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Modernidad e idolatría

La oposición de lo moderno a lo antiguo, con una sesgo condenatorio para lo antiguo, suele implicar una valoración ideológica del progreso. Es posible idolatrar el pasado al modo reaccionario, sentir nostalgias de algo que no conocemos y posiblemente no existió, pero que idealizamos y admitimos como mejor que el presente.

El crecimiento de la sociedad sin crecimiento se está deteniendo.
El crecimiento de la sociedad sin crecimiento se está deteniendo.

También hay idolatría del futuro, propuesto como un mundo venturoso que podemos realizar con nuestro esfuerzo, nuestra lucha, nuestra fe o que llegará con solo esperarlo.

El presente contiene sin resto toda la realidad, el pasado como memoria y el futuro como imaginación, y es apenas un punto del tiempo, sin dimensiones, que se tan pronto se presenta.

La idealización del tiempo, cuando se refiere al futuro puede ser técnica, es decir, confianza en las invenciones incesantes están hechas para resolver los problemas y lo lograrán. Está implícita en la propaganda comercial, que ofrece soluciones en forma de aparatos y máquinas que prueben qué alto ha llegado la civilización a la que tenemos el orgullo de pertenecer. Su aspecto “serio” constituye el fundamento de la filosofía de vida de las clases medias de la sociedad occidental "moderna".

Otro tipo de idolatría del futuro es la política: hay que imponer un sistema adecuado a la sociedad y todo irá espléndidamente, o por lo menos mejor. La fe en este sistema, visualizado como realizado en un futuro indefinido pero próximo por hombres buenos, con facilidad se vuelve fanática, sobre todo cuando otros hombres, quizá malos, se oponen al sistema redentor o no quieren entenderlo.

Otra forma de idolatría del futuro es la de los moralistas, que advierten contra mecanismos y sistemas de invención e imposición. Pero con facilidad, ya que tampoco ellos son escuchados ni seguidos, retroceden indignados y se fanatizan con sus puntos de vista, convertidos en objetos de idolatría.

Rendir culto a sus ideales éticos -en el fondo a sí mismos- como los otros a sus organizaciones políticas o sociales o al último invento de la técnica es el destino de los idólatras en general.

El profesor español Abdennur Prado, después de advertir contra la modernidad occidental basada en el primer mundo y en el dominio del capital financiero, recuerda la existencia desde siempre de otra vía, que sintetiza así: "un modo de estar en el mundo basado en el abandono de todo egocentrismo y en el reconocimiento de que la Realidad es una, de que todas las criaturas estamos unidas a ella, que no puede ser representada, que está más allá de lo que los seres humanos le atribuyen.

Es tomar conciencia de nuestra pequeñez. Es recuperar nuestra naturaleza primigenia y seguir una vía que nos orienta a aquello anterior a nosotros que nos ha hecho existir, y nos llama a adoptar la humildad, la conciencia, la paciencia, la generosidad, el esfuerzo…

Mientras tanto, nos apresuramos hacia un posible desenlace no previsto que puede llegar desde distintos ángulos. Guerra atómica, para la que según algunos científicos faltan minutos; destrucción tecnológica de la naturaleza provocada por la exacción sin límite ni criterio de recursos, envenenamiento antropocéntrico del aire, la tierra y el agua, desertificación y regreso en condiciones inimaginables a una nueva barbarie.

El profesor francés Sergio Latouche propone su propio sistema, con la advertencia de que si no se concreta racionalmente se impondrá catastróficamente por la fuerza de los hechos: el decrecimiento.

Según Latouche el decrecimiento ya está teniendo lugar, pero no es lo mismo buscarlo conscientemente que sufrirlo pasivamente, en condiciones impuestas por él.

Aclara que su proyecto de sociedad de decrecimiento es radicalmente diferente al crecimiento negativo. "Lo primero sería comparable a un austero tratamiento al que nos sometemos voluntariamente para mejorar nuestro bienestar ante la amenaza de la obesidad por un consumo excesivo. Lo segundo sería una dieta forzosa que nos puede matar de hambre. Se ha dicho una y otra vez: no hay nada peor que una sociedad de crecimiento sin crecimiento".

El crecimiento de la sociedad sin crecimiento se está deteniendo. Hay confusión, paro, aumento de la brecha entre ricos y pobres, descenso del poder adquisitivo de los más pobres y por el abandono de los programas sociales, sanitarios, educativos, culturales y medioambientales

En estas condiciones, bajo la basura neoliberal, estamos sometidos al retroceso social y cultural. Cita a André Gorz en una conferencia que ya tiene tres décadas "Esta caída en el crecimiento y la producción que hubiera podido ser buena en otro sistema (menos coches, menos ruido, más aire, jornadas laborales más cortas, etc.) tendrá efectos completamente negativos: la producción contaminante se convertirá en un producto de lujo fuera del alcance de las masas, aunque seguirá estando al alcance de quienes se lo puedan permitir; las desigualdades crecerán, los pobres serán relativamente más pobres y los ricos, más ricos".

Según Latouche el decrecimiento no es para la sociedad de crecimiento. Tan sólo puede tenerse en consideración en una "sociedad de decrecimiento", con otra lógica.

La alternativa al decrecimiento ordenado es la barbarie. Una sociedad que elija vivir con sobriedad implicaría trabajar menos para vivir mejor, consumir menos pero mejor, producir menos residuos y reciclar más.

Buscar la propia felicidad en la interacción social y no en la acumulación frenética. Esto requiere una seria descolonización de nuestras mentes, apartarla de todo fanatismo e idolatría y centrarla en la Realidad una en que todos estamos contenidos como gotas en el mar.

De la Redacción de AIM.

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