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Caleidoscopio
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"Indios" y "Científicos"

Los aché son un pueblo de habla guaraní que vive actualmente en los departamentos paraguayos de Caaguazú, Caazapá y Alto Paraná. No son más de 1000 personas, que tienen algunas características físicas particulares, como barba los hombres, pelo castaño y piel blanca.

Como todos los pueblos originarios de nuestro continente, los aché -palabra que significa "hombre"- han sufrido un genocidio que tuvo un momento particularmente virulento durante la guerra del Paraguay en el siglo XIX y otro durante la dictadura de Alfredo Stroessner en el siglo XX.

Un antropólogo paraguayo que los visitó en 1970 relata que uno de ellos le dijo que había soñado que los blancos -una pesadilla- huían; pero luego admitió que los necesitaban "para comprar y matar a nuestras niñitas"

A fines del siglo XIX, en 1896, en uno de tantos episodios de crueldad, los "blancos" mataron a la familia de una de esas niñitas, a la que capturaron y llamaron Damiana, entonces de cuatro años. Su nombre verdadero era Kryygi.

Siempre fue tratada como espécimen. Primero la alojó Alejandro Korn y luego el instituto psiquiátrico de Melchor Romero que hoy lleva el nombre del filósofo y político.

Cuando "Damiana" murió en 1907, Roberto Lehmann-Nitsche, médico alemán al frente de la sección Antropología del Museo de La Plata, ordenó cortar la cabeza del cadáver y la envió como regalo a la Sociedad Antropológica de Berlín: el cuerpo sin cabeza no fue enterrado, quedó expuesto en el museo.

Finalmente, a pedido de algunos antropólogos e historiadores, los restos fueron devueltos y el 11 de junio de 2010 la joven fue enterrada en el bosque ancestral de los aché en el Paraguay.

Desde hace tres décadas hay un movimiento tendente a retirar de la exhibición en museos restos humanos junto con la impugnación de la manera como fueron obtenidos: violencia política, compras fraudulentas, saqueos. Los pueblos originarios han conseguido el reconocimiento de su preexistencia a los estados nacionales, que su territorio sea considerado esencial para su vida y para enterrar a sus muertos.

La antropología recibió sus materiales en la Argentina de la manipulación de cuerpos, exhumaciones en cementerios indígenas, robo de cadáveres en enfrentamientos con el ejército como en la llamada "campaña del desierto" o profanación de tumbas.

Antes de restituir a Kryygi a los aché, el Museo de la Plata restituyó a Inacayal a Teka (Chubut) y a Panghitruz Güor (Mariano Rosas) a Leuvuco (La Pampa).

En el caso de Kryygi los reclamos provinieron de una federación de tribus. Se había constituido en el Paraguay la Federación Nativa Aché, que exigió al museo de La Plata la restitución de todos los restos aché y de todos los objetos etnográficos obtenidos como botín en el campamento el día en que se apropiaron de la joven.

Se trata de un despertar, de un trabajo de anamnesis, de restitución de la memoria perdida en el desconocimiento y la negación del genocidio que sufrió el pueblo aché: matanzas masivas, asesinato de niños y mujeres, sometimiento a esclavitud, cacerías humanas, robo de niñas-adolescentes, sedentarización forzosa, adopciones irregulares, pérdida de control de su propio destino, ruptura de los esfuerzos dedicados a la cacería y la recolección y desplome del armazón simbólico y espiritual del pueblo.

Los cuerpos de hombres y mujeres que están en los museos son productos de políticas "científicas" que tuvieron como eje prácticas racistas y etnocéntricas. La academia reserva el nombre de "pseudociencia" a otra cosa, con lo que corrobora que sigue teniendo el poder de nombrar y apartar.

El pedido de los aché dirigido al museo de La Plata decía que a los muertos exhibidos allí se les negó "el derecho a tener una identidad, a vivir en la memoria de los suyos, el derecho a existir"

Entre los años 1904 y 1916 entraron al museo de La Plata por lo menos quince cráneos y dieciséis esqueletos completos. En algunos casos los restos fueron catalogados como humanos, en otros como “indios”, y en algunos casos se menciona el pueblo: toba, pilagá, mocoví, chiriguano; y solo se menciona nombre en el caso de los caciques.

Uno de estos caciques era Ilirí, que mató a un capitán del ejército cuando se aproximaba a las tolderías con una patrulla. Como escarmiento, las tropas perpetraron una matanza narrada así cuando se produjo: "El mismo mayor Hermelo —en valiente lidia— mató al cacique Coyaiquí de una estocada en el corazón y sus soldados partían como zapallos el cráneo de los bárbaros que, escribían con el rojo intenso de su sangre el último capítulo de sus eternos infortunios."

El modo de los museos antropológicos de procurarse restos de "bárbaros" no era exclusivo de ningún de ellos sino de todos. La ciencia se vinculaba con la violencia contra los pueblos originarios sin rubor, con la naturalidad surgida de la falsa consciencia de superioridad.
De la Redacción de AIM.

Ciencia y violencia indigenas museos caciques

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