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Política
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Corrupción de Estado, estado de corrupción

La corrupción fue usada desde que hay Estado.
La corrupción fue usada desde que hay Estado.

El profesor de economía Miguel Anxo Bastos deja la impresión de un búfalo resoplante y obeso, ocurrente y alegre, discípulo de la escuela austríaca de Carl Menger y Ludwig von Mises, erudito en su tema y en otros muchos que enseña en la universidad de Santiago de Compostela. Dice ser suficientemente voraz como para leer dos libros por día. Tocó el cielo con las manos desde que existe internet, porque antes sus pedidos a la biblioteca de la universidad chocaban contra la falta de fondos y las dificultades administrativas.

Migueliño, como confiesa que le llaman en familia, es difícil de entender porque al hablar en castellano le sale de la boca un torrente gallego, sobre todo cuando se entusiasma, que es casi siempre. Y confiesa que le gusta tanto la idea de la independencia gallega como los postulados del paleoliberalismo y del anarcocapitalismo.
Sostiene entre otras muchas cosas de historia política que la corrupción es intrínseca al Estado, natural en él, uno de sus atributos. En ese punto los partidarios de la escuela austríaca coinciden con la vieja posición de Bakunin, aunque las diferencias están en el mantenimiento de la policía y el juez, en el capitalismo y en general la represión de los descontentos y "rencorosos".


Estado y corrupción, un solo corazón
Es imposible querer erradicar la corrupción manteniendo el Estado, tanto como querer ver algo prescindiendo de su forma y color. Dice Migueliño que la corrupción fue usada desde que hay Estado para mantener una especie de solidaridad entre los miembros de la clase dirigente/dominante, de modo que ninguno pueda sacar los pies del plato impunemente.

El primus inter pares deja a los miembros de su equipo robar, a veces dentro de los límites de la discreción, a veces a la arrebatiña, pero siempre para mantenerlos en el corral. Podrán escaparse, pero no irán lejos. Migueliño hizo notar cómo funciona este "principio de coordinación del Estado" desde la antigua Roma en adelante.

Así como los españoles nostálgicos de su poder nacional pasado atribuyen a los ingleses y franceses la "leyenda negra" de España en América, como si los hechos no bastaran, la Ilustración creó, sobre todo de la mano de Voltaire, la leyenda negra medieval, de la que no nos hemos liberado a pesar de la declinación ilustrada.

Sin embargo, la idea de prevalencia de la razón como principio organizador de la sociedad, la finalidad de hacer del mundo un orden racional, pronto quedó oscurecida por la presencia indisimulable de una vieja conocida desde que existe el Estado: la corrupción política.

Costumbres que el tiempo no devora
La primera prueba documental de corrupción estatal es de los tiempos del faraón Ramsés IX, 1.100 años antes de la era corriente. Peser, ex funcionario del Ramsés, denunció a otro funcionario de confabulación con profanadores de tumbas. Esta denuncia se produjo miles de años después del nacimiento del Estado, en uno monumental y muy desarrollado.

Los griegos obligaron a huir en el 324 al gran orador Demóstenes, acusado de haberse apoderado de dinero depositado por el tesorero de Alejandro en la Acrópolis, donde el Partenón guardaba el tesoro ateniense además de ser el templo de Palas Atenea. Y el incorruptible Pericles se habría llevado alguna mordida de la construcción del Partenón.

Hace 3500 años, los tratos económicos con un poderoso que hoy serían considerados corruptos eran vistos en Mesopotamia como necesarios para las relaciones pacíficas que mantenían a la sociedad en paz.

En Roma, cuando los senadores salían de sus casas para ir al senado, iban acompañados de una nube de "clientes" que los vivaban y aplaudían por el camino y eran su escolta armada. Los vítores y los aplausos eran recompensados luego por el senador, que en un día establecido volvía a salir de su residencia para repartir entre su clientela política harina, aceite, vino, etc.

Aquellos clientes son el antecedente de las clientelas políticas actuales, que tienden a ahogar la democracia tanto como dice Enrique Santos Discépolo, mirando de reojo en las primeras décadas del siglo pasado el mismo fenómeno en la letra de Que Vachaché: "El verdadero amor se ahogó en la sopa: la panza es reina y el dinero es Dios".

Sin caer en la plena aceptación de lo que hoy sería para nosotros corrupción, los romanos pretendían basar sus costumbres políticas en el honor, como hoy declara ser la política una actividad ética. Por eso los romanos veían mal la corrupción y exigían de sus políticos tener currículo y educación, presentar una fianza al principio de su mandato, dar cuenta de su patrimonio al final y devolver lo que sobrara. Eran medidas de vigilancia que la corrupción supo siempre saltarse con pocas dificultades, desde que es aliada del poder.

En el Estado romano, ejemplo de su especie en muchos aspectos porque construimos sobre sus ruinas y nos dejó su derecho, sus palabras y sus ideas en alguna medida, desbordaba de denuncias de corrupción de funcionarios y magistrados. Cicerón dijo que los que compran la elección a un cargo se desempeñan en él de manera que "colmar el vacío de su patrimonio"; expresión que parece demasiado oblicua para describir las costumbres de nuestros políticos.

Catón el censor, cuyo nombre (Cato) lleva un sitio argentino de internet dedicado a la ideología neoliberal, sufrió 44 procesos por corrupción.

No hay nada nuevo bajo el sol, y tampoco el sol romano alumbraba distinto del actual. El teatro de Nicea, en la actual Turquía, costó diez millones de sestercios, pero tenía grietas y su reparación implicó más gastos que los que había costado construirlo. Como si se tratara de una ruta argentina.

La ilustración condenó la religión como fuente de oscurantismo, contraponiendo una moral a la otra. Diderot recuerda la actual condenación liberal de los pobres, pero mirando siempre a la influencia religiosa: “El cristianismo, predicando el espíritu de sacrificio y la renuncia a toda vanidad, introduce en su lugar la pereza, la miseria, la negligencia; en pocas palabras, la destrucción de las artes”. Algunos retoques y tenemos neto el discurso ético capitalista.

En tiempos de Maquiavelo la corrupción era el aire que se respiraba. Por eso recomienda al príncipe no preocuparse "de incurrir en la infamia de estos vicios (la corrupción), sin los cuales difícilmente podrá salvar al Estado”. La lucidez de Maquiavelo pone el acento en un punto: la corrupción sirve para salvar al Estado.

En el genocidio español de Abya Yala resuenan como acompañamiento fúnebre las palabras de Colón en el diario que le atribuyen: "con el oro hasta las ánimas pueden subir al cielo". En ese texto la palabra "oro" figura más de 100 veces.

En pleno apogeo del imperio británico, Tomás Carlyle reflexionó: “hay épocas en las que la única relación con los hombres es el intercambio de dinero”, el "cruel pago al contado" del que habla Marx para describir el orden burgués de su tiempo.

Más cerca de nosotros, Napoleón decía que a sus ministros que les estaba concedido robar un poco, siempre que administrasen con eficiencia. Es la letanía del "roban, pero hacen" con que la mentalidad popular justifica la corrupción de que es la primera víctima y una confesión del uso de la corrupción para mantener unida y leal a la tropa.


Caminemos de la mano
La corrupción formó siempre parte del funcionamiento del Estado, es la condición misma de su existencia como instrumento de dominación de clase.

En el siglo pasado, las dictaduras mostraron la ética en los discursos y la corrupción como soporte del Estado.

El primer ministro británico, el gran maestre Winston Churchill creía que “un mínimo de corrupción sirve como un lubricante benéfico para el funcionamiento de la máquina de la democracia”. “Corrupción en la patria y agresión afuera para disimularla” era una frase de Wiston para explicar la política exterior imperial británica.

El historiador italiano radicado en Austria, Carlo Brioschi, como conclusión de su breve historia de la corrupción, la considera "un fenómeno inextirpable porque respeta de forma rigurosa la ley de la reciprocidad. Según la lógica del intercambio, a cada favor corresponde un regalo interesado. Nadie puede impedir al partido en el poder crearse una clientela de grandes electores que le ayuden en la gestión de los aparatos estatales y que disfruten de estos privilegios. Es algo natural y fisiológico”.

Sin confiar demasiado en esta materia en las explicaciones "naturales y fisiológicas", volvemos a la opinión de Miguel Anxo Bastos: la corrupción es un instrumento de regulación y coordinación dentro del Estado, al que debe su florecimiento ininterrumpido desde la más remota antigüedad.
De la Redacción de AIM

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