsión, aunque la primera sinagoga en España no se abrió hasta 1917. En 1924 España, durante el gobierno de José Antonio Primo de Rivera,  abrió para los judíos que la pidieren la posibilidad de recuperar la nacionalidad española.

el fraile dominico Tomás de Torquemada

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