Cuanto más se complica la sociedad humana, más depende de una tecnología de sofisticación creciente y más sensible es a los ataques tecnológicos intencionales y a los desperfectos inevitables de sistemas complejos.
Hoy todo el planeta está cubierto por la nube informática que se ha comparado con una red neuronal y que suscitó el interés de los estrategas de la guerra, porque atacarla rendiría a un ejército tanto o más rédito que un ataque con armas nucleares.
En la prehistoria la humanidad estuvo varias veces cerca de la desaparición. En algunos momentos, toda la población no superó unos pocos miles de efectivos como consecuencia de catástrofes naturales, por ejemplo grandes erupciones volcánicas, terremotos o inundaciones catastróficas.
Hoy la humanidad está muy lejos de aquel mínimo, pero la acechan otros peligros: depende cada vez más de desarrollos como por ejemplo internet, que es clave para operaciones comerciales y financieras.
La civilización mundial ha hecho que de estas operaciones dependa la prosperidad y la vida -y por consecuencia la ruina y la muerte- de un número incalculable de seres.
Por eso, el ciberespacio se ha convertido en posible escenario de operaciones militares, como antes fueron las ciudades a las que se ponía sitio o los campos sembrados, que eran quemados para reducir por hambre al enemigo.
Se ve necesario desarrollar mecanismos de seguridad frente a la dependencia creciente de las tecnologías de la información y la comunicación, que son fuente creciente de vulnerabilidades.
Ahora las tecnologías cibernéticas están al alcance de la política y del crimen organizado, y han disuelto las fronteras como surgieron de la constitución de los Estados modernos en Europa en el ocaso de la edad media.
Recientemente, hubo revuelo ante la presunta intervención cibernética de Rusia en las elecciones que dieron el triunfo a Donald Trump en los Estados Unidos en noviembre de 2016 o ante el ataque a empresas y gobiernos de todo el mundo por el virus WannaCry en mayo de 2017, que afectó unos 300.000 equipos de 180 países.
Mientras discutimos, hacemos
Los especialistas discuten si al ciberespacio se extiende el ámbito de las tensiones entre Estados o es la dimensión nueva donde se disputarán, o quizá se estén disputando ya, conflictos de una naturaleza novedosa.
Internet se inició hace seis décadas para comunicaciones militares. En los años noventa del siglo XX se popularizaron los programas de acceso a la web, apareció el intercambio de información de negocios y se produjo un rapidísimo desarrollo que ha hecho del ciberespacio el lugar natural de una sociedad cada vez más artificial.
A fines del año que viene habrá más de 20.000 millones de equipos conectados a Internet, contra 2000 millones que había en 2010. La vulnerabilidad a los ataques informáticos crece por lo menos en la misma proporción, haciendo muy vulnerable el logro tecnológico más elogiado de estos tiempos.
Guerra sin balas
Las operaciones bélicas basadas en desarrollos tecnológicos modernos ya están en marcha como se ve en la dotación de los buques y aviones militares, adecuados para destruir equipos informáticos del enemigo, dejarlo sin electricidad o sin conectividad o para dejar al garete sus flotas o en tierra a sus aviones. En estos casos se trata de ataques electrónicos, como el previo al bombardeo de Iraq en tiempos de Bush hijo, o como el que sufrieron las redes eléctricas de Venezuela recientemente.
Un caso ejemplar de ataque electrónico fue el de un avión ruso Sukoi 24 a los equipos del destructor estadounidense Donald Cook el 10 de abril de 2014 en el Mar Negro.
Según los datos conocidos del hecho, el avión no llevaba bombas ni misiles pero sí un sistema de guerra electrónica llamado "Jibiny". Cuando sobrevoló al destructor, quedaron fuera de servicio los radares, los circuitos de control, y los sistemas de transmisión de información. Después, el caza simuló 12 veces ataques con misiles contra el barco, que había quedado indefenso, ciego y sordo. Cuando el Su 24 se alejó, el Donald Cook se dirigió a puerto en Rumania, 27 de sus temblorosos tripulantes pidieron la baja y no volvió a aparecer por el Mar Negro.
Las definiciones de la guerra cibernética se siguen basando en la idea de Estado, que es central todavía desde el punto de vista ideológico, pero choca contra la naturaleza de tecnologías que ignoran las fronteras.
En general, hay acuerdo en que la ciberguerra se disputa en el ciberespacio, pero poco más.
Las nuevas tecnologías implican cambios en las doctrinas militares. Las tecnologías siempre fueron centrales en las guerras, desde la invención del arco a las armas de fuego, el ferrocarril o el teléfono.
La presencia inminente de la ciberguerra fue advertida en los 90 del siglo pasado por especialistas que señalaron al ciberespacio como teatro de operaciones militares.
Por ciberguerra, algunos entienden los conflictos compuestos por ofensivas a través de códigos maliciosos que permiten ataques informáticos.
Para otros la ciberguerra es un conflicto bélico en el ciberespacio con tecnologías de la información como arma principal.
También se la define como una agresión promovida por un Estado tendente a dañar gravemente las capacidades de otro para imponerle la aceptación de un objetivo propio.
El especialista francés Daniel Ventre la considera un conflicto armado interestatal o intraestatal que es parte de un conflicto armado convencional y no es la totalidad del conflicto sino la parte que se dirime en el ciberespacio.
El general español Luis Feliu entiende por ciberguerra la lucha entre dos Estados o facciones de los mismos que tienen lugar en el espacio cibernético. No incluye los ciberataques procedentes de individuos u organizaciones con fines de extorsión, estafa o chantaje a ciudadanos u organizaciones privadas. Es decir, el actor fundamental es, como antaño, el Estado. Para él, la ciberguerra es una dimensión adicional del arte de la guerra; pero no toda la guerra.
Una de las escaramuzas ya registradas de ciberguerra fue un presunto ataque ruso contra Estonia en 2007, que no fue violento ni reivindicado por nadie, pero mantuvo bajo ataque al país durante una semana y afectó su sistema financiero.
Otra fue la infección con el gusano Stuxnet de las centrifugadoras de enriquecimiento de uranio de las plantas iraníes de Natanz. El ataque alteró el funcionamiento de las centrífugas, que quedaron inoperativas; y demoró pero no detuvo el programa iraní. Según especialistas fue un ataque quirúrgico que entra en la definición de cibersabotaje.
Son escaramuzas porque hasta ahora no se ha producido ningún enfrenamiento bélico con centro en la ciberguerra; por ejemplo ataques masivos que detengan las operaciones financieras. Pero no se puede descartar mientras siga la política de que somos víctimas y factores cada día, porque se mantendrán vigentes otros medios de continuarla cuando los habituales sean insuficientes.
De la Redacción de AIM.