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Provinciales
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Sin dios, sin patrón, sin partido ni marido

A fines del siglo XIX apareció en la Argentina “La voz de la mujer”, un periódico de cuatro páginas que y que duró dos años de penurias económicas e hizo historia a pesar de que tiraba apenas entre 1000 y 2000 ejemplares semiclandestinos y aparecía “cuando puede por suscripción voluntaria”.

Virginia Bolten fue la primera mujer oradora en una concentración obrera, el 1° de mayo de 1890 en Tandil
Virginia Bolten fue la primera mujer oradora en una concentración obrera, el 1° de mayo de 1890 en Tandil

La voz que se expresaba en él no era la femenina  tradicional, sino otra que resumía así sus puntos de vista: “sin Dios, sin patrón, sin marido, sin partido”.

El historiador austríaco Max Nettlau, autor de “La anarquía a través de los tiempos” recuperó los números que pudo de La Voz de la Mujer, que gracias a él no están perdidos ni olvidados del todo. Hoy los conserva el Instituto Internacional de Historia Social de Amsterdam, Holanda.

La tradición patriarcal, autoritaria, mantenida por milenios, ha prevalecido en muchos tiempos y lugares al punto de parecer obra de la naturaleza.  Por eso es excepcional el ejemplo de Esparta, donde chicas y chicos eran instruidos en igualdad en cuarteles militares, y los niños cuidados colectivamente también en igualdad, pero para poder mantener mejor en esclavitud a los mesenios...

Para Virginia Bolten y las otras mujeres que editaron “La voz de la mujer” primero en Rosario, luego  en Buenos Aires y por fin en  Montevideo, no había que esclavizar a nadie, sino liberar a todos.

¿De qué? Sin dudas, de toda forma de opresión, pero ante todo de la más secreta o menos visible, aquella que incluso los libertarios más apasionados no veían clara: la de las mujeres dentro de una sociedad patriarcal que hace de ellas apéndices de los maridos, enamoradas o no; seguidoras de ellos, entusiasmadas o no, dichosas casi nunca, resignadas a menudo.

Virginia, la fundadora del periódico, tenía alrededor de 25 años cuando salió el primer número de la Voz de la Mujer en 1896 y 90 cuando murió en 1960.

De entrada, ella y las otras mujeres, casi todas trabajadoras  inmigrantes o hijas de inmigrantes  instruidas, vieron las dificultades de su misión, que las llevaba a enfrentar incluso a los hombres mejor intencionados sin ninguna ceremonia, “modernos cangrejos”, dentro del estilo literario de la época, algo hinchado, declamatorio y patético para nosotros hoy:

“Cuando nosotras (despreciables e ignorantes mujeres) tomamos la iniciativa de publicar “La Voz de la Mujer”, ya lo sospechábamos ¡oh, modernos cangrejos! Que vosotros recibiríais con vuestra macanística y acostumbrada filosofía nuestra iniciativa porque habéis de saber que nosotras las torpes mujeres también tenemos iniciativa y ésta es producto del pensamiento; ¿sabéis?, también pensamos.

Apareció el primer número de “La Voz de la Mujer”, y claro ¡allí fue Troya!, “nosotras no somos dignas de tanto, no señor”, “¡emanciparse la mujer?”, “¿para qué?” “¡qué emancipación femenina ni que ocho rábanos!” “¡la nuestra”, “venga la nuestra primero”, y luego, cuando nosotros ‘los hombres’ estemos emancipados y seamos libres, allá veremos”.

Con tales humanitarias y libertadoras ideas fue recibida nuestra iniciativa. Por allá nos las guarden pensamos nosotras. “¿No es verdad que es muy bonito tener una mujer a la que hablaréis de libertad, de anarquía, de igualdad, de revolución social, de sangre, de muerte, para que ésta creyéndoos unos héroes, os diga en tanto que temiendo por vuestra vida (...): ‘¡Por Dios, Perico!’? ¡Ah! ¡Aquí es la vuestra! Echáis sobre vuestra hembra una mirada de conmiseración (...) le decís con teatral desenfado: Quita, allá, mujer, que es necesario que yo vaya a la reunión de tal o cual (...) vamos, no llores, que a mí no hay quien se atreva a decirme ni a hacerme nada”.

Si vosotros queréis ser libres, con mucha más razón nosotras; doblemente esclavas de la sociedad y del hombre, ya se acabó aquello de “Anarquía y Libertad” y las mujeres a fregar. ¡Salud!

Las redactoras de la Voz de la Mujer eran anarquistas, las primeras quizá del mundo entero en publicar un periódico libertario y  feminista. No perdían de vista la lucha proletaria, pero le agregaban la lucha por la liberación de la mujer, a la que consideraban doblemente esclavizada: como proletarias dentro de la sociedad capitalista, y desde mucho antes como hembras en la civilización patriarcal.

Con el agregado que la primera forma de esclavitud dolía a los hombres pero la segunda no tanto, ya que ellos no eran perjudicados sino más bien beneficiados por el sometimiento de las mujeres.

Para la Voz de la Mujer ninguna autoridad era aceptable, ninguna se sostenía: ni la eclesiástica, ni la estatal, ni la burguesa, pero tampoco la familiar. La familia es una sociedad en pequeño, la “célula social” donde se afirman y aprenden las relaciones de poder y dominación que luego se extienden sin dificultad a toda la sociedad, de modo que cada uno reproduce en su vida social lo que aprendió de pequeño en la vida familiar: las mujeres a ser sumisas, a mantenerse como “reinas del hogar”, a obedecer a sus maridos y a depender de ellos como el cuerpo de la cabeza.

Los anarquistas, a quienes estaba dirigido en primer lugar el mensaje del períodico, estaban en mejores condiciones que nadie para entenderlo, pero muchos, que no hubieran aceptado ser víctimas ellos mismos del patriarcalismo, entendieron que aquellas mujeres insólitas se pronunciaban en contra del sexo masculino.

Merecieron una contestación en línea con una liberación que ellos no veían o no creían necesaria ni quizá conveniente.

Qué se proponía La Voz

El mensaje del periódico era:  “Sin Dios, ni  patrones ni maridos, sin partidos,  construir una  sociedad sin religiones alienantes, estructuras económicas explotadoras y sin patriarcado”.

La finalidad era que las mujeres asumieran su destino como protagonistas, no como comparsas.

Buscaban liberarse rompiendo no solamente las cadenas sino  también las cabezas de los verdugos que las labraron. “ Ayer suplicábamos, rogábamos, mas hoy tomaremos lo que falta nos haga, cuando y en donde podamos tomarlo. Las noches de largo y hambriento insomnio las sustituiremos por las hecatombes de sangre de canallas.  No tenemos Dios ni ley”.

Un siglo después, los muchachos, aunque no se consideren canallas,  podrían irse curando en salud ante esta perspectiva que sigue apareciendo luminosa en el horizonte feminista, pero sin acercarse mucho a él todavía.

Respecto de la sumisión a la ley, que algunos consideran como esencia de la república, admisible por su carácter impersonal en apariencia, Rafael Barret, anarquista español memorable que encontró patria en el Paraguay, exponía como programa educativo: “que los niños conozcan la ley y la desprecien”.

Virginia 

Virginia Bolten era puntana. Fue la primera mujer oradora en una concentración obrera, el 1° de mayo de 1890 en Tandil, donde residió por poco tiempo y participó de las luchas de los obreros de las canteras, entre los que contaba ella.

Se atrevió a proclamar que la mujer no debía estar atada ni a un dios, ni a un patrón ni a un marido. Se animó a escribir en un diario denunciando la explotación del trabajador. Y también a pelearse con la policía, a pesar de las balas y la celda. Vivió durante 15 años en el barrio Refinería de Rosario, donde fue zapatera y obrera del azúcar. Perseguida por la policía, debió  radicarse en Buenos Aires. Para poder aplicarle la “ley de residencia” contra extranjeros que resultaban indeseables al poder, decidieron falsamente que era uruguaya y la deportaron a  Montevideo, donde murió en el olvido que el poder sabe administrar a los que no se le someten.

En la Voz de la Mujer su pluma supo aclarar a los varones: “Si vosotros queréis ser libres, con mucha más razón nosotras; doblemente esclavas de la sociedad y del hombre; ya se acabó aquello de “anarquía y libertad” y las mujeres a fregar. ¡Salud!”

Sin marido

Para Virginia y sus compañeras la mujer era eslabón más oprimido  de la cadena de explotación.

El amor debía ser libre (obviamente, si no es libre, no es amor). Concretamente, esto significaba que la unión terminaba cuando se terminaba el amor  y que ninguna mujer sería despreciada por no estar atada a un hombre “o porque tenga un amante y críe dos, cuatro o los hijos que quiera”

El patriarcado era considerado en el periódico como “un miniestado parásito dentro de nuestros corazones”, con lo que se  indicaba que atacaba desde lo íntimo, traicioneramente desde donde no suele verse.

Pero si no lo veían los hombres, lo verían las mujeres porque su punto de vista era diferente. Ellos veían la explotación del Estado, de la política, del patrón, del cura, del juez y del gendarme; pero ellas veían también la explotación patriarcal, doméstica, consagrada e invisibilizada por la costumbre, el viejo machismo que suele aparecer entre   sonrisas cómplices y pícaras que son como una señal: “hasta acá llegamos, este es el límite”. Para los varones, porque las mujeres querían sobrepasarlo.

Sin política

En tiempos en que la Iglesia era capaz de imponer su dictadura espiritual  y sus instrumentos de salvación (y de tortura), las reacciones contra el poder tomaban la forma de herejías que usaban los conceptos del clero, sus criterios, sus palabras y se discutían dentro de las formas mentales  de la época. Toda controversia se envolvía en teología, parecía teológica.

De manera en algunos puntos similar, los anarquistas rechazaban claramente al poder, pero sus discusiones se envolvían  en las formas predominantes en el capitalismo a pesar de que la política es lucha por la conquista del poder y se queda sin asunto si falta el Estado.

La idea de retomar la dirección de la propia vida sin delegarla en nadie, y menos que nadie en el Estado, parece sencilla, pero la ilusión democrática que acompañó los orígenes del liberalismo no duró sino lo que la gente demoró en cambiar su autonomía por la seguridad, el empleo, el salario,  la capacidad de consumo, la integración social.   Finalmente, tras mucho resignar, casi  todo ha quedado en el camino y  hoy parecemos en trance de no disponer ya ni de  autonomía ni de seguridad.

La posición de La Voz de la Mujer contra la política, entendida como un juego de poder caro, alienante, corrupto y corruptor en que emplean su ocio los pocos que pueden, era otro intento por superar un corsé ideológico que obligaba a expresarse con el vocabulario del adversario.

Sin Dios

El anarquismo no implicaba necesariamente el ateísmo aunque sí, y de manera terminante, en La Voz de la Mujer. Algunas figuras señeras, consideradas a veces anarquistas como Mohandas Gandhi o Lev  Tostoi, estaban lejos del ateísmo.

Sin embargo, la relación entre anarquismo y ateísmo es fácil de entender porque dios aparece como una expresión sublime, indiscutible,  de la autoridad opresora. La frase de Nietzsche: “hay que matar a  dios para que viva el hombre” es propia de épocas como la nuestra, que se niegan a aceptar ninguna forma traslaticia de la verdad y sólo admiten las que se  pueden tocar, pesar y medir, dentro del espíritu “democrático” y científico.

Democrático porque no admite secreto ni misterio, todo exige saberlo aunque nada sepa en verdad,  y científico porque todo nivela y cuantifica.

La frase de Nietzsche, repetida muchas veces en la historia anterior, le granjeó al autor fama de antecesor de los movimientos anarquistas de su tiempo, que posiblemente no  merecía.

Dios es considerado la idealización de las virtudes, aptitudes, facultades  y poderes que podría tener el ser humano, pero que advierte que no tiene y tiende entonces a suponer que  han sido transferidas a una esfera sobrehumana escindida de la Tierra por el poder reinante en ella.

Esta concepción está muy ayudada por la idea antopomórfica de dios propia de las religiones del tronco siríaco, de las que el judaísmo, el cristianismo  y el islam son ejemplos.

Ludwig Feuerbach expuso  un punto de vista aceptado por los anarquistas: ''Dios es para el hombre el contenido de sus sensaciones e ideas más sublimes, es su libro genérico, en el cual escribe los nombres de sus seres más queridos''.

Se trata entonces de una idea humana que termina dominando al hombre, convirtiéndose en un poder autónomo al que debe doblegarse, casi como al Estado, el juez o la policía. Dios, a partir de su origen humano, se convierte en un poder efectivo ejercido por un ser imaginario.

Sin Estado

La confrontación directa con el Estado, la negativa radical a aceptar al patrón, es esencial al anarquismo, más que los cuestionamientos a la política, al patriarcalismo o a la religión.

Lo mismo que dios, el estado es un poder a la vez real e imaginario. Imaginario porque no refleja las relaciones reales entre los individuos a los que debe su existencia, y real porque tiene efectos concretos y deletéreos.

El Estado parece  un sujeto con identidad propia más allá de los individuos y asume su representación desde un pedestal ficticio que comparte con dios, y  merece su mismo rechazo.

Como a dios, hay que matar al Estado para que viva el hombre. Dios gobierna el mundo subjetivo, la interioridad de cada uno, mediante mandamientos, y el Estado gobierna la exterioridad mediante la coacción legal.

De la Redacción de AIM.

anarquista. puntana Virginia Bolten

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