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Las beguinas, el feminismo en la Edad Media

Entre las escritoras de Europa, las beguinas aparecen como un sorprendente revulsivo contra los prejuicios acerca de la presencia (y la potencia) autorial femenina en la escritura. En concreto, Hadewijch de Amberes y Hadewijch II confían al despojamiento del mundo visible y a la fuerza de la inteligencia su búsqueda de infinito, lo que, a mi ver, las eleva como un eficaz antídoto contra el mito de la sensibilidad femenina.

Las Beguina
Las Beguina

De ahí que dedique a estas autoras los cuatro próximos artículos de la serie.

La mística renano-flamenca, en la que se localiza el movimiento de beguinas y begardos, estuvo ligada al Císter y las órdenes mendicantes. Apoyada en la obra de San Bernardo en el siglo XII (en especial, sus comentarios al Cantar de los Cantares) y en su discípulo Guillermo, abad de Saint-Thierry, se difundió por Flandes, Alemania y el nordeste de Francia en los siglos XIII y XIV.

Los beguinatos proporcionaron un espacio social y económico a mujeres nobles y burguesas solteras y viudas, que no podían ejercer un oficio en el sistema feudal y veían denegado su acceso a los conventos por falta de dote, por no ser de clase alta o por la negativa de las órdenes religiosas a habilitar más conventos a pesar de la afluencia de vocaciones. Al tiempo, dieron salida a unos intensos deseos de renovación de la Iglesia que tienen su paralelo en los franciscanos y umiliati de Italia. Ofrecían una vida de oración, trabajo y austeridad, sin votos perpetuos ni clausura, bajo la guía de una maestra. Más tarde, admitirían mujeres pobres; algunas incluso mendigaron y llevaron una vida errante (lo que era mal visto por sus compañeras).

Aunque contaron con la protección de parte del clero, las instituciones eclesiales persiguieron este movimiento, que lesionaba su aspecto feudal: defendía una cierta independencia religiosa del individuo y participaba en la apertura del saber teológico a los laicos, arrancándolo del latín clerical y vertiéndolo a las lenguas vulgares. Una divulgación que costó la hoguera a Margarita Porete y Eckhart.

A mediados del siglo XIII, a la mujer sólo se le reconocía autoridad en el ámbito sagrado por medio de la inspiración del Espíritu Santo; sin embargo, las damas podían realizar estudios de muy alto nivel. De ahí que las beguinas, casi todas de origen noble, unieran a sus experiencias espirituales una firme cultura teológica y metafísica. Hildegarda, abadesa de Bingen (próxima a este movimiento cultural sin ser ella misma beguina); la priora Beatriz de Nazaret y las beguinas María de Oignies, Matilde de Magdeburgo, Lutgarda de Tongres, Yvette de Huy, Margarita Porete, Hadewijch de Amberes, Isabel de Schönau… son las genuinas “madres” literarias y teológicas del Maestro Eckhart, Ruusbroec y Jan van Leuwe; inventan un lenguaje místico que heredarán Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.

La unión de doctrina y experiencia (que les enseñó la obra de Guillermo de Saint-Thierry, Hugo y Ricardo de San Víctor y Thomas Gallus) motivó que las beguinas fueran llamadas “maestras”, frente al discurso puramente racional de los escolásticos, “lectores de las Escrituras”.

Su meta espiritual, que se convierte en el tema básico de su literatura, era trascenderse en Dios, reduciendo la importancia de los mediadores y las virtudes (pero sin renunciar a las obras de misericordia). A la vez, son ortodoxas: se resisten a la corrupción eclesial y a la herejía. Incorporaron un elemento nuevo: el retorno del alma a su realidad original en Dios. Apoyada en su voluntad de amor, el alma debe despojarse de todo apego por el mundo, hasta separarse de su ser propio, creado, para poder recobrar su ser verdadero, increado (lo que era antes de salir a la creación), y hacerse “Dios en Dios”.

Aniquilada, no desaparece, sino que se reencuentra en un estado más elevado, anterior a su escisión, a su quiebra y desequilibrio en partes que se desconocen entre sí. Las beguinas aspiran a una re-integración del alma, a ser por amor a Dios y de Dios “lo que Dios es” por naturaleza –pero siempre sabiendo que una cierta cuantía (el más) de Su Esencia no se nos revela. Esa unión en éxtasis la viven como alegría irresistible, risa, danza... y la expresan en una escritura poética llamada por sus contemporáneos “arte del justo amor”, ya que transfiere a formas estéticas las vivencias espirituales de gozo, carencia o contradicción.

En su papel de escritoras, las beguinas partían de obstáculos graves y básicos: como laicas, se las juzgaba incompetentes en temas religiosos; como mujeres, debían hacerse perdonar el uso de la autoridad (autoría) al escribir. Sortean estos problemas alegando el mandato de la inspiración divina. El flamenco, francés y alemán encuentran en las obras maestras de las beguinas su primera expresión literaria en temas de espiritualidad; ellas crean, con los trovadores y Minnesänger, la materia y la lengua literaria de las literaturas centroeuropeas.

Funden por primera vez los símbolos trovadorescos con la mística nupcial del amor a Dios: el Alma noble acepta las pruebas impuestas por Dios, la Dama Amor (‘amor’ es femenino en flamenco), en el marco de una metafísica del ser y una teología de la Trinidad. Hacen nacer el lenguaje de la revolución espiritual del siglo XIII: el camino espiritual como preñez y maternidad, la soledad del alma con Dios, su nobleza divina, su libertad… Añaden la mística especulativa del Ser, que les llega de San Agustín y los Padres de la Iglesia alejandrinos, pero realzan sus temas al traspasarlos a una lengua vulgar poética y abstracta, que alterna la condensación, la alegoría, las repeticiones, la afirmación y la negación para transcribir y dar a comprender una experiencia que en su cumbre trasciende razón y palabras.

Beguinas

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