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A un año de la guerra entre Rusia y Ucrania

Aquello que parecía ser una guerra de corta duración, poco a poco se transformó en un conflicto sin salida, con millones de desplazados, cientos de miles de muertos y un país devastado. Cómo se llegó a esta situación, cuál es el escenario actual y qué se puede esperar para los próximos meses, en palabras de Ignacio Hutin y Eduardo Martínez.

La invasión abierta y directa de Rusia sobre Ucrania cumplió este viernes su primer año. Aquello que parecía ser una guerra de corta duración, poco a poco se transformó en un conflicto sin final a la vista, con millones de desplazados, cientos de miles de muertos y un país devastado. Cómo se llegó a esta situación, cuál es el escenario actual y qué se puede esperar para los próximos meses, en palabras de los analistas Eduardo Martínez e Ignacio Hutin.

El 24 de febrero del 2022, el presidente de la Federación de Rusia, Vladimir Putin, anunció por cadena nacional el inicio de lo que denominó como una “Operación militar especial” para “desmilitarizar” y “desnazificar” el territorio ucraniano. En la práctica, se trató de una movilización de tropas y vehículos blindados a través de la frontera y el ataque abierto por aire, tierra y mar.

Apenas unos días después, distintas ciudades del país, entre ellas Kiev, comenzaron a recibir el impacto de misiles rusos. Imágenes provenientes de la zona de conflicto mostraban escenas distópicas: las calles de la capital de uno de los países más grandes de Europa estaban cruzadas por barricadas precarias, con grupos de civiles pertrechados con armas caseras, listos para el combate.

Las terminales de micros y trenes rápidamente se atestaron de gente urgida por abandonar el país o que tenían la intención de dirigirse hacia ciudades como Lviv, ubicada a escasos kilómetros de la frontera con Polonia, un salvoconducto hacia la protección de los ataques aéreos. Rutas y autopistas por igual reflejaban el pánico social, con miles de vehículos escapando del terror.

En aquel entonces, una de las hipótesis aseguraba que el objetivo principal de Putin era tomar la capital o al menos provocar un asedio para obligar al presidente ucraniano Zelenski a renunciar. Columnas interminables de vehículos blindados marcados con la letra “Z” avanzaban por las rutas desde el este hacia el centro del país.

El riesgo de quedar atrapados bajo una lluvia de misiles o entre un combate cuerpo a cuerpo entre el ejército ucraniano y el ruso fue in crescendo con los días. Escenas grabadas desde las cámaras personales de los soldados convirtieron rápidamente a la guerra en un "live show", mientras los ciudadanos se resguardaban en bunkers.

Ignacio Hutin, magíster en Relaciones Internacionales y experto en Europa Oriental, dialogó con Ámbito a propósito del aniversario de la invasión y dio su propia mirada sobre lo que ocurrió en aquellos días.

“A mí me quedó la idea de que Rusia no pretendía tomar Kiev. Era muy difícil que lo haga porque es una ciudad muy grande y con accidentes naturales complejos”, recordó e hizo hincapié en que, además de su extensión, se encuentra atravesada por el río Dniéper, lo que le agrega un grado más de dificultad a la tarea. Sin embargo, afirmó que uno de los objetivos del Kremlin era buscar la salida de Zelenski. “De hecho, en los primeros días Putin llamó abiertamente a los militares ucranianos a que hicieran un golpe de estado. Eso fue un fracaso”, dijo.

Para Eduardo Martínez, analista internacional y profesor de Geopolítica, la estrategia de Putin era llevar adelante una guerra relámpago, pero le salió mal. “Pensó que iba a durar una o dos semanas y que los ucranianos, al ver entrar a los rusos, se iban a acobardar e iban a cuestionar a su gobierno por no defenderlos. Nada de eso pasó”, señaló.

El fallido intento de remover a Zelenski mediante un asedio de Kiev no dio sus frutos y obligó a Moscú a revisar su estrategia. Primero apostaron por acelerar las negociaciones para un acuerdo de paz, con Turquía como mediadora, el cual tuvo avances significativos y estuvo a punto de firmarse, pero finalmente en abril se frustraría por presiones del gobierno británico de Boris Johnson a Ucrania.

A partir de ese momento hubo un cambio en la estrategia militar. Moscú pasó a enfocarse en la defensa de la región del Donbass, lo que implicó un viraje en el terreno hacia el sur y al este, principalmente. En paralelo, Ucrania lanzó una contraofensiva para recuperar territorio. Actualmente, los combates se libran en torno a la región del Donbass donde se encuentran las anexadas República Popular del Donetsk y República Popular de Lugansk .

“Cuando Rusia se dio cuenta que no podía ganar la guerra fácilmente con el avance terrestre, ya que estaba perdiendo muchas vidas, apostó a los ataques aéreos”, prosiguió Martínez. Pero en los últimos combates, Moscú volvió a recurrir a las fuerzas terrestres, con blindados y tropas, para librar batallas calle por calle.

“En las últimas semanas ha habido una escalada en la provincia de Donetsk, especialmente alrededor de la ciudad de Bajmut. Rusia parece estar cerca de tomarla y ya ha lanzado ataques contra las ciudades siguientes en el mismo camino hacia el oeste”, explica Hutin, autor de los libros “Ucrania. Crónica desde el frente” y “Ucrania/Donbass. Una renovada Guerra Fría”. Medios internacionales aseguran que este viernes Moscú anunciaría la toma de dicha ciudad.

Cerca de Bajmut se encuentran dos ciudades importantes para los planes de Rusia: Kramatorsk y Sloviansk. “Las dos forman el área urbana más grande del Donbass bajo control ucraniano”, explica Hutin, quien conoce de primera mano el conflicto entre Ucrania y Rusia ya que durante cinco meses del 2017 vivió entre Kiev y el Donbass. La primera es la capital provisoria de la provincia de Donetsk, mientras que Sloviansk fue la primera ciudad que tomaron los separatistas en 2014. “Ahí empezó la guerra”, cuenta.

El principal foco ahora está posicionado sobre los territorios anexados. Putin busca lograr avances reales en el terreno. “Pero sobre todo pretende un control más eficiente de la zona, con las milicias del Grupo Wagner, que hacen el trabajo sucio”, agregó. El combate en Bajmut es puerta a puerta.

La importancia estratégica del Donbass para Rusia es sustancial. Su consolidación como región anexada le permitiría a Rusia tener un espacio de cobertura mayor en caso de que Ucrania sea incorporada a la Otan. Además, tiene un componente simbólico importante para Rusia ya que es donde hay más rusoparlantes.

“En las últimas décadas del Imperio Ruso, esa región se conocía como “Nueva Rusia”. Visto desde el nacionalismo ruso, son tierras que interesan mucho más que Kiev. Además, el este es la región más urbanizada e industrializada de Ucrania. Solía ser la región más rica del país”, explicó Hutin.

El rol de las potencias occidentales
Desde el inicio de la invasión en febrero del 2022, Ucrania apeló a la asistencia de las potencias occidentales para frenar el avance ruso. Un informe del Instituto de Economía Mundial (IfW) asegura que Estados Unidos destinó más de u$s73.000 millones en asistencia financiera y armamentos, mientras que la Unión Europea aportó 54.900 millones de euros.

El envío de tanques anunciado a fines de enero por Estados Unidos y un grupo de países europeos no fue contabilizado dentro del informe ya que se desconoce con precisión cuántos se enviarán -analistas estiman que pueden tardar meses en ser enviados- ni en qué condiciones están.

Más allá de las imprecisiones que aún hay sobre el tema, Martínez y Hutin consideraron que el envió de tanques permitiría ponerle un freno a la avanzada rusa que se registró en las últimas semanas. “Podría incluso hacer que Moscú tenga que retroceder”, aseveró el primero, mientras que el segundo puso el ojo en un aspecto importante que no precisamente juega a favor de Kiev: “Mientras la guerra continúe, nunca será suficiente”.

Al mismo tiempo, surgen otros interrogantes. ¿Ucrania cuenta con personal capacitado para operar los tanques? ¿Cómo hará para trasladarlos hacia el centro del conflicto sin que en el camino sean destruidos por la fuerza aérea rusa? Será cuestión de ver en las siguientes semanas cómo logran resolver este tipo de cuestiones.

Mientras tanto, la preocupación más importante pasa por el estado de las tropas ucranianas. Un artículo del sitio estadounidense Político aseguró días atrás que Zelenski se negó a un reclamo de un grupo de la ciudadanía para que vete una ley reciente que promueve mayores castigos al personal militar que afecta principalmente a nuevos reclutas.

Ante la falta de municiones y por las duras condiciones en el frente, aquellos que se incorporaron recientemente al ejército, principalmente por el salario que se les paga a los soldados, han comenzado a abandonar sus posiciones, según señaló Valerii Markus, sargento mayor ucraniano, en una conferencia sobre deserción. La desobediencia, que era sancionada con dos a siete años de cárcel, ahora será penada con cinco a ocho años. Mientras que la deserción o falta de comparecencia al servicio lo será con hasta 10 años, de no mediar una razón válida.

“El mayor problema que tiene Ucrania es la falta de personal”, consideró Martínez y explicó que no se trata solamente de tropas de combate sino también de aquellos que son idóneos para manejar el armamento que envía la Otan y aliados para la defensa del país: “En las últimas dos semanas, cuando Alemania envió los primeros tanques Leopard 2, también tuvo que trasladar personal capacitado para el manejo de ese armamento para aprovechar sus capacidades al máximo”.

Para Hutin, es difícil saber si Ucrania está sufriendo la falta de personal por el desconocimiento general que hay sobre las bajas. “Ambos bandos dan números, pero son cifras tan distintas que es difícil llegar a una estimación más o menos real”, dijo, aunque destacó que Ucrania tiene servicio militar por lo que buena parte de la población “tiene ciertas nociones militares”.

Actualmente, las fuerzas de defensa de Ucrania cuentan con más de un millón de miembros, de los cuales 700.000 pertenecen al Ejército, 60.000 representan a la guardia fronteriza, 90.000 integran la Guardia Nacional y otros 100.000 son policías, según cifras del Ministerio de Defensa.

Si bien la mayor parte representan la estirpe militar tradicional, también está conformado por milicias paramilitares de ultraderecha que en los últimos años fueron incorporados al ejército regular. Fueron estos últimos los que llevaron adelante los primeros combates en la región del Donbass en 2014. "Casi todos se incorporaron al ejército regular y fueron apaciguando su discurso. Pero, a partir de la invasión, se lavó mucho su imagen a nivel internacional. Por más de que el batallón Azov, el más conocido, mostrara abiertamente simbología neonazi, hoy no se puede decir porque se cataloga de “propaganda rusa”", señaló Hutin y advirtió que el día que termine la guerra, van a tener mucho más apoyo.

Los vínculos de Ucrania con grupos nazis no es actual sino que se retrotrae a la Segunda Guerra Mundial. "El Ejército Insurgente Ucraniano (UPA), al menos por momentos, se alió al nazismo por tener a la Unión Soviética como enemigo común y llevó adelante matanzas sistemáticas contra civiles no ucranianos. Hoy se reivindica a estas fuerzas como mártires de la independencia con muy poca autocrítica, cosa que le ha valido a Ucrania no pocos enojos por parte de Rusia, pero también de Polonia, Israel y Alemania", afirmó Hutin.

Martínez no dudó en considerar como "una calamidad" la existencia del batallón Azov, pero aclaró: "Estamos hablando de un batallón de una milicia infinitamente más grande".

Putin, al anunciar la invasión, utilizó como justificativo la presencia de nazis en territorio ucraniano. Para Martínez, fue "una excusa ridícula" y una "falta de respeto" a los millones de ucranianos que murieron en manos del nazismo: "Es cierto que el poder político ucraniano apoyó al principio a Alemania, pero luego se dieron cuenta lo que ocurría, le retiraron el apoyo y crearon milicias populares para derrotarlos en su territorio. Tuvieron un millón y medio de muertos. Es una falta de respeto calificarlos de nazis cuando tuvieron tantas víctimas".

Además de los grupos de ultraderecha, en el frente ucraniano también dan pelea milicias feministas, sectores anarquistas y grupos antifascistas. Si bien tienen menor tamaño y exposición, muchos de ellos se encuentran en las primeras líneas de batalla contra los rusos, como es el caso del grupo Acción Revolucionaria, cuyos miembros combaten desde el inicio de la invasión pero bajo una posición ideológica diferente a la del gobierno central: la democracia directa y el poder en manos de la sociedad.

Algo similar ocurre con la hinchada antifascista del Arsenal Kyiv, un equipo de la segunda división de Ucrania. El documental Frontline Hooligan, del periodista británico Jake Hanrahan y el sitio Popular Front, cuenta cómo el grupo, surgido en el ámbito deportivo, pasó de pelearse en las calles con otras hinchadas a tomar las armas para combatir al ejército ruso en el frente de batalla.

El Ejército ucraniano tiene enfrente a Rusia, la segunda potencia militar del mundo, cuyo número de tropas movilizadas alcanzaría los 500.000, según estimaciones, con la diferencia que se trata de movilizaciones parciales ya que cuenta con la capacidad humana para triplicar dicha cifra. El factor “tiempo” es sustancial a la hora de hablar de una guerra de este calibre. Sin una solución negociada a la vista, todo parece indicar que el conflicto se extenderá por fuera de las fronteras temporales previstas.

Dentro de ese panorama, Rusia podría sacar ventaja ya que cuenta con la cantidad de armamento necesario para extender el conflicto, sumado a que buena parte del complejo industrial ruso se volcó para sostener la invasión. Del otro lado, Ucrania depende exclusivamente de Occidente, y las potencias no alcanzan a dar una respuesta rápida a la demanda de material militar.

“Una guerra extensa, de desgaste, parece ser el camino a esta altura”, vislumbró Hutin de cara al futuro, y adelantó que ese escenario “perjudicaría menos a Rusia por el sólo hecho de que los combates son en Ucrania”. Martínez, en cambio, puso el foco en lo económico: “A pesar del enorme poderío militar que tiene, cuanto más tiempo pasa más caro le sale a Moscú mantener esta guerra”.

Hasta el momento, los ucranianos han registrado entre 100.000 y 120.000 víctimas, mientras que para los rusos la cifra se ubicaría en 180.000, de acuerdo a cifras provisorias.

Las sanciones económicas
Una vez consumada la invasión, Estados Unidos y la Unión Europea lanzaron un sin fin de sanciones económicas contra Rusia. Por ejemplo, se retiró al país del sistema de pagos internacionales Swift que conecta a cientos de países y miles de entidades financieras. Además, en diciembre se prohibió -con limitaciones- importar petróleo crudo mientras que este mes se hizo lo propio con productos petrolíferos refinados.

“Un total de 1386 personas y 171 entidades son objeto de medidas de inmovilización de bienes o prohibición de viajar”, entre los que se encuentran Putin, el ministro de Relaciones Exteriores, Serguéi Lavrov, miembros de la Duma, empresarios como Roman Abramóvich. En doce meses, cientos de empresas abandonaron el país.

De acuerdo a estimaciones del Banco Mundial, la economía rusa se contrajo 4,5 por ciento en 2022. Se espera que continúe la contracción en 2023 en una cifra cercana al 3,6 por ciento mientras que para 2024 reportaría cifras positivas (+1,6 por ciento). En el mismo período, Ucrania registró una destrucción económica del 35 por ciento producto de la invasión y la ruptura de las cadenas de producción y comercialización.

“Las sanciones tuvieron un efecto limitado porque no fueron tantos los países que las impusieron. Por ejemplo, ningún país africano lo hizo, casi ninguno de Latinoamérica y muy pocos de Asia-pacífico. Las sanciones vienen predominantemente de Europa”, explicó Hutin. En el mismo período las exportaciones de hidrocarburos a China y especialmente a India “aumentaron exponencialmente”.

De igual manera opinó Martínez: “Algunas sanciones tuvieron efecto, pero otras no. Las que menos resultaron fueron las vinculadas a la energía. En el caso del gas, se disparó el precio y, si bien vende a menos países, ahora está ganando más que antes. Por ese lado se vio favorecida”.

Respecto al efecto en el complejo tecnológico, Hutin señaló que “hay productos a los que Rusia ya no puede acceder, como ciertos microchips que produce Estados Unidos” pero la demanda “la está compensando China”.

Crímenes de guerra
Desde que comenzó la invasión hasta enero pasado, la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (Ocah) contabilizó al menos 7.068 civiles muertos y otros 11.415 heridos. Además, se registraron más de 14 millones de desplazados: 6.5 millones partieron con dirección a otras ciudades del propio país, cinco millones se dirigieron a países de la Unión Europea y 2.8 millones cruzaron la frontera hacia Rusia o Bielorrusia.

En el curso de la guerra, el Ejército ruso llevó a cabo acciones que se encuentra por fuera de la ley y que son consideradas crímenes de guerra por la comunidad internacional. Dos de ellas, las más reconocidas: la matanza de Bucha, donde se encontraron civiles con signos de torturas en fosas comunes, y el bombardeo sobre el Teatro Regional de Mariúpol que causó un número indeterminado de muertos (cifras lo ubican en al menos 600).

En el primer caso, cientos de cámaras de seguridad -ubicadas en la ciudad lindera a Kiev- documentaron el accionar de las fuerzas rusas durante el período de ocupación que transcurrió desde el 27 de febrero hasta fines de marzo. En las imágenes se observa cómo los soldados trasladaban a civiles a punta de pistola por la ciudad, para luego ejecutarlos a sangre fría. Cifras provisorias afirman que en Bucha fueron asesinadas cerca de 450 personas.

“El caso de Bucha es emblemático", sentenció Martínez y no dudó en afirmar: "No ocurría algo así desde la guerra de la ex Yugoslavia, con masacres como las de Drenica, o las ocurridas en la Segunda Guerra Mundial”. Y consideró que es un hecho que debe ser estudiado en profundidad.

Respecto del ataque al Teatro profundizó: “Había refugiados en el sótano. Rusia lo bombardeó y se derrumbó. Nunca se supo cuántas personas murieron ya que es un sector vedado para los organismos internacionales. Vamos a tomar conciencia dentro de un tiempo”.

Sobre la posibilidad de juzgar a los criminales por lo ocurrido, fue optimista. “Es muy probable que algunos de los militares rusos puedan ser enjuiciados en un futuro mucho más cercano de lo que pensamos”, aunque reconoció las dificultades para concretarlo debido a que Rusia no reconoce la jurisdicción de la Corte Penal Internacional. “Sí pueden otros estados presentarse como querellantes en nombre de las familias de las víctimas”, aseguró.

Para Hutin, la única alternativa que queda “es la creación de un Tribunal ad hoc, tal como sucedió con el constituido para juzgar los crímenes en la ex Yugoslavia o el Tribunal de Núremberg”, es decir, para un fin específico. Así y todo, restaría encontrar una solución para llevar a los perpetradores. “Parece difícil mientras Putin tenga poder, ya sea formal o informal”, expresó Hutin para el caso del presidente ruso.

Del lado ucraniano también abundan registros de crímenes militares. Desde 2014, el saldo de la guerra contra los separatistas de Donetsk y Lugansk muestran cifras desoladoras: más de 14 mil civiles muertos, según ONU. Durante el último año, el Ejército ucraniano lanzó múltiples ataques contra población civil. Uno de ellos, ocurrido a mediados de marzo, terminó con la vida de 23 civiles.

En los 12 meses que pasaron desde el inicio de la invasión, dos hechos puntuales elevaron el riesgo de escalada al máximo nivel registrado hasta el momento. Por un lado, la caída de un misil en territorio polaco. Por otro, el estallido del gasoducto Nord Stream 2. Ambos ocurrieron en el lapso de 60 días, entre septiembre y noviembre.

El más reciente ocurrió el 15 de noviembre, en Polonia, cuando el portavoz del gobierno local informó la caída de un misil “de fabricación rusa” a las 15:40 en el pueblo de Przewodów, en Hrubieszów, donde perdieron la vida dos ciudadanos.

Poco se sabía sobre lo ocurrido, pero rápidamente todas las miradas recayeron sobre Rusia. La OTAN accionó con la convocatoria a una reunión de emergencia con embajadores de la alianza, mientras que Polonia hizo lo propio con su Comité del Consejo de Ministros para Asuntos de Seguridad Nacional y Defensa.

El primer país que lanzó una acusación directa fue Ucrania, a través de su presidente. "Lo que sucedió hoy es lo que hemos advertido durante mucho tiempo. Hemos hablado de esto, el terror no se limita a nuestras fronteras nacionales. Ya se está extendiendo al territorio de Moldavia. Y hoy los misiles rusos impactaron en Polonia. En el territorio de nuestro país amigo. Personas murieron", señaló.

El ataque directo a un miembro de la Otan elevó el nivel de alerta ante una posible activación del artículo siete de la alianza que estipula que si un Estado miembro es víctima de un ataque armado, los otros países del grupo considerarán el acto como un ataque armado dirigido al conjunto. Es decir, un acto de guerra. La única aplicación en la historia de la organización fue a raíz del 11-S.

La acusación de Zelenski dejó a la alianza en una encrucijada: esperar las pruebas o responder. Probablemente el jefe de Estado ucraniano creyó que recibiría un apoyo automático desde Estados Unidos, pero el gobierno de Joe Biden frenó en seco el interés de Kiev de cargarle las tintas al Kremlin sin información fidedigna y, para evitar una escalada peligrosa, el presidente estadounidense dijo públicamente que era "poco probable" que el misil hubiera sido disparado por orden de Moscú.

Días después, Polonia y la Otan dieron a conocer un informe en el cual se señaló que el misil no fue lanzado por Rusia sino por la propia Ucrania. “Nuestro análisis preliminar sugiere que el incidente probablemente fue causado por un misil de defensa aérea ucraniano disparado para defender el territorio ucraniano contra los ataques con misiles de crucero rusos”, dijo el secretario general de la Otan, Jens Stoltenberg.

Kiev rechazó la argumentación y pidió participar de una investigación. Sin embargo, la tensión poco a poco fue disipándose a medida que la guerra siguió su rumbo.

Previamente, el 26 de septiembre tuvo lugar el segundo hecho, cuando el Instituto de Sismología de Suecia detectó dos estallidos submarinos en el mar Báltico, más precisamente en los gasoductos Nord Stream uno y dos que conecta Rusia con Alemania.

Las explosiones provocaron tres fugas de gas en ambas cañerías que rápidamente llegaron a la superficie abarcando un kilómetro de diámetro, según informó el Ejército de Dinamarca. El Servicio de Seguridad de Suecia aseguró luego que las explosiones "fueron un atentado". "Los análisis que se han realizado muestran restos de explosivos en varios de los objetos extraños encontrados", afirmaron.

Sin mencionar de manera directa a Rusia, la Unión Europea prometió la "respuesta más enérgica" contra el culpable del "sabotaje", mientras que el gobierno de Dinamarca calificó las explosiones de "actos deliberados". Horas después, Ucrania no dudó en acusar a Moscú de estar detrás del ataque. ¿El objetivo era empujar a la OTAN a la guerra en forma activa? ¿Presionar para nuevas sanciones?

La respuesta del Kremlin no tardó en llegar de parte del vocero, Dimitri Peskov, quien calificó de "previsible, estúpido y absurdo” que se los acuse de un ataque contra su propia infraestructura. Lo cierto es que, una vez más, el mundo vio crecer la tensión a niveles pocas veces vistos en décadas.

Recientemente, el periodista estadounidense Seymour Hersh, ganador del premio Pulitzer, publicó una investigación sobre el estallido del gasoducto. Allí aseguró que no fue Rusia la que hizo volar las tuberías sino Estados Unidos por orden de Joe Biden. La colocación de explosivos fue realizada por buzos de la Marina en el mes de junio durante un ejercicio de la Otan. La explosión se llevó a cabo tres meses después de manera remota y contó con la colaboración de Noruega y el visto bueno de Dinamarca y Suecia.

El sabotaje al Nord Stream por parte de la Otan y Estados Unidos podría haber constituido un acto de guerra, no solo contra Rusia, que se limitó a denunciar el hecho posiblemente para evitar una escalada sin retorno, sino también contra Alemania, copropietaria del gasoducto.

Lo cierto es que la invasión de Rusia a Ucrania ha sembrado el terreno para cualquier escenario posible. Mientras tanto, la alianza militar occidental y Estados Unidos explotan los beneficios de estar en el centro del mapa otra vez, pero deben convivir con el riesgo latente de un desmadre y con las consecuencias económicas que genera en todo el mundo.

“Claro que la guerra es una buena excusa para el fortalecimiento de la Otan, tanto que dos países neutrales como Finlandia y Suecia están cerca de incorporarse, y EEUU, como cabeza de facto de la alianza, quien más se beneficia de esto”, afirmó Hutin aunque consideró como “arriesgado” presumir que EE.UU. buscó deliberadamente este desenlace.

Martínez brindó otra mirada al respecto. “La Otan siente que el conflicto es incómodo. No quisieron involucrarse de forma directa porque a la guerra habrían tenido que sumarse los aliados, unos 32 países más. Sería mucho peor que la Segunda Guerra Mundial”, consideró.

Al mismo tiempo, advirtió que tanto los aliados de Ucrania como de Rusia “están agotados con esta situación”. Por el lado de Moscú, explicó que China y la India en las últimas votaciones de la ONU no votaron a favor de Rusia sino que se abstuvieron. Del lado de Kiev, algunos aliados como EEUU, Canadá, Francia, Alemania también están presionando al gobierno ucraniano para que se siente a negociar. “La crisis alimentaria, energética y humanitaria que generó esta guerra ha puesto en una postura muy incómoda a las potencias, los ha debilitado y quieren una resolución rápida del conflicto”, sentenció.

Un plan frustrado y una solución cada vez más lejana
Días atrás, la prensa estadounidense se hizo eco de un presunto plan propuesto por Washington a Rusia para llegar a un acuerdo de paz en Ucrania. De acuerdo con la información, el director de la CIA, William Burns, viajó a Moscú para encontrarse cara a cara con Putin.

El documento que le habría entregado el jefe de la inteligencia estadounidense al presidente de la Federación de Rusia consistía en la entrega del 20 por ciento del territorio ucraniano a manos de Moscú para poner fin a la guerra, lo cual abarcaría la región del Donbass. La respuesta de Putin fue negativa. Días atrás, ante una consulta de la prensa, la Casa Blanca negó que la propuesta hubiera existido. Sería la segunda vez que los acuerdos de paz no llegan a buen puerto, tras lo ocurrido en abril en Turquía.

Mientras tanto, la solución parece cada vez más lejana. Así lo considera Hutin. “Yo no veo ninguna (salida). Las partes no van a ceder, no tienen ninguna motivación para hacerlo, pero tampoco pueden lograr una victoria total a corto plazo”, afirma.

Para el autor de "Ucrania. Crónica desde el frente", la resolución del conflicto podría surgir a partir de un cambio drástico de escenario. Y puso varios ejemplos: “La participación abierta de la Otan en el conflicto o una revolución democrática en Rusia. Quizá que Ucrania deje de recibir armamento y que todos los países del mundo impongan sanciones a Rusia…Todo eso podría implicar una salida, pero son situaciones que hoy parecen muy lejanas y poco probables”, apuntó.

Por su parte, el profesor de Geopolítica afirmó que las dos partes están “muy cerradas" en su posición. “Obviamente se entiende que la posición de Ucrania es sentarse a negociar si se reconoce la totalidad de su territorio, lo cual es justo. Es la postura que Argentina ha apoyado por la propia experiencia de Malvinas”. Rusia, en cambio, no se sentará en la mesa de negociación si no reconocen como propios los territorios que sumó en los últimos meses. “Esto hace que la salida sea muy difícil”, dijo.

Como antecedente de un conflicto similar, Martínez citó a la guerra de Corea entre 1950 y 1953. “Ambas partes fueron muy duras en las discusiones. Tuvo que entrar a mediar un país como la India que no ganaba nada en la cuestión”, dijo.

Sin embargo, explicó que hubo algunas circunstancias que contribuyeron a la solución como la muerte de Iósif Stalin y el cambio de presidente en EEUU de Harry Truman a Dwight Eisenhower. “Hoy esa posibilidad se ve distante”, concluyó.

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