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Salud y Bienestar
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Longevidad, de ayer a hoy

Se suele opinar que ahora se vive más que en la antigüedad, sin precisar mucho a qué antigüedad nos referimos, aunque no se arriesga tanto la opinión sobre si se vive mejor, o más agitadamente, con menos tiempo para pensar y dialogar, para valorar al prójimo y tener confianza en el futuro. Con frecuencia aparecen opiniones que atribuyen la mayor longevidad a la medicina, a las vacunas y a los medicamentos, a la buena alimentación, a los aparatos de diagnóstico y tratamiento con que cuenta la ciencia.




Si analizamos uno por uno estos ítems vemos que ninguno se mantiene erguido: todos tienen su parte de verdad innegable, pero los pacientes sufren la medicina como explotación del mercado de la enfermedad que en realidad no llega a la enorme mayoría de la población del mundo, cada vez más pobre y abandonada a su suerte, que no puede pagarla ni se beneficia de ella; las vacunas están hechas calculando el beneficio económico y a veces solo para esterilizar o para mantener a la gente enferma, no para sanarla ni para prevenir; los medicamentos son la industria más rentable y más sórdida, literalmente enfermante. La alimentación, desde que es una rama de la industria, es chatarra para los que pueden comprarla y envenenarse. Su resultado es una vida más corta con la aparición a plazo fijo de enfermedades prevenibles.

Esta cháchara modernista está en boca de gente que se funda en que ahora, gracias al progreso, tenemos estadísticas que no había antes. Pero si antes no había estadísticas, no se puede saber con certeza cuánto vivía la gente antes ni abrir juicios demasiado seguros con datos que son solo conjeturas.

Mientras tanto, los pobladores de Okinawa, que vieron caer sobre sus cabezas la modernidad en forma de bombas norteamericanas en la Segunda Guerra Mundial, siguen viviendo más de 100 años gracias a la dieta vegetariana por un lado y a beber agua alcalina que baja de la montaña. Alcalinizar el cuerpo es fundamental para la larga vida. La vida moderna proporciona a sus creyentes comidas que acidifican el cuerpo, como las que contienen salsas y conservantes. Los infartos, los accidentes y el cáncer, todos muy exacerbados por la modernidad, acortan la vida. Los españoles decían que los indios tenían vejez decrépita, pero pocos llegaban a viejos. Efectivamente, pocos llegaban a viejos por ellos se encargaban de matarlos antes. De los 25 millones de habitantes que tenía México, al año de llegar los europeos quedaba un millón apenas. Los que sobrevivían al exterminio llegaban a ser tan viejos, más que centenarios, que parecían decrépitos, en momentos en que según los modernos el promedio de vida en Europa, sin ninguna prueba sino solo con el deseo de crear un contraste favorable a la modernidad, era de 30 años.

Una mujer negra, en una serie norteamericana de TV, murió joven en un hospital, muy bien atendida, y agradecía porque en Africa, decía, el promedio de vida era 30 años. Así era en realidad, pero debido a las pestes, el hambre, la esclavitud y la desesperación que introdujeron los europeos, no al modo de vida autóctono.

Como el de Okinawa hay ejemplos por todas partes. Los hindúes decían -como la Biblia- que la longitud natural de la vida humana es de 120 años, y para alcanzarlos recomendaban una dieta estricta, que detalla el Yajur Veda, disciplina mental y ejercicios físicos con el presupuesto de que el hombre, por la estructura de su dentadura y de su aparato digestivo, es naturalmente vegetariano.

Los modernos han olvidado todo eso, tienen un comportamiento crédulo e ignorante y viven en un mundo que es doblemente ilusorio. En principio casi ninguno tiene punto de vista propio, no dependiente de las ideas preformadas e inculcadas por la educación y el medio y además porque para ellos pensar es aplicarse ante todo encontrar modos de sobrevivir y no de vivir como se debe.

Esta es una consecuencia de que la tercera de las clases en que los antiguos dividían la sociedad, la de los comerciantes, ha desplazado a las dos que tenía encima y explota brutalmente a la que tiene abajo. Por eso ya no hay una clase encargada de formular doctrina, preservarla y explicarla ni tampoco una encargada de la administración, el gobierno y la justicia. Todo ahora está supeditado al valor comercial, al poder financiero, al interés, si es compuesto mejor. Por eso si hay doctrinas no expresan sino valores, término que designa tanto hechos morales como económicos. Y toda las doctrinas, capitalistas o socialistas, se fundan en la economía, como corresponde al predominio hegemónico de comerciantes y banqueros. Por eso también la doctrina ha sido abandonada a los periodistas, que han terminado por producir solo barullo, que es lo que se obtiene de los programas de televisión, con comentarios adocenados sobre los encargados de disputarse el poder para ejercerlo en nombre de los banqueros.

Por supuesto que esto no es sino otra etapa de una decadencia que tendrá punto final posiblemente en una catástrofe si no es posible lograr antes una rectificación que por lo menos la demore. Actualmente hay ya mucha gente que ve las cosas así, pero no puede todavía superar la desorientación.

De la Redacción de AIM.

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