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Caleidoscopio
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Aldous Leonard Huxley.
Aldous Leonard Huxley.

La corrección política

La vieja aspiración a que sea la razón, concebida como atributo específicamente humano, la que nos guíe, está naufragando en la corrección política, que exige no rozar ninguna sensibilidad. La educación pide atender a los sentimientos y a las pasiones, y exige respetarlos por sobre la racionalidad.

La posmodernidad, predominante desde hace algunas décadas, ha sustituido el concepto por la imagen, la educación científica por la motivacional; los contenidos inteligibles por contenidos sensibles, el conocimiento por la cultura, el saber por las emociones, y todo para terminar confirmando que lo más fácil de conseguir es el fracaso.

En 1980 el psiquiatra estadounidense David Burns, autor de libros de autoayuda, abrió un camino con la publicación de "Sentirse bien: la nueva terapia del estado de ánimo". Allí afirma que hay que dejar que sean nuestras emociones y sentimientos los que determinen nuestras interpretaciones de la realidad (que antes era cuestión del intelecto) y hay que evitar crudezas interpretativas realistas que alteren el equilibrio interior. Burns aconsejó evitar la controversia en la universidad y a los profesores abandonar la libertad de cátedra y preocuparse de cómo las lecciones puedan afectar al estado emocional de los alumnos.

Dos décadas después la nueva mentalidad recomendada por Burns se ha afirmado: estudiantes universitarios entienden que plantear en clase ideas negativas o controvertidas pueden desequilibrarlos justo en un lugar que debería protegerlos y ser seguro para ellos.

En una universidad estadounidense las autoridades tempranamente acogieron esta interpretación: habilitaron una sala contigua a la del debate donde los estudiantes que se sintieran afectados pudieran acudir para recuperarse. Había allí cuadernos para colorear, juegos de plastilina, música relajante, mantas, dulces, galletitas, un video con perritos juguetones y psicólogos de apoyo. Una alumna se sintió aliviada en ese lugar, libre de un crudo "bombardeo racional" contrario a sus creencias.

El lenguaje, que está sufriendo ahora un "bombardeo irracional" proveniente de las corporaciones, grupos o tribus en que el posmodernismo ayudó a dividir la sociedad, considera que las palabras pueden producir daños emocionales en las personas, sobre todo en adolescentes con el desarrollo psicológico en ciernes (que en algunos casos han pasado los 50 años). Richard Dawkins, en ácida broma, reaccionó ante estas nuevas "percepciones": "El que busque un espacio seguro que se vaya a su casa, abrace a su osito de peluche y se ponga el chupete hasta que se encuentra listo para volver”.

En "Regreso a un mundo feliz", Aldous Huxley advertía que en el futuro la gente se sentiría cómoda gobernada por una oligarquía de expertos que le permitiera seguir viviendo la vida de costumbre. Huxley, que murió en 1963, vaticinó que la generación futura para él, contemporánea para nosotros, no objetaría la censura de "ideas impopulares”, es decir, aceptaría la corrección política.

El "1984" de George Orwell previó entre otras cosas que para el 2050 la población será dispensada del pensamiento autónomo mediante la eliminación de significados no deseados de las palabras, que serán torturadas hasta significar lo contrario de lo que significaban. La corrección política será entonces una herramienta poderosa de la intención totalitaria.

La corrección política no es impuesta por ninguna censura oficial, sino por las mismas tribus minoritarias de la sociedad civil que exigen reivindicaciones que el poder puede satisfacer casi sin costo. Ya no es necesaria la censura del gobierno, del partido ni de la iglesia.

El temor de ser señalado por un censor difuso pero presente conduce a la autocensura y termina generando nuevas formas de corrección, cada vez más exigentes y cada vez más grotescas.

En los viejos juegos infantiles había un sitio que si se alcanzaba a la carrera daba inmunidad momentánea. Los niños de entonces saben ahora que en algunas universidades hay un equivalente del "pido": son los "espacios seguros" donde pueden refugiarse los que quieran expresarse a gusto sin atender a sexo, raza, etnia, orientación sexual, religión, edad o identidad física o mental.

Los españoles de antaño, los creadores del idioma, supieron llamar a sus reyes "Juana la Loca" o "Sancho el Gordo", sin miedo a locos ni gordos: "al pan, pan y al vino, vino", seguros tanto de las palabras como de sí mismos. Sin embargo, algún argentino posmoderno ha creído posible reformular intempestivamente así un consejo del poema nacional: "les hermanes sean unides", para no rozar ninguna piel ni herir ninguna susceptibilidad mediante el sencillo procedimiento de abrir la vocal "o".

La costumbre de aplaudir como signo de aprobación es tan antigua que se pierde en el tiempo; pero la corrección política tiene reproches también en esta materia: en algunos debates el aplauso está prohibido porque el batir de palmas puede sonar agresivo a algún asistente.

Hay cuartos de baño "neutrales" para preservar la autoestima de los transgénero; algunas palabras están prohibidas en los ámbitos donde alcanza el poder de prohibir: en la universidad de New Hampshire no se puede decir "paternidad" ni "maternidad" porque marcan género de manera chocante. En algunos teatros europeos el príncipe danés Hamlet es interpretado por un negro para no discriminar por raza, enmendándole la plana a Shakespeare.

La mentalidad rectora de la corrección que tiende a preservar de presuntas agresiones es la etapa del desarrollo personal y civilizatorio que el psicólogo Ken Wilber llama "meme verde", que puede ser bueno o malo.

Para Wilber, el modelo de corrección en boga cuaja en respeto a las decisiones de todos y cada uno, aunque lleven a contradicciones insuperables.

La corrección política confunde con "todos" el "nosotros", el grupo propio, e impone a todos la opinión de algunos. Afirma que ningún ideal es superior a otro porque niega la jerarquía de valores y reduce la verdad a opinión, de modo que solo queda compartir todas las visiones y prevenirse el que insiste demasiado en la suya de ser desautorizado como "autoritario". Sucede que los correctos terminan imponiendo su jerarquía a los demás. Hacen lo que desean mientras el resto comulga con ruedas de molino. Por eso se ha dicho que últimamente la sociedad argentina prefiere lo políticamente correcto a lo correcto sin más, lo que implica favorecer intereses de grupo o de sector al interés general.

Wilber sostiene que en el "meme verde" maligno ha dominado la academia, las políticas liberales y las humanidades. "Su daño es asombroso, sólo empeorado por la presumida autosatisfacción de estos inquisidores particulares".

Henri Boisrolin, profesor de la universidad de Córdoba, recordó que cuando la revolución haitiana, la única que terminó con la liberación de los esclavos, soldados polacos que venían con el ejército represor francés se pasaron a los haitianos. En reconocimiento y para evitarles daño, los revolucionarios triunfantes declararon "negros" a los polacos. En una conferencia, Boisrolin preguntó sonriendo si los polacos son negros. Seguramente no, y tampoco los daneses como Hamlet.

El filósofo inglés Bertrand Russel escribió hace décadas un párrafo que es ahora tanto o más cierto que entonces: "una de las cosas más dolorosas de nuestro tiempo es que los que tienen una certeza absoluta son estúpidos y en cambio los que tienen imaginación y capacidad de comprender están llenos de duda e indecisión".

Por ahora, sobre la duda madura de los que comprenden se impone la certeza verde de los estúpidos.
De la Redacción de AIM.

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