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El fantasma del periodista que vigila al periodismo

En la redacción hay un fantasma. Nadie habla de él pero quien alguna pensó en dedicarse al periodismo, aunque sea por puro placer, lo tiene internalizado en algún rincón de la conciencia. Para los más idealistas quizá debería habitar el mundo inteligible del que hablaba Platón. Para los más empíricos, era uno de los más rigurosos. El periodismo de Rodolfo Walsh es indiscutiblemente un paradigma de compromiso y del eterno oficio tan pasional y racional al mismo tiempo de aprender a contar algo a través del lápiz y el papel.

Gabriel García Marquez decía que “el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad”. Y quienes oímos alguna vez hablar de Rodolfo Walsh pensamos indubitablemente en esta definición hecha carne.

Rodolfo Jorge Walsh ​ fue un periodista, escritor y traductor argentino. Integró las organizaciones guerrilleras FAP y Montoneros.
Rodolfo Jorge Walsh ​ fue un periodista, escritor y traductor argentino. Integró las organizaciones guerrilleras FAP y Montoneros.

En aquel intento de parecernos al mejor personaje de historietas, principalmente cuando con ilusión y juventud soñamos ser héroes en lo que hacemos, inmediatamente nos da un poco de miedo. En el caso del periodismo, seguramente tememos ser una barata parodia de lo impecable de la obra de Walsh. Leer uno solo de sus párrafos de algún cuento o uno de sus informes periodísticos nos coloca entre el autocastigo por manchar las reglas de la escritura rigurosa y las ganas fantasear con parecernos al autor de una de las más grandes obras periodísticas de la Argentina. Pero para seguir este camino, hay que asumir un compromiso: testimoniar en los momentos de crisis.
Como dice Rogelio García Lupo en el prólogo de El Violento Oficio de Escribir —uno de los libros que recopila parte de sus escritos periodísticos— existen grandes escritores que no pudieron superar la muerte una vez que su escritura perdió actualidad. Pero hay en Walsh esa sensible combinación de periodismo y literatura que hace de sus obras una lectura que ningún periodista puede dejar de realizar.
Nació en 1927, en la por entonces Colonia Nueva, de Choele-Choel, provincia de Río Negro. Como corrector de pruebas, traductor, antólogo (asesor de colecciones de textos) escritor, su vida recorrió un largo camino que desembocó en el periodismo, en 1951.
Durante la década del 50 tuvo su origen en Argentina, la línea del nuevo periodismo, que iba detrás de la investigación en su más alto nivel, con un carácter detectivesco y el compromiso de la veracidad y el rigor informativo. Dos obras resultan referenciales para la iniciación de esta nueva forma de hacer periodismo. Una, el libro A Sangre Fría, de Truman Capote, la otra, Operación Masacre, de Rodolfo Walsh.
“Hay un fusilado que vive”, le dijeron en un bar. Y esa frase no se la pudo sacar de la cabeza. El gobierno militar que derrocó a Perón comenzó a deseperonizar y había mucho de qué hablar. Había que ir detrás de esa historia. Encontrar a esa persona. Con una especial delicadeza para ponerse en el lugar de otra persona, Walsh hace revivir a ese sobreviviente con un lenguaje sencillo, pero sin dejar ningún dato afuera. De esta forma lo expresan las palabras de Felipe Pigna: “Cuando se produjeron los fusilamientos de José León Suárez, Walsh estaba trabajando en la compilación de cuentos de la Editorial Hachette. Comenzó a investigar el caso con la ayuda de la periodista Enriqueta Muñiz, y se encontró con un gigantesco crimen organizado y ocultado por el Estado. Walsh decidió recluirse en una alejada isla del Tigre con el seudónimo de Francisco Freyre, y con la única compañía de un revolver. El 23 de diciembre Leonidas Barletta, director de Propósitos, denunció, a pedido de Walsh, la masacre de José León Suárez y la existencia de un sobreviviente, Juan Carlos Livraga”.
Algunas notas aparecieron con el seudónimo de Daniel Hernández. Detrás el nombre más común se escondió un abanico de casos policiales que él resolvía, como si fuera una legendaria figura de ese detective con capa, gorra y lupa gigante, que perseguía las huellas del asesino.
La guerrilla, los atentados y los crímenes políticos ya habían ensangrentado a la Argentina. Walsh se acerca a la organización Montoneros. Con el grado de Oficial 2° y el alias de Esteban, instala un sector del Departamento de Informaciones de Montoneros y es redactor de noticias junto a su amigo, el poeta Francisco Paco Urondo. Inclinado por diferencias con la conducción de Montoneros, resuelve, a principios del año 1974 no seguir en la militancia.
El 24 de marzo de 1976, un golpe militar derroca al gobierno de María Estela Martínez de Perón. Walsh preparará su último golpe de denuncias contra la dictadura militar. Bajo el gobierno de facto de Jorge Rafael Videla, Rodolfo crea la Agencia de Noticias Clandestina (Ancla). Sus consignas respondían al compromiso de informar contra la desinformación; llevar a los ojos de la gente lo que verdaderamente estaba pasando: "Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información."
Estas palabras, tan fuertes como concretas pertenecen a su paradigmática figura, la de un escritor y periodista que no dudó en comprometerse con la causa de informar y de formar un público curioso y apasionado por recorrer cada palabra, sediento de más palabras de esas que informen y narren sobre lo que no se puede contar. Porque esas letras prohibidas están en la pluma de un escritor para el que está prohibido prohibir el ejercicio aquel periodismo que da cuenta de los momentos difíciles. Así lo demostró su “Carta Abierta de un Escritor a la Junta militar”, que publicó al cumplirse un año del inicio de la más sangrienta dictadura de nuestro país. Walsh fue emboscado el 25 de marzo de 1977, entre las 13.30 y las 16 por un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma), organismo del gobierno de facto. Su cuerpo nunca apareció y, desde el día de su muerte, integra la lista de desaparecidos de la última dictadura militar.
El fantasma sigue estando en la redacción. Y su presencia nos obliga a invitar a leerlo. Recorrer cada una de sus notas y buscar en cada palabra todo el tesoro narrativo que encierra, es una de las ventanas para que los ojos de cualquier periodista sigan este camino de rigurosidad y compromiso, aunque fallen en el intento.
Como si fuera una biblioteca perfectamente ordenada, todas las palabras de Walsh estarán conectadas tan perfectas en el arte de contar que no falta ninguna ni mucho menos sobra. Por eso el fantasma nos acosa. Y si algún día se va, lo iremos a buscar.

Por: Julián Ignacio Páez, periodista de AIM.

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