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Los medios… deciden qué sale primero, qué sale después y… también lo que no sale

“Esto no es una pipa” fue el célebre cuadro de René Magritte, que, traducido del francés, “Ceci n’est pas une pipe,” se conoce popularmente, y no es casualidad, como “La traición de las imágenes”. El cuadro muestra una pipa, pero el texto del pie dice lo contrario. El pintor surrealista belga indica con claridad en su pintura que la imagen es una representación; pero no es la realidad. Su exposición tuvo mucho revuelo y mucha gente le recriminó haber adoptado esa postura.

Se dice con frecuencia que los medios de comunicación son ventanas abiertas al mundo. La frase “así es como ha ocurrido, así se lo contamos”, se ha convertido en un mantra muy extendido en un ámbito periodístico que se autodefine como objetivo, neutral y riguroso. También se habla de los medios como espejos que reflejan la realidad. Pero son dos pretenciosas y falsas analogías porque la realidad siempre es una representación y siempre se describe con un lenguaje que obedece a unos códigos y a unos intereses concretos. Los medios funcionan como pantallas que ocultan una realidad y proyectan otra.

Los medios funcionan como pantallas que ocultan una realidad y proyectan otra

En la película “Buenas noches y buena suerte”, ambientada en los años cincuenta en Estados Unidos, el mundo de las rotativas, George Clooney aborda el papel de la prensa como defensora de los abusos de poder: “haremos historia según lo que hagamos con ella”, afirma. Un alegato muy complaciente con el reporterismo y un relato más para esa visión utópica e ingenua de los medios, que consuela el ego periodístico y alimenta su corporativismo.

La espiral de silencio

¿Qué es la opinión pública? Es la pregunta que se hizo la politóloga alemana Elisabet Noelle-Neumann, en la búsqueda de una respuesta encuentró la espiral del silencio para explicar como la opinión pública se construye desde la tendencia dominante, donde las minorías y las voces discrepantes quedan silenciadas, y, por tanto, ocultas por la pantalla de los medios.

Lo leemos en los titulares, única voz y visión de las pensiones, de la justicia, de la sexualidad, que es amplificada, repetida y establecida por la mayoría. Para los que tienen una posición diferente siempre hay un rincón y un silencio. Un silencio arbitrado por la fuerza del grupo que tomará decisiones irracionales, no argumentadas, porque busca la conformidad y uniformidad de la masa.

Las corrientes de opinión se forman como resultado de un complejo proceso, en el que los medios no son esas ventanas abiertas al mundo. Se dice que la prensa simplemente cuenta a la sociedad lo que pasa en el mundo, y que los periodistas son mediadores entre la realidad y sus públicos.

Los periodistas transmiten una imperfecta representación de lo que ocurre, porque construyen un “pseudoentorno”.

Los medios como pantallas que ocultan parte de la realidad

Walter Lippman, demuestra y recuerda que los periodistas transmiten una imperfecta representación de lo que ocurre, porque construyen un “pseudoentorno”. Una serie de “encuadres” que enmarcan lo que hay que pensar sobre cada tema que preocupa. De este modo, incitan a deducir que la mayoría de las mujeres son feministas, y los hombres culpables, que la juventud está agarrada al botellón, o ingesta de bebidas alcohólicas en la vía pública, y la juerga permanente, que los agentes de policía abusan de su autoridad o que cualquiera por ser víctima ya es inocente.

Por ejemplo, en algunas cadenas generalistas de televisión españolas, y previamente en las redes sociales, la noticia del hombre senegalés muerto por un infarto en el barrio de Lavapiés, en Madrid, fue rápidamente titulado con frases como “consecuencias que hablan por sí solas” mostrando la imagen del mantero, o vendedor ambulante, caído en la calle, tras mencionar la persecución de policías e intervención de los agentes antidisturbios.

También en España, en el caso del niño de 8 años, Gabriel Cruz, asesinado por su madrastra, se produjo una sobreexposición mediática que promovió la difusión de mensajes de odio, favoreciendo reacciones viscerales y violentas. Un caso que se convirtió en carnaza sensacionalista a la caza de la lágrima fácil, emociones banalizadas, con primeros planos y encuadres muy emotivos, muy cotizados para el prime time, pero irrelevantes para la información.

Fijar la agenda

Los medios de comunicación dictan una agenda social y cultural, que aparece en los bloques informativos, repiten las portadas y titulares y amplifican las redes sociales, lo que Maxwell McCombs definió como agenda setting. En un primer momento, las noticias tenían el patrón de un periodo de tiempo, que afectaba al modo de pensar de las personas. Luego, con los medios audiovisuales, además de presentar los sucesos, se añaden adjetivos y atributos, consiguiendo su simplificación.

La agenda noticiosa prioriza estos atributos y construye una realidad mediática. Ahora estamos es el momento de la web. Se manejan diferentes fuentes de datos, se articulan los algoritmos, se procesan los datos y se interpretan. Google decide qué sale primero, qué sale después y… también lo que no sale. De nuevo, los medios como pantallas.

Es el turno de los algoritmos. Twitter no ha olvidado la agenda, que tiene poco de material, pero mucho de social. Marca los temas del día, decide de qué hay que hablar y conduce la opinión pública. Los medios tradicionales lanzan, desde su inmovilismo, la artillería pesada contra las redes sociales, porque sus redes clientelares no están articuladas todavía en el océano digital, porque otean desde sus murallas como “llegan los bárbaros”, esos que insultan y siembran bulos fuera de sus redacciones y rotativas. No se quieren enterar que la opinión pública pasa por el trending topic, dictados y procesados por los algoritmos.

Twitter marca los temas del día, decide de qué hay que hablar y conduce la opinión pública.

“Los medios brindan una información rápida postergando la pregunta acerca de si ésta es o no veraz”, señala Dante Augusto Palma en Disidentia. Estamos en la era de la velocidad y del exceso. No hay tiempo para la reflexión, los reportajes no pueden ser rigurosos porque no tienen la oportunidad de madurar, de contrastar sus fuentes, de rastrear sus diversos ángulos y posiciones, de hacer un seguimiento coherente del contenido.

También se redujo el número de años para completar una licenciatura universitaria y se reducirá el número de años para un grado. Y, si existe un conflicto en la pareja, tampoco habrá tiempo (con frecuencia, ni ganas) de afrontarlo y buscar soluciones. La lavadora, el frigorífico, el teléfono móvil son nuevos para hoy y viejos para mañana.

Estamos en la era de la velocidad y del exceso. No hay tiempo para la reflexión

Tiempos rápidos, tiempos de exceso. Un minuto de Internet son 72 horas para YouTube y dos millones de búsquedas en Google. Una era con estas resonancias: “El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego”, recuerda Borges.

Lamentablemente muchos medios priorizan la función de creación de opinión a la informativa, o bien deciden directamente no comunicar, no publicar sobre ciertos hechos muchas veces escandalosos, para favorecer los intereses de empresas y grupos políticos.

Por José Antonio Gabelas para Diario Disidentia

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