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Las opresiones se potencian unas a otras, y los piquetes responden

Cuando el poder aprieta, las víctimas marchan por las calles. Allí podrían confluir en el futuro los piqueteros, los asambleístas y la Pachamama. Por Daniel Tirso Fiorotto (*).

Las organizaciones barriales, piqueteras, son una resultante de siglos de opresiones en sinergia.
Las organizaciones barriales, piqueteras, son una resultante de siglos de opresiones en sinergia.

Los gobiernos y demás poderosos no prestan oídos a las marchas silenciosas por las calles argentinas. Pero si un tambor o un bloqueo pueden arrancar a los gobiernos una medida de urgencia, las caminatas masivas siembran la amistad, la confianza, la conciencia y su resultado se verá en otros plazos.

En muchos de nuestros barrios, las opresiones diversas se reúnen, y en esa confluencia multiplican sus efectos. Decimos “multiplican”: si alguien sufre discriminación negativa por el color de piel (y ni siquiera racismo sino menosprecio), y ese alguien además está desocupado, no sumará 10 más 10: multiplicará 10 por 10.

En el patriarcado vigente, si ese alguien además es mujer, 10 por 10 por 10, y si eso ocurre en un lugar separado del resto de la naturaleza, y en una sociedad colonial (país dependiente), 10 por 10 por 10 por 10 por 10. Entonces la ecuación no dará 50, dará 100.000, por decirlo en números significativos.

Esa sinergia coloca a las personas bajo la línea de lo humano. Por eso muchos barrios hacinados sufren el racismo, y esto se explica mejor en la “interseccionalidad” de opresiones, de la que habla una línea del feminismo, es decir: la potenciación de atropellos.

Para ocultar el racismo del siglo 21 nada mejor que hacer foco en el racismo de los siglos 18 y 19. Es fácil pelear contra un monstruo de nuestros tatarabuelos mientras hacemos la vista gorda ante el monstruo coetáneo. Ya vendrán nuestros tataranietos a apuntar nuestra cobardía.

El Estado mata
No debe extrañarnos que esa sinergia de opresiones en las villas se traduzca en mendicidad, desesperanza, depresión, delincuencia, violencias varias, adicciones, y que todo ello provoque un estado de riesgo que lleve a muchos a la enfermedad y la muerte.

Las organizaciones en marcha buscan otros caminos comunes, y entre avances y retrocesos, recuperan expectativas en los “nadies”.

El monte, el río, el suelo, sufren un ataque similar del sistema y tienen respuestas.
Si el Estado garantiza a algunos pocos la acumulación de capital y su incremento, sea con máquinas o con la explotación de la mujer y el hombre, mientras deja a millones bajo la línea de lo humano, es el Estado el que mata. Sus leyes y su capacidad represiva colaboran para ello. Por eso la existencia de organismos como el Inadi, dependientes de ese Estado, puede resultar un mecanismo de desvío de la atención, para colocarle al verdugo una máscara de benefactor.

Durante unos 300 o 400 años los habitantes de este territorio sufrimos el atropello del poder con sede en las metrópolis de España, Inglaterra, Portugal, para desarticular nuestras culturas y uniformarnos. Pero los ataques al Paraguay, la Patagonia, el Chaco, Entre Ríos y otros territorios ya no fueron ejecutados por españoles, portugueses e ingleses sino por argentinos. La Argentina tiene en la historia cercana sus propios genocidios con núcleo en la heredera de las metrópolis: Buenos Aires.

Los estudiosos Curapil Curruhuinca y Luis Roux dicen que el genocidio en la Patagonia se muestra en toda su magnitud desde el paso del río Neuquén en 1879 sin aprobación inicial del Ejecutivo ni del Legislativo, y resuelto por un grupo de militares encabezados por Napoleón Uriburu, durante la presidencia de Nicolás Avellaneda y con Julio Roca ministro de Guerra. Todo fue contra la ley 947, y las autoridades convalidaron luego el delito. Pero es que gobernantes como los Roca practicaron en la Argentina la “guerra preventiva” que tanto le reprochamos al imperio estadounidense. Entonces, este atropello bien estudiado es nomás un ejemplo de muchos.

Los jerarcas de la llamada “civilización” en la Argentina colocaban en la categoría de barbarie a todo lo que no calzara en sus razones, y abrían las puertas al exterminio. Una secuela de esa política se escucha en la calle cuando mueren jóvenes de barrios marginales por la violencia: “se matan entre ellos”. Nosotros, la “civilización”, ellos, la “barbarie”.

Para el común, formado en las categorías de un Estado racista, la muerte de diez qom o mapuches no vale la de un blanco. La desaparición de la familia Gill en Entre Ríos tuvo impacto cero en el poder. Basta pensar qué hubiera ocurrido si la familia en vez de ser peona hubiese sido patronal, en vez de campesina del interior, urbana del centro. Lo mismo si miramos la desaparición de los Gómez, Basualdo, Pérez y Gorosito, sólo en Paraná.

Piquete: esperanza
Las organizaciones barriales, piqueteras, son una resultante de siglos de opresiones en sinergia. Allí hay un germen comunitario. La olla popular, la marcha en masa, resucitan una comunidad devastada por el sistema. Allí los “nadie” pueden reconocerse dignos, con otros.

Caminan con riesgo cierto de perderse en los laberintos del Estado opresor que por ahí responde con dádivas para sumar apoyos o desactivar violencias más peligrosas hacia afuera del barrio; y con riesgo de caer en punteros y otros liderazgos generalmente provenientes de otras clases sociales más acomodadas, y a veces partidizados, lo cual equivale a colocar algo superior (el pueblo) al servicio de algo inferior (el partido); pero en ruedas de mate, cortes de calle, humaredas, recuperan la dignidad en el aquí y ahora. Y también en el trabajo colectivo, en la construcción, en las huertas, en las llamadas cooperativas.

Desactivar las bombas de tiempo sincronizadas de las distintas opresiones es una tarea que puede exceder a las organizaciones de base, pero no necesariamente las excederá.

Claro, desactivar el enredo de opresiones (clase, raza, desocupación, rubro, villa, género, colonia, consumismo), es una tarea titánica que puede darse en caso de que los integrantes de cada movimiento vayan compartiendo la conciencia. Para librarse de un amo sin caer en otro igual o peor.

(Sumamos el consumismo porque la sociedad capitalista ha logrado, mediante una maquinaria de propaganda, incorporar entre sus defensores a millones que ven como imprescindibles algunos objetos o servicios accesorios).

Mirada de cuenca
La conciencia del estado de cosas, el diagnóstico, no partirá del análisis minucioso de cada parte sino de la mirada de conjunto. “Mirada de cuenca”, suele decir el ecologista Daniel Verzeñassi.

Es muy probable que una persona en una comunidad hacinada vea en riesgo su alimentación, su trabajo, su familia, por una serie de causas donde cada una se vuelve peor al lado de la otra. La emancipación vendrá de la mano de esa conciencia integral. Por eso convendría no tomar atajos. Resaltar una opresión y esconder otras no hará más que clausurar los caminos de la emancipación, desviar la energía, desnaturalizar el germen de la conciencia.

En la Argentina, para comprender y revertir los problemas provocados por el desarraigo, el destierro, el hacinamiento, es necesario concentrarse en la relación de la mujer y el hombre con el resto de la biodiversidad. Eso facilita la mirada de cuenca, extendida en la geografía, la historia, los saberes. Además, el que se va de un lugar le deja el espacio a pocos, y esos pocos se convierten en más poderosos y por tanto, más dañinos.

La consigna tierra-techo-trabajo, en la que coincidimos tantos, debe mirarse en forma apropiada. La tierra, la Pachamama, pertenece a un orden superior y abarca al resto. Pachamama equivale a madre tierra en equilibrio, en armonía; todos los seres vivos con nido, casa, cueva, lugar, alimentos.

En la relación opresiva “civilización/barbarie” no es imitando los modos de la “civilización” que nos libraremos de la hegemonía. No es con ganancia, consumismo, competencia, acumulación. La respuesta está en el mundo comunitario y austero de la “barbarie”. Es un error ver al pueblo corriendo de atrás, en la misma ruta que los sectores privilegiados; el pueblo va por otros caminos.

Los saberes de nuestros pueblos, sean de comunidades originarias o criollas, junto a la conciencia sobre los daños que provoca el sistema en la humanidad y la biodiversidad, son energías que alumbran. Lo mismo la conciencia decolonial, y la mirada ecológica (en sintonía plena con el vivir bien y buen convivir). Respuestas paralelas a un sistema que ha destruido personas, culturas, saberes, modos de organización, relaciones en la biodiversidad, montes.

Bajo aquel resplandor brilla la vía de la producción propia, cercana, de frutos sanos, en casa, en el barrio, con espacios apropiados, como un ejemplo promisorio para cultivar conciencia mientras cultivamos alimentos. De ahí nuestra decidida adhesión a la agricultura familiar, tan castigada en estos días.

Marchan, decíamos, las mujeres y los hombres del piquete; marchan los jóvenes, se organizan. Por otro lado, marchan los asambleístas de la ecología. Hay en las calles un mutuo escucharse, pero sin imbricaciones por ahora. Unos esperan que las sucesivas crisis den fuerza a los de “abajo”, pero quizá en los momentos de calma pueda cuajar el encuentro de los desplazados con la Pachamama, y aflore ese mundo inmenso que no se abre al primer grito.

La Pachamama abraza
No será, claro, una negociación entre pares. El ser humano es un par de las aves, los ríos, el árbol y los demás seres humanos. La Pachamama abraza a todos.

Como las movilizaciones suelen ser conducidas con espíritu occidental, son altas las probabilidades de que en sociedades desnaturalizadas quede al margen la Pachamama como si fuera una nota de color. Las luchas occidentales suelen ser antropocéntricas, es decir, con la razón y el hombre por encima de todo, y eso tiene consecuencias alarmantes para el ambiente. Todo muy distinto de las tradiciones ecocéntricas que miran al ser humano dentro de la biodiversidad, y le liman, por eso, el copete a nuestra especie.

Comunidades originarias, pensadores, asambleas, foros, piquetes, y por ahí algunos sindicatos que buscan articular esos espacios: hay una familiaridad insinuada, que marcha a paso de piquete.

Pacto argentino de silencio
Los crímenes de lesa humanidad no se extinguen. Salvo que las víctimas sean humanas de segunda categoría, en cuyo caso el legislador y el constituyente y el juez dejarán en suspenso los derechos y los artículos e incisos de los crímenes de lesa humanidad, para no afectar el capital de los humanos de primera que aprueban constituciones, leyes y decálogos.

Es que, dadas las circunstancias, respetando los derechos humanos de los humanos de segunda se afecta a los humanos de primera.

Cruzar el río y tomar por asalto el País de las Manzanas liderado por Sayhueque fue una invasión que provocó crímenes de lesa humanidad, hace menos de siglo y medio. Casos similares se cuentan por decenas, ¿y entonces?

Hoy recordamos los crímenes de Hitler y ocurrieron hace casi ocho décadas. Parece que fue ayer. Cuando el apogeo de Hitler, habían pasado apenas cinco o seis décadas de los Hitler argentinos. La diferencia está en que el europeo perdió la guerra y sus predecesores de la Argentina la ganaron (por ahora) y están en el bronce porque coparon el Estado en sus tres poderes, y las escuelas, las universidades, las corporaciones, los libros, los medios masivos de mayor alcance, hasta los sindicatos, para redactar derechos a medida.

Esa es la razón principal y no excluyente por la cual los Sarmiento (que como autores intelectuales de esos genocidios mandaron a matar niños mapuches y guaraníes para extinguir sus comunidades); los Sarmiento, digo, siguen de pie como “padres del aula” y defendidos por derecha y por izquierda, mientras que los Jones Huala son considerados forajidos.

Qué difícil defender a los mapuches y a la vez celebrar el Día del Maestro con Sarmiento, cada 11 de setiembre, como una afrenta a los mapuches que Sarmiento mandó matar de niños.

Dice Sarmiento desde el bronce: “¿Lograremos exterminar a los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado”.

Lo dijo cuando ya llevábamos casi 400 años de persecución y matanzas en este territorio. Los argentinos pusimos una bisagra a ese relato en 1992, pero siguen quedando rezagos del genocidio, y no sólo en los partidos ricos sino también en los sindicatos de trabajadores.

El caso es que, como resultado de todo un aprendizaje en materia de constitución, leyes, poderes varios, universidades, corporaciones, iglesias y otras linduras modernas y no tanto, Benetton tiene un millón de hectáreas en la Argentina, y la mitad de todos los niños y las niñas de la Argentina viven bajo la línea de pobreza, muchos de ellos bajo la línea de lo humano, hacinados en barrios preparados para la muerte gradual. Allí la gama completa de opresiones. El monte y el ser humano se van, los títulos se apiñan en pocas manos.

Títulos manchados
Todos los factores de poder están ligados en un pacto de silencio para no hablar de los genocidios, sobre los cuales se asentaron los títulos de propiedad actuales.

Y es que, si la verdad emerge, aquel que posea propiedades más allá de las que necesita para alimentarse, trabajar, mantener a su familia, es decir: todo el que posea capital en tierras mayor a una unidad productiva, lo perderá cuando zafemos de la farsa. Pero los derechos humanos cargan también debilidades humanas, como la cobardía.

Las unidades productivas dependen de la ley que las contemple. Como en la Argentina ganaron los genocidas, entonces siguen imponiendo un sistema que hace imposibles los emprendimientos familiares. De ese modo han expulsado a millones, los han desterrado y hacinado, para despejar el camino al capital concentrado que exige economía de escala.

Apenas reconozcamos la existencia de genocidios y logremos ver a sus principales autores intelectuales y ejecutores se caerá toda la estantería de las propiedades de hoy porque tienen un vicio de origen. Los primeros títulos están manchados de sangre, y eso se hereda con el patrimonio.

Entonces, ¿los crímenes de lesa humanidad ¿tienen o no tienen fecha de vencimiento?

Depende de la cara del cliente, como todo negocio. Ningún poder se anima a declarar imprescriptibles delitos de lesa humanidad que hicieron ricos a tantos. Con la muerte masiva en el Abya yala y la esclavización masiva en África fundaron los cimientos de la “modernidad”.

Más cerca en el tiempo, son tan abundantes y verificables los documentos y testimonios sobre los crímenes de lesa humanidad que permitieron el asalto a territorios en la Argentina, que solo la cobardía de los políticos, legisladores, jueces, empresarios, sindicalistas, periodistas, intelectuales y un largo etcétera permite la continuidad del estado de cosas.

En la Argentina, la Constitución y las leyes, el Estado y sus fuerzas de represión, todo está diseñado para garantizar la seguridad del capital ilegítimo. Es por la Constitución y el Estado que alguien puede en la Argentina apropiarse 100 mil hectáreas, 500 mil, un millón o más, mientras que millones se ven condenados al amontonamiento. El pueblo jamás permitiría semejante atropello, eso se cae de maduro.

Si la victoria de los genocidas ha conseguido cerrar las puertas a la verdad, ¿quiénes las abrirán?
Daniel Tirso Fiorotto (*) es periodista, escritor e investigador.
Fuente: diario Uno

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