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Caleidoscopio
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Hume, el empirismo de su majestad

“Sospecho que los negros y en general todas las otras especies de hombres (de las que hay unas cuatro o cinco clases) son naturalmente inferiores a los blancos. Nunca hubo una nación civilizada que no tuviera la tez blanca, ni individuos eminentes en la acción o la especulación".

No han creado ingeniosas manufacturas, ni artes, ni ciencias. Por otra parte, entre los blancos más rudos y bárbaros, como los antiguos alemanes o los tártaros de la actualidad, hay algunos eminentes, ya sea en su valor, forma de gobierno o alguna otra particularidad.

Tal diferencia uniforme y constante no podría ocurrir en tantos países y edades si la naturaleza no hubiese hecho una distinción original entre estas clases de hombres, y esto por no mencionar nuestras colonias, donde hay esclavos negros dispersados por toda Europa, de los cuales no se ha descubierto ningún síntoma de ingenio; mientras que la gente pobre, sin educación, se establece entre nosotros y se distinguen en todas las profesiones.

En Jamaica, sin embargo, se habla de un negro que toma parte en el aprendizaje, pero seguramente se le admira por logros exiguos, como un loro que ha aprendido a decir varias palabras”.

La anterior es una nota al pie del original del Ensayo sobre los caracteres nacionales, una de las obras de un “gigante” del pensamiento europeo, quizá con pies de barro, David Hume, blanco y sajón, escocés de nacimiento.

Se dice que la que expresa el filósofo en su nota es una forma de pensar habitual en Europa en tiempos de Hume, que nació en 1711 y murió en 1776.

Sin embargo, esta estructura mental sigue siendo prevaleciente ahora no solo en Europa sino en todo el mundo donde se extendió la influencia europea bajo la forma de la “pesada carga del hombre blanco”, que consiste en civilizar a los pueblos “de color” y darles el estatus servil que según los civilizadores les corresponde.

Si acaso se oponen a recibir los beneficios de la civilización occidental, si se muestran contumaces, irrecuperables, son bombardeados y aniquilados si es preciso.

De las consecuencias de esta actitud europea, dan cuenta América después de 1492, África con el tráfico de esclavos, Oceanía con el casi exterminio de su población autóctona y Asia con la apertura a cañonazos de los puertos del Japón al comercio norteamericano, la guerra del opio impuesta por los ingleses a la China o las hambrunas de la India.

Hume era muy ambicioso, pagado en exceso de sí mismo, lleno de pretensiones. Decía que el éxito literario era lo que más quería en el mundo; luego pretendió ser el Newton de las ciencias morales, a las que consideraba por encima de las naturales, y se propuso “limpiar” la filosofía de todo de dogmatismo y cultivar la “verdadera metafísica”, que destruyera la metafísica “falsa y adulterada”.

Se ha observado que Hume apenas conocía a gentes de otras razas, sobre las que sin embargo se despachó con semejante “sospecha”. No se trataría entonces de una convicción derivada de la experiencia, sino de la valoración abusiva, “falsa y adulterada” de la tribu propia en contraposición con el resto de la humanidad, contrariando su propia filosofía.

Hume admite que allá en Jamaica, dominio británico en el mar Caribe sometido al gobierno de pirata Morgan, fondeadero de todos los filibusteros ingleses y punto de intercambio en el comercio de esclavos que expolió dos continentes, había un negro, al que conocía por supuesto de oídas, que tomaba parte del aprendizaje. ¡Siendo negro, parecía capaz de aprender!

Ese era el hecho que Hume conocía, pero no lo interpreta como hubiera correspondido a su filosofía quirúrgica y escéptica. Contrariando sus puntos de vista, Hume se sostiene en la superioridad absoluta de la raza blanca: dice que el aprendizaje del negro debe ser como el de un loro, que aprende a hablar sin saber qué dice. Así tranquiliza cualquier duda que pueda socavar su sentido de superioridad racial, sin la cual la ideología del proyecto imperial británico podría sufrir estorbos.

Sin embargo, aun si admitimos con Hume, como hipótesis, que los blancos son superiores, su propia doctrina nos induciría a pensar que ese negro impertinente puede ser una excepción, ya que no tiene que estar vinculado a los otros de su raza por alguna idea inexistente de conexión causal necesaria. ¿No dijo acaso Hume que el sol podría dejar de salir una mañana, ya que la causalidad se aplica solo al pasado, no al futuro?

Si es así, la mera pertenencia a una raza “inferior”, la negra, no asegura que no surja un negro de excepción, por ejemplo mejor que Hume mismo.

De paso, una observación: Hume cuestiona el principio de causalidad argumentando que todas las cosas están “sueltas y separadas”, no conectadas como el principio de causalidad pretende, ya que no hay idea de conexión necesaria entre causa y efecto. Luego sigue su razonamiento de manera rigurosa hasta desembocar en un disparate. Muy posiblemente, se vio influido en esta variante filosófica del “puntillismo” pictórico por el hecho de que las cosas están designadas en el lenguaje por palabras que sí están “sueltas y separadas”, pero no así las cosas mismas. Negarlo es negar la experiencia directa.

Pero no solo lo hizo en sus tesis filosóficas fundamentales sino cuando tuvo que sacar conclusiones que bien pudieron apartarlo de la “costumbre” (otro nombre del persistente prejuicio) racista de los europeos.

Hume sostenía que la verdad era cuestión exclusiva de la ciencia empírica, y el resto eran necedades, en otra simplificación abusiva.

No había dios compatible con el mal para Hume. Tenía en vista la superstición tenebrosa en que se había convertido en Escocia el calvinismo, que abandonó a los 17 años. Dios para Hume era sólo una hipótesis indemostrable. Si existía, no era el calvinista, porque debía carecer de toda debilidad, y aunque hasta podía tener algo similar a nuestro intelecto, no podía aceptar el mal y debía tener todo bajo su control, como el rey de Inglaterra en los vastos territorios de su imperio, “nuestras colonias”, como las llama él.

Por esta vía se abría un camino trillado: el de la predestinación, que Hume rechazó pero a medias, porque la consideraba necesaria para el libre albedrío. El dios solo hipotético de Hume, libre según él de las horribles deformaciones de la “religión popular”, todo lo conocía y lo controlaba desde el principio al fin.

Por eso, gracias a las orejas de burro de la predestinación que no dejan de asomar, los esclavos que los ingleses compraban, robaban a capturaban en África y vendían en América eran gentes predestinadas a la esclavitud y sus amos igualmente predestinados a ser amos blancos de esclavos negros o indios.

En una “mejora” que introdujo a su idea racista inicial, en que el poligenismo se reemplaza por monogenismo, Hume deja de hablar de diferentes razas humanas para referirse a variedades degeneradas de una sola raza. El principio explicativo cambia, sus consecuencias prácticas, que eran lo que interesaba, se mantienen firmes.

En la misma Inglaterra las ideas de Hume fueron rechazadas por gentes de otra sensibilidad, tan europeos como él, aunque menos escuchadas por el poder.

George Fox y sus cuáqueros no admitieron ninguna justificación de la esclavitud y sus negocios anexos, y fueron de los primeros en procurar la abolición del tráfico humano proveniente de África y en tratar de evitar sus horribles consecuencias.

Sin embargo, mucho de Hume perdura. El mismo expuso ideas que eran propias de Europa a lo largo de su historia. La cultura liberal, que por las buenas o por las malas se ha extendido por todo el mundo y ha inficionado todo poco o mucho, es tan intolerante como fue Hume y tan poco abierta a la crítica como fue él.

Las concepciones de Hume eran autoritarias entonces y lo serían ahora, pero no más que las de cualquier europeo actual, que quizá se muestre condescendiente, comprensivo, tolerante y hasta cariñoso con las otras “razas” siempre que éstas acepten el lugar subordinado que les corresponde desde el punto de vista de la cultura superior, blanca, europea e ilustrada.
De la Redacción de AIM.

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