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Caleidoscopio
Caleidoscopio

Acá cerca y hace tiempo

Cuando vagaban los dinosaurios en lo que hoy es el territorio argentino, en particular la Mesopotamia, el río Paraná no existía y tampoco el océano Atlántico, porque Africa y Sudamérica estaban unidas.

Nuestro ambiente sería un poco más reconocible para nosotros si nos ubicamos bastante más cerca en el tiempo, hace 25 millones de años, en la época geológica llamada oligoceno del terciario inferior.

Para ese tiempo los dinosaurios se habían extinguido y estaban colonizando la Tierra los mamíferos, herbívoros y carnívoros.

Hoy también hay herbívoros y carnívoros, pero los de aquellos tiempos eran quizá menos eficientes. El Scarrittia era del tamaño de una vaca y cuerpo similar al de un rinoceronte pequeño sin cuernos, con dientes puntiagudos y pezuñas. Se alimentaba de pasto en un clima similar al actual.

En ese tiempo los animales dominantes eran las aves, entre ellas una muy destacada, la Davicenzia, no voladora de más de dos metros de altura, con un pico del doble de tamaño que una cabeza humana.

También vivía un biguá o cormorán gigante, y otras criaturas extrañas. Sudamérica era por entonces un continente isla, como Australia actualmente , y sus animales y plantas habían evolucionado aislados del resto del mundo.

Varios millones de años más tarde se produjo la unión física entre Norteamérica y Sudamérica, debido al crecimiento de un arco volcánico que finalmente se cerró en Panamá.

Ocurrió entonces el "gran intercambio americano", un evento de gran magnitud en el que plantas y animales se expandieron hacia uno y otro territorio.

Los animales grandes del Norte reemplazaron a la mayor parte de los originarios del Sur, mientras que un número menor de los sudamericanos se instaló en el otro hemisferio. Con la vegetación sucedió al revés: el dominio neotropical avanzó más de mil kilómetros, hasta el centro de México.

La biogeografía del continente cambió drásticamente en corto tiempo. Veinte millones de años más tarde (cinco millones antes del presente) el mar entró en el continente y ocupó la llanura argentina y acumuló sedimentos que afloran ahora en el Parque Urquiza de Paraná.

Esos sedimentos contienen una rica fauna marina con ostras, almejas y numerosas otras especies de invertebrados. Entre los restos de vertebrados predominan los dientes de tiburón. Las ostras no necesitan fosilizarse para preservarse, porque les basta su valva calcárea.

El paisaje de Entre Ríos hace millones de años nos resultaría muy diferente del actual, pero mucho menos el de cincuenta mil o treinta mil años antes.
El río ya corría desde tres millones de años, con islas y bancos de arena y en las costas y aguas zorros, comadrejas, patos, surubíes, peludos.

También algunos gigantes desaparecidos: el mastodonte, muy similar a un elefante; el megaterio, un perezoso de tres metros de altura en posición erguida que se alimentaba de hojas de árboles.

El lestodos eran menos grandes, vivía en grupos en ríos y arroyos como los carpinchos, alimentándose de juncos y camalotes. Los gliptodontes eran armadillos enormes con coraza dorsal de placas óseas y una cola tubular acorazada rematada con espinas.

En aquellos campos galopaban caballos, que se extinguieron mucho antes de ser reintroducidos por los europeos en el siglo XVI. Eran parientes de los rinocerontes y de los tapires, y se adaptaron a alimentarse con pastos fibrosos.

En Sudamérica hubo caballos que ingresaron del Norte cuando se formó América Central y se conectó América del Norte con el sur.

Recibieron de la ciencia los nombres de Hippidion y Equus. Hippidion era pequeño, con patas más cortas y fuertes que los caballos modernos, y cabeza grande.
Los Equus eran muy parecidos a los caballos actuales. Los tapires siguen igual que cuando aparecieron hace cincuenta millones de años.

En la megafauna desaparecida había un guanaco gigantesco ramoneador; se alimentaba de ramas, pesaba más de una tonelada y tenía tres dedos en cada pata. El toxodonte era un mamífero que pesaba dos toneladas y parecía un hipopótamo.

Todos estos grandes animales se extinguieron entre hace quince mil y ocho mil años, cuando ocurrió un cambio climático importante que coincidió con la aparición de la especie humana en el continente.

Aquellas extinciones se deben a causas naturales o a la acción humana, no hay acuerdo en ese punto.

En la costa entrerriana y correntina del Paraná, que pertenece a la formación geológica Ituzaingó, en varios sitios se han descubierto leña y árboles fósiles de miles de años, testigos mudos de un pasado remoto que se suele ignorar.

Una formación natural de guayabos fósiles fue descubierta por miembros de la Asociación de Amigos del Árbol, entidad que en su momento informó que trabajaba para convertir a los árboles fósiles en un atractivo turístico, ya que estos sitios no han tenido relevancia cultural ni turística.

En la Mesopotamia argentina abundan restos fósiles vegetales de diferente naturaleza y tipo de fosilización.

Los ejemplares arbóreos fósiles provienen de los sedimentos marinos y continentales del cenozoico superior, el período geológico que antes se llamaba terciario, iniciado hace 60 millones de años.

Esos fósiles están en las cuencas de los ríos Paraná y Uruguay, y se desarrollaron hace millones de años en paleocomunidades arbóreas. El cenozoico es la era geológica que comenzó con la desaparición de los dinosaurios y continúa hasta hoy.

Las primeras referencias a floras fósiles de la región se deben a Charles Darwin en su viaje por el mundo a bordo del Beagle en 1831, cuando describe las barrancas del río Paraná y cita la presencia de fósiles de origen vegetal.

Más tarde, el paleontólogo italiano Joaquín Frenguelli, radicado en Santa Fe, dio a conocer un detallado trabajo sobre la geología de Entre Ríos, recalcando el hallazgo de floras fósiles.

Sorprendentemente esta flora fósil no fue estudiada en los 50 años posteriores, y fue sólo en la década del 70 del siglo XX cuando comenzaron los estudios paleoflorísticos en la Mesopotamía argentina, con trabajos sobre polen, leños fósiles, cutículas, impresiones foliares y fitolitos o vegetales mineralizados.
Los únicos registros de maderas fósiles del período miocénico, que se inició hace 23 millones de años, pertenecen al suroeste de la región mesopotámica; están en del Cerro La Matanza cerca de Victoria.

Las floras fósiles de hace dos millones de años se hallan más extensamente representadas en las barrancas del Paraná y del Uruguay en Corrientes y Entre Ríos.
Los taxa fósiles, que son los fósiles de especies que parecen haberse extinguido pero reaparecen en eras posteriores, están presentes en la margen izquierda de Paraná y provienen en su mayoría de la Formación Ituzaingó. En este nivel hay grandes árboles petrificados incluídos en arenas fluviales con estratificación ocre-amarillenta.
Los registros de maderas fósiles hallados en las barrancas de la margen derecha del Uruguay provienen de las formaciones Salto Chico y El Palmar, ambas de origen fluvial.

La Formación Paraná fue descripta por el paleontólogo José Augusto Bravard en 1858 en las barrancas de la margen izquierda del río, en la capital entrerriana.
Es una formación es de origen marino, originada en un ambiente litoral de aguas salobres depositadas bajo condiciones climáticas tropicales o subtropical-templadas.
Sedimentos portadores de troncos fósiles provienen de la cantera municipal de la ciudad de Victoria, ubicada en el Cerro La Matanza.
De la Redacción de AIM

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