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Caleidoscopio
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Mujeres en el andamio

Hace varias décadas, una joven vecina del barrio de la Loma de Schönstadt en Paraná, comenzó a ampliar la humilde casa donde vivía. La novedad era que lo hacía con sus propias manos, trepada al andamio, acarreando baldes con mezcla y pegando ladrillos.

Los hombres del barrio, que dormitaban plácidos sus siestas en reposeras en la vereda, se sintieron incómodos ante el ejemplo mudo y muy a la vista de la vecina, y se arrimaron a ofrecerle ayuda. Algo parecía quebrar las costumbres aceptadas de este mundo, conmover valores inmutables.

Podría ser un ejemplo de cómo la "liberación femenina" cargó a las mujeres con más trabajo. Por ejemplo, hace años se constituyó en Crespo una cooperativa: varias propietarias de terrenos decidieron construir comunitariamente en ellos sus propias viviendas.

El oficio de albañil es duro y mal retribuido, pero llegó a las mujeres, lo mismo que el de la milicia, el boxeo y otros que hasta hace poco las tenían solo como entusiastas espectadoras.

En Crespo las chicas construyeron en el barrio San José sus casas de ladrillos vistos, con dormitorios, cocina comedor y patio.

Más recientemente, como muestra de que la albañilería ya no es cuestión de hombres, se constituyó en Buenos Aires un grupo llamado "Deconstrucción disidente" que se ocupó de levantar un centro cultural.

Una albañil, (la Academia acepta "albañila" para las abejas) de nombre Evit, recuerda en una nota aparecida en Buenos Aires que los albañiles no son todos musculosos y grandes, muchos son petisos y tienen panza. Las albañilas prefieren la compañía de otras albañilas, porque la mera presencia de varones en la obra crea problemas, como reconoce la arquitecta de Deconstrucción disidente.

Y es así porque cuando hay hombres y mujeres, por algún atavismo quizá, las mujeres quedan como sin quererlo relegadas a la limpieza. Se cumple estricto allí el "andá a lavar los platos", aunque en este caso sean baldes. Las mismas mujeres albañilas admiten que ese fenómeno no se da por maldad sino porque la sociedad ha establecido normas no escritas pero aplicadas por todos, que son justamente las que ellas ponen en cuestión.

Una peluquera abandonó transitoriamente las tijeras cuando tuvo necesidad de construir una habitación para su hija. Empezó por crear en internet en grupo "La albañilería es cosa de mujeres", que rápidamente alcanzó los 6000 seguidores.

Entre los seguidores, varones y mujeres, hubo quienes le hicieron oír la cantinela "andá a lavar los platos", y quienes quizá más molestos y habiendo escuchado algo que les pareció aplicable la llamaron "feminazi".

Hay cuadrillas mixtas levantando casas para personas que no pueden hacerlo por sí mismas, por discapacidad o vulnerabilidad. En estos casos, las albañilas han recibido capacitación y trabajan por el mismo sueldo que los varones.

Hay una diferencia: después de trabajar en igualdad con los hombres, de vuelta a casa las esperan los hijos, la preparación de la comida, la ropa sucia, los pisos y el interminable resto.

Entonces se abre otro frente: el marido que espera los servicios tradicionales de su mujer recibe el reproche: "vengo de trabajar en la obra, llego muerta", lo que se puede traducir: "ponéte a trabajar, haragán".

Sin embargo, las mujeres son una mínima proporción de la cantidad total de albañiles en la Argentina, donde la construcción pasa por un mal momento debido a la inflación, que ha encarecido los materiales y los ha dejado sin precio, lo que invita a los comerciantes a retenerlos hasta que aclare.

Viajeros que volvían de Rusia después de la segunda guerra mundial narraban como las mujeres rusas se ocupaban de tareas duras, que tenían por inapropiadas para ellas, como tender vías para el ferrocarril. No era una tradición eslava ni un aprovechamiento masculino de la condición social inferior de las mujeres; era una consecuencia de los 20 millones de muertos que tuvo la Unión Soviética en la guerra contra los nazis.

Estas consecuencias de las grandes matanzas tienen a veces consecuencias siniestras. Por ejemplo, los análisis políticos no suelen considerar los 11 millones de niños sin padre que dejó en Alemania la primera guerra mundial, ni la orfandad que los llevó a ver un padre en Hitler.

Hay mujeres afiliadas a la Uocra que trabajan en obras junto a los hombres pero otras hay muchas, más difíciles de contar, en sus casas pican las paredes, reparan el revoque o se ocupan de la plomería.
De la Redacción de AIM.

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