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Guerra y politíca

Carl von Clausewitz publicó en 1832 "Vom Kriege", un texto de estrategia militar traducido al castellano con el título "De la guerra", donde expone ideas sobre las confrontaciones violentas que tuvieron aplicación en todos los tiempos conocidos, con atención especial a los suyos. El libro contiene un párrafo citado con frecuencia: "La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de la política por otros medios".

Guerra y política se interpenetran hasta identificarse porque una no es para von Clausewitz sino la continuación de la otra, como el color amarillo sigue al rojo con solo elevar la temperatura del hierro.

Los ojos aprecian el cambio de la longitud de onda de la luz como cambio de color; pero la luz -incluso los colores que caen fuera del espectro visible- no deja de ser radiación electromagnética.

Guerra y política, dos caras del mismo monstruo
Von Clausewitz se propone ilustrar sobre la naturaleza de la "gran estrategia", y empieza con que no comprendió su abecedario quien afirme "como tantas veces se hace, que la política no debe interferir en el desarrollo de la guerra".

Es decir, invita a concebir la unidad subyacente entre guerra y política como esencial para concebir los fenómenos que implican.

La defensa, por ejemplo, envuelve necesariamente la ofensa. Todos los Estados tienen departamentos de defensa en su fragmentación burocrática, lo que parece natural a los súbditos y ciudadanos.

Sin embargo, von Clausewitz advierte que la defensa "no puede concebirse sin reacciones ofensivas, ya que éstas constituyen uno de sus elementos indispensables".

Vale decir que la "Defensa" que nombra ministerios y secretarías es también y necesariamente "Ofensa" aunque no se diga.

El aspecto defensivo deja a propósito en la penumbra al aspecto ofensivo, la intención de ofender se disimula hasta donde es posible con la intención de defender.

Acá interviene otro aspecto de la política, la manipulación de la información: Según von Clausewitz: "La poca fiabilidad que generalmente rodea toda información se convierte en un problema especial en la guerra: toda la acción se desarrolla en una especie de crepúsculo, lo cual, al igual que la niebla o la luz de luna, tiende a hacer que las cosas parezcan grotescas y más grandes de lo que realmente son".

Von Clausewitz introdujo en la teoría el concepto de "niebla de la guerra" para designar la opacidad que acompaña a las batallas.

El entrevero criollo
Un miembro de la Academia Argentina de la Lengua propuso hace años agregar al diccionario el término "entrevero" proveniente de las montoneras del siglo XIX.

Aducía que en el entrevero, las fuerzas adversarias efectivamente se entreveraban, pero sin confundirse, porque cada uno sabía quiénes eran los de su bando.

El entrevero no degeneraba entonces en confusión, aunque sin duda los gritos, el humo de las armas de fuego de la época, la excitación emocional, el enardecimiento, el estruendo, los ayes de los heridos, la polvareda, no favorecían la claridad necesaria en el combate, que deben mantener los estrategas.

En política, cuando no ha derivado en guerra, la niebla no es la del campo de batalla sino la turbiedad que se genera mediante informaciones falsas, dirigidas a modificar las conductas o la comprensión de los hechos favorable a los propósitos del grupo que puede manipular los mensajes.

Juego de equívocos
La política es un juego de equívocos, un arte de engaños donde conviene a menudo disponer de un adversario sobre el que descargar el peso del mal real o supuesto; y también es necesario mantenerlo vivo. Si desaparece, si por imprudencia anunciamos o provocamos su muerte, la victoria definitiva sobre él, nosotros mismos nos volveríamos superfluos y desapareceríamos.

Ni dios pudo prescindir del diablo. Según Goethe, dios pactó con Mefistófeles la tentación del doctor Fausto porque para construir un drama, con uno solo no se hace nada.

El Malo provocará guerras desastrosas como la que Magog desatará sobre Israel, será encadenado y encerrado durante un milenio, pero no desaparecerá porque es imprescindible.

La lucha por el poder no cesa pero conoce treguas; las alianzas y amistades, los abrazos y los elogios duran poco, son fruto del cálculo y del deseo y se mantienen en tanto los intereses no se vuelven inconciliables. En política no hay altruismo ni lealtad durable.

¿Hay salida?
Sin embargo, queda por resolver si por naturaleza el ser humano, salvo excepciones, carece de altruismo, lucha incansablemente por el poder y está siempre dispuesto a traicionar y guerrear. Es posible que estas características no sean intrínsecas, sino resultado de la política consustancial con la guerra.

El homo sapiens tiene sobre la Tierra una antigüedad probable de 200.000 años, aunque hay quien aumenta exorbitantemente esa cifra. De esos 200.000 años, apenas unos 6000 el hombre ha vivido en sociedades organizadas bajo la forma de Estado. Es decir, la política, el gobierno del Estado, no supera el tres por ciento del tiempo de historia de la humanidad.

Los análisis actuales tienden a fundar la existencia del Estado en la complejidad de las sociedades humanas, resultado a su vez de la división del trabajo y de la creciente especialización.

De allí derivaron los excedentes de la producción, el comercio, la acumulación de riqueza, el urbanismo, los gobiernos y los modos de conseguir y valorar la riqueza, los impuestos como modo de expropiación, los problemas que hoy debemos afrontar y los juicios de valor que los acompañan. Estos juicios son abundantísimos y actúan más como niebla que oculta el sol que como faro que alumbra en la noche.

Según algunos antropólogos unos 1000 años antes de nuestra era habría en el mundo alrededor 600.000 comunidades autónomas sin Estado; pero entonces comenzó un cambio que en tres milenios redujo ese número a poco más de 100 y en breve, como la tendencia se acelera, posiblemente a ninguno.

Tras centenares de miles de años, el Estado no vino solo. Los indígenas de las praderas de Norteamérica, por ejemplo, habían vivido posiblemente durante 20.000 años en el paraíso que los siux quisieron recuperar en su agonía mediante bailes frenéticos; pero se acabó, se cumplió el presagio de Quetzalcoatl en palabras de Amado Nervo: "entonces, en un vuelo de naves del Oriente, vendrán los hombres blancos, que matan con centellas". Esos hombres trajeron la peste, el encierro en cubículos, la esclavitud y la muerte: el Estado en su versión europea.

Habrá guerra mientras haya política. Hay quien confía en que la inteligencia artificial podrá devolvernos a una condición similar a la anterior al Estado, pero en condiciones tecnológicas modernas, de las que ya no podemos prescindir sin asfixia.

No se puede negar de antemano a la inteligencia artificial esa cualidad liberadora formidable, que en el siglo XIX se atribuía a la máquina; pero tampoco que el proceso quede en manos de los que actualmente retienen el poder y no pretenden compartirlo ni eliminarlo, sino acrecentarlo.
De la Redacción de AIM.

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