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Caleidoscopio
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Cómo piensan las nuevas generaciones

“La generación pos alfa” es un libro del filósofo, escritor y activista italiano Franco Bifo Berardi. Analiza la mutación de lo que llama semiocapitalismo y el impacto cognitivo de esta transformación de la nueva generación pos alfabética. Nos dice que la historia de los movimientos revolucionarios del siglo XX se ha fundado en el método de análisis dialéctico, visión asentada en la lucha de clases (obreros versus burguesía), que es la forma simple de explicar la contradicción social en la industria reduciendo la complejidad real del mundo.

Pero una vez producida la explosión social de los años 60 – 70 y la posterior reestructuración capitalista de los 80 – 90, se pulveriza la relación entre capital y trabajo a partir de las políticas de flexibilidad laboral, deslocalización y precarización, y ya no será posible describir al mundo en términos dialécticos.

La nueva forma productiva se funda sobre un principio tecnológico que sustituye la totalización de la era industrial por la recombinación, siendo este un concepto central en el análisis que hace Berardi.

Las innovaciones tecnológicas de la información se basan en unidades capaces de multiplicarse, proliferar y recombinarse; a diferencia del universo industrial, territorial y totalizante.

En la esfera recombinante de la producción, el poder es inasible, porque no está en ninguna parte y al mismo tiempo está en todas partes. Durante el capitalismo industrial se podían hacer análisis de la situación objetiva y extraer conclusiones previsibles, tanto en lo social como en lo económico; en cambio, hoy el conjunto de sistema pos industrial entró en una condición de imprevisibilidad radical, porque los actores se han multiplicado y el escenario es mucho más complejo.

Entiende Berardi que se hace necesario modificar las herramientas de análisis aplicables a la realidad flexible; no se puede seguir analizando la realidad con las categorías propias de hace 50 años, se deben comprender las nuevas formas y deconstruir cognitivamente su funcionamiento para encontrar su punto débil y actuar sobre él.

Berardi divide el proceso histórico reciente en décadas con significado propio:
-En los 60 la composición obrera industrial alcanzó su plenitud, emergiendo a partir de 1968 una fuerza social nueva y dominante: el trabajador intelectual de masas, lo que llama “cognitariado” por el uso del conocimiento como factor central.

-En los 70 se observa ya con claridad que el mundo se encuentra en una coyuntura de cambio entre la historia cultural moderna y la pos modernidad, una cultura irreductible a la ideología.

-En los 80 la contraofensiva liberal se enlaza con la efervescencia de un movimiento deseante ya ampliamente difundido en la vida cotidiana. Liberalismo económico y liberalismo social son dos planos distintos y contrastantes, pero que en la cultura de los 80 los vemos entrelazados. Presenciamos una alianza de neoliberalismo y cultura pos moderna, donde la exigencia de rendimiento y productividad se vincula al espíritu marcado por el hedonismo y el imperio de la felicidad.

-Las dos décadas finales del siglo XX son territorio de la aparición de dos procesos socioculturales gigantescos: la introducción masiva de la mujer en el mundo laboral y la difusión de las tecnologías de la información videoelectrónicas.

La cuestión de la transmisión cultural es central al mismo tiempo que compleja; no se puede reducir la transmisión de contenidos ni tampoco a una trasmisión de valores entre generaciones porque termina pareciéndose a una postura moralista.

Los valores no significan nada sin sus condiciones culturales, sociales y técnicas. Hoy el problema está más ligado a la sensibilidad; la pregunta que debemos hacernos y hacerle a las nuevas generaciones se refiere a conceptos tales como belleza y placer. ¿Qué es una vida bella?, ¿cómo se hace para vivir bien?, ¿cómo se goza la relación con los otros?, y quizás la pregunta más importante, ¿qué es la riqueza?

Es precisamente en este último interrogante que el capitalismo ganó la batalla en el siglo XX. Si riqueza significa acumulación de cosas, esta idea transforma la vida en carencia y necesidad. Es a partir de esta idea de riqueza, a la producción social de carencia y necesidad, que el capital esclaviza en nuestro tiempo.

Por eso, dice Berardi, “el movimiento anticapitalista del futuro no debe ser un movimiento de pobres, sino de satisfechos. Un movimiento que pueda crear modelos de pensamiento destinados a reducir la necesidad, y modelos de espacios habitables capaces de compartir recursos indispensables. Esos serán los verdaderos ricos del tiempo que viene”.

Existe una tendencia a identificar una relación directa entre cambio tecnocomunicativo y cambio cultural; de allí que se considere que la configuración cognitiva de las generaciones que reciben informaciones en el formato tecnoelectrónico es distinta a la de las generaciones alfabéticas. La pregunta que debemos realizar a las nuevas generaciones no se vincula con los valores, como ser ¿sos solidario o egoísta?, o ¿sos crítico o conformista?, sino con la sensibilidad, la pregunta es, ¿sos feliz o infeliz?

Si partimos de aquí, veremos que la clave de la comunicación política actual debe ser una acción terapéutica consistente en crear las condiciones de posibilidad de una felicidad de existir, de relacionarse con el otro. ¿Hay lugar en el mensaje político para la reformulación social? No; las crisis de la izquierda se manifiestan en el retroceso político de las fuerzas organizadas del movimiento obrero y progresista. Pero no es más que un epifenómeno de una crisis mucho más profunda: la crisis de la transmisión cultural entre las generaciones alfabético críticas a las generaciones pos alfabéticas simultáneas.

Una mirada interesante es la de pensar que la dificultad no consiste en un problema de transmitir contenidos políticos de una generación a otra, sino de poner en comunicación mentes que funcionan de manera incompatible; por eso, es fundamental entender la mutación de las mentes pos alfabéticas. La pos alfabética es la primera generación que ha aprendido más palabras de una máquina que de su madre. ¿Cuáles son las características de su formación?, ¿cuál es el horizonte de su conciencia posible?, ¿cuál es la forma de su subjetivación?

Berardi identifica a la década de 1970 como un hito en el que el futuro se acabó. En los 70 Gilles Deleuze propuso interpretar el cambio como la transición de las sociedades disciplinarias a las sociedades de control. Las sociedades disciplinarias que controlaban los cuerpos y las mentes por medio de represión institucional, imponiendo reglas y estructuras estables son sucedidas por una nueva sociedad en base a controles insertos en el propio genoma de las relaciones sociales: automatismos informáticos, tecnológicos, lingüísticos y financieros.

En apariencia, esta nueva sociedad garantiza el máximo de libertad a sus componentes, cada uno puede hacer lo que le parece sin normas impuestas, sin disciplinamiento de los comportamientos individuales ni de los trayectos colectivos. Pero el control está inserto en los dispositivos que hacen posible las relaciones, el lenguaje y la comunicación por ejemplo; el control ya no está centralizado, pero está en todas partes. La noción de sujeto es sustituida por la de subjetivación. El sujeto ya no es algo dado, socialmente determinado e ideológicamente consistente; sino dinámico, mutable y flexible.

La palabra desregulación aparece en los 60 y explica un espíritu desestructurante que procede del pensamiento libertario y antiautoritario de la época, tal como se observa en la corriente que baña la cultura hippie californiana y la epistemología deseante francesa. En los 70 se puso en marcha un movimiento de cambio peligroso que inicia por el rechazo al dominio capitalista, pero termina tomando la forma de la desregulación en la forma paradójica de una venganza capitalista: la libertad de empresa frente al dominio estatal, la destrucción de las protecciones social y el recorte de gastos públicos.

Fue el liberalismo el que aprovechó el impulso de esta corriente contracultural y lo convirtió en fanatismo por la economía, reformulando la liberación del saber y la imaginación hacia el terreno paranoico de la competitividad. La desregulación de Thatcher y Reagan en los 80 es la respuesta capitalista al pedido de los obreros por liberarse de la regulación capitalista.

En definitiva, la flexibilización laboral es una forma de autonomía respecto al trabajo regular para toda la vida. Desregulación y flexibilización del trabajo fueron el efecto invertido del reclamo por la autonomía obrera. ¿Cometimos un terrible error?, se pregunta Berardi; ¿deberíamos arrepentirnos de las acciones de disenso y rechazo del trabajo?, la respuesta es no, porque el movimiento por la autonomía anticipó una tendencia hacia la desregulación que estaba inscripta en las líneas de desarrollo del capitalismo pos industrial y en la reestructuración tecnológica.

La red global de infroproducción se convirtió en el nuevo sujeto del proceso social de trabajo y el tejido humano se ha fragmentado hasta disolverse. Ya no hay seres humanos que trabajan, sino fragmentos temporales sujetados al proceso de valorización, átomos de tiempo recombinados en el proceso productivo global. En la economía de red, la flexibilidad evolucionó en forma de fractalización del trabajo; el trabajador no existe más como persona, es solamente un productor intercambiable de microfragmentos de trabajos recombinados que entran en el flujo continuo de la red. El capital ya no paga la disponibilidad vital del trabajador cognitivo; sino que paga por una prestación puntual, temportal, fractalizando el trabajo, las células de tiempo están en venta y las empresas compran cuantas quieran sin implicarse en la protección social del trabajador.

Lo que anunciaba ser autonomía y poder político del trabajo, se convirtió en total dependencia del trabajo respecto a la organización capitalista. Lo que era rechazo del trabajo se convirtió en completa dependencia.

La aceleración de los intercambios informativos produjo un efecto patológico en la mente humana individual y, con mayor razón, en la colectiva. Los individuos no están en condiciones de elaborar conscientemente la inmensa masa de información que entra en sus dispositivos, sin embargo esta facultad parece indispensable si se quiere ser eficiente, competitivo y ganador.

Se difunde la práctica del multitasking, que consiste en la apertura de ventanas de atención o el paso de un contexto a otro, que tienden a deformar las modalidades secuenciales de la mente. Hoy se multiplican los signos de dislexia, como la incapacidad de leer una página desde el principio al fin siguiendo un proceso secuencial; la consecuencia es la existencia de decisiones económicas y políticas que no responden a una estrategia a largo plazo, sino al interés inmediato: nuestra atención está cada vez más asediada, solamente se la dedicamos a la carrera laboral, la competencia y la decisión económica. Somos seres convertidos en despiadados ejecutores de decisiones tomadas sin atención, mientras la hipervelocidad de la información supera nuestras capacidades cerebrales y abre espacios para la difusión de enfermedades mentales acompañadas por la floreciente industria de psicofármacos.

Hoy, la enfermedad mental se expresa claramente como una epidemia social. Si querés sobrevivir debés ser competitivo; y si querés ser competitivo, debés estar conectado. Esto provoca un estrés constante y una reducción del tiempo disponible para la afectividad, devastando el psiquismo, generando depresión, pánico, angustia, soledad y miseria existencial, que tiende a exponerse cada vez más en el centro del sistema social.

En la era industrial poco le importaba al capital tu sufrimiento psíquico mientras pudieras apretar tuercas y usar tu fuerza física, no importaba la tristeza del trabajador. Hoy, el capital necesita energías mentales y son, precisamente, estas energías las que se están destruyendo; pero al fin y al cabo, incluso la infelicidad, funciona como un estimulante del consumo: comprar suspende la angustia.

En la sociedad pos industrial, si bien las clases sociales siguen siendo una realidad objetiva, ya no parecen estar en condiciones de producir efectos de identificación en el plano de la conciencia. La fragmentación y la precarización del trabajo han vuelto muy frágiles las identidades sociales: la presencia del otro se vuelve discontinua y competitiva, se fragiliza la comunidad y se pulveriza la memoria colectiva.

Durante la modernidad los cambios eran lentos y pasaban décadas para que las personas se habituasen a usar una nueva técnica que pudiera modificar sus formas de pensamiento. Pero cuando las tecnologías digitales sobrepasaron a las tecnologías alfabéticas, las modalidades de aprendizaje, memorización e intercambio se modificaron rápidamente. El espesor formativo de la pertenencia generacional se volvió decisivo y los mundos generacionales comenzaron a constituirse como conjuntos cerrados, no por motivos morales o políticos, sino como efecto del formato tecnocognitivo. Con el concepto de generación ya no identificamos un fenómeno biológico, sino uno tecnológico y cognitivo, el cual reconfigura las formas de la identidad. Por esa razón, dice Berardi, “las nuevas formas de conciencia social se modelan a partir de la pertenencia generacional”.

Mashall Mc Luhan estudia el pasaje de la esfera alfabética a la viodeoelectrónica y concluye en que cuando se pasa de lo secuencial a lo simultáneo las capacidades de elaboración crítica son reemplazadas por capacidades de elaboración mitológica. La facultad crítica de las generaciones alfabéticas supone la capacidad de estructuración del lenguaje, secuencialidad de la escritura, lentitud de la lectura, posibilidad de juzgar en secuencias el carácter de verdad o falsedad de los enunciados. Pero en la esfera de la comunicación videoelectrónica, la crítica es sustituida por el pensamiento mitológico, donde la capacidad de discriminar entre verdad y falsedad se ha vuelto imposible, incluso irrelevante. Estamos frente a un cambio social, pero sobre todo estamos frente a una profunda mutación tecnocientífica.

El número de palabras que usa un ser humano de la primera generación videoelectrónica está cerca de 650, frente a las 2.000 que usaba un coetáneo suyo 20 años atrás. La primera generación videoelectrónica ha adquirido competencias en lectura de imágenes sin precedentes en la mente humana, y tiene la capacidad de moverse a gran velocidad en el universo de las imágenes. El pensamiento mítico tiende a predominar sobre el pensamiento lógico crítico en el cerebro pos alfabético.

Ya no contamos con una corriente de flujos de tiempos continuo, sino con cápsulas de tiempo de atención. Lo que cambia en el pasaje generacional pos alfabético no son los contenidos, los valores o las opciones políticas; sino el formato de la mente colectiva, un proceso de mutación del organismo consciente. En nuestro siglo la libido ha sido puesta a trabajar.

Hoy, el trabajo tiene una característica física uniforme, nos sentamos frente a una pantalla a mover los dedos sobre un teclado: arquitectos, bancarios, comerciantes, agentes de viajes, todos hacen el mismo gesto físico; pero lo que no podemos es hacerlos intercambiar sus trabajos porque realizan tareas específicas. El trabajo industrial se caracterizaba por su sustancial intercambiabilidad y despersonalización, era percibido como algo ajeno, un deber, pura prestación de tiempo; en cambio, los actuales trabajadores tecnológicos suelen considerar su trabajo como la parte más esencial de su vida, esto vuelve al trabajador cognitivo enormemente más frágil que el obrero industrial. El semiocapitalismo ha puesto a trabajar el alma. El trabajador cognitivo suele vincular su trabajo con su vida, una erotización progresiva del ámbito laboral y una deserotización de la vida cotidiana: inversión de deseo en trabajo, su único lugar de confirmación narcisista.

Del sistema de máquinas tradicionales se pasa al de las máquinas en red, y este cambio modifica la percepción subjetiva del tiempo. El capital ya no necesita usufructuar el tiempo completo de la vida de una persona, solo necesita fragmentos aislados de tiempo, instantes de atención y operatividad. El capital puede apoderarse de fragmentos de tiempo separados para recombinarlos en formas distintas. El infotrabajo ya no requiere comprar el tiempo de una persona 8 horas al día 5 veces a la semana; el capital ya no recluta personas, ahora compra paquetes de tiempo separados de su portador ocasional. El capital se mueve con total libertad buscando fragmentos de tiempo humano a disposición de ser explotados por salarios más bajos.

El tiempo del trabajador no le pertenece, está a disposición del ciberespacio productivo recombinante, una inmensa extensión de tiempo humano despersonalizado, celularizado y recombinable: se trata de neoliberalismo. En la red global ya no hay más personas que prestan tiempo – trabajo, sino un mosaico infinito de fragmentos recombinables; las personas no son más que residuos irrelevantes.

Para que la red funcione es necesario compatibilizar los gestos productivos que entran en conexión y, para ello, deben estar despojados de carnalidad, la mente debe estar depurada de sus características singulares; por eso las escuelas y universidades están cada vez menos orientadas a la formación de personas libres y cada vez más a la de terminales productivas. El sistema ha creado las condiciones para la reproducción ampliada de un saber sin pensamiento, puramente funcional y operacional.

Las decisiones políticas solo se limitan a reproducir fielmente las líneas establecidas por la cadena de automatismos incorporadas en la máquina social. La potencia de la política se ha disuelto, le importa poco si comandan políticas de izquierda o de derecha, ya que como una ley superior se impone la ley económica, el dogma frente al cual se arrodillan las coaliciones de todo color.

La generación que aprendió sus palabras de las máquinas antes que de la madre pierde progresivamente la capacidad de sintonizar con el mundo, con la alteridad, con el cuerpo del otro, porque esta sintonía requiere un equilibrio entre la infoesfera y las antenas sensibles del lenguaje que se ha perdido. Es la conciencia de que el cuerpo del otro que estamos tocando no es meramente un objeto, sino también sujeto de percepción del toque, es el sentido de la empatía sin la cual la relación social se vuelve un infierno. Si esta comprensión desaparece no existe más ninguna base para la convivencia, ni tampoco para la política.

La saturación de la infoesfera produjo una sobrecarga de estímulos, lo que tiene un obvio efecto cognitivo: el tiempo para la atención disminuye, pero la atención afectiva requiere tiempo y no puede ser acelerada más allá de un límite. El tiempo de las caricias no puede acelerarse; la sensibilidad también entra en proceso de reformateo. La generación pos alfabética muestra signos de una atrofia emocional, la desconexión entre lengua y emoción es evidente, ya no hay tiempo para hablar. A finales del siglo XX, la problemática de la represión sale de escena. Las patologías que dominan la escena de nuestro siglo no son ya las neuróticas producidas por la represión de la libido, sino más bien las producidas por el dominante discurso del “hazlo” (you do it).

Jean Boudrillard describe este escenario diferente, la nueva dimensión imaginaria no es la de la represión, sino la de la simulación, la de la proliferación de simulacros y seducción; el exceso expresivo es el núcleo central de la sobredosis de realidad; la sobreproducción es un rasgo inherente al capitalismo porque la producción de mercancías no responde a la lógica de la necesidad, sino a la lógica abstracta de la producción de valor. Pero en el semiocapitalismo, la sobreproducción es de signos, un exceso infinito de signos que saturan la atención individual y colectiva. La patología que predominará en los tiempos que vienen no nacerá de la represión, sino de la pulsión por expresarse, de la obligación de expresar. Se trata de patologías de la hiperexpresión.

En la base de estas patologías no hay ocultación, sino hipervisibilización, un exceso de visibilidad, sobrecarga de estímulos infonerviosos, trastornos de déficit de atención, dislexia, pánico. Un aspecto particular de la sobrecarga informativa y el estrés de atención es la rarificación de los contactos entre los cuerpos. La soledad física y psíquica de los individuos domina en la infoesfera.

Precisamente, un régimen semiótico puede calificarse como represivo cuando a un significante le es atribuido un único significado; pero lo particular del régimen semiótico en el que nos encontramos, es que se caracteriza por el exceso de velocidad de los significantes que abre la puerta a una hiperkinesia interpretativa. En la infoesfera el receptor humano expuesto a esta sobrecarga de significantes se vuelve incapaz de elaborar en la secuencia de un significado, tiene una dificultad que identifica Bateson como la incapacidad para distinguir entre metáfora y expresión literal. La metáfora es cada vez más difícil de identificar y el sistema cognitivo colectivo pierde la competencia crítica que permitía distinguir entre el valor de verdad o de falsedad de los enunciados.

En el universo proliferante de los medios acelerados, la interpretación no es posible de realizar a lo largo de una línea secuencial de causa – consecuencia, sino por medio de espirales asociativas y conexiones asignificantes. El régimen infocrático del semiocapital funda su poder en la sobrecarga y la aceleración de los flujos comunicacionales y hace proliferar las fuentes de información hasta generar contenidos indistinguibles, irrelevantes e indescifrables.

Pero el sentido no es lo que encontramos en el mundo, sino lo que somos capaces de crear. Circulando en la esfera de la amistad, el amor, o la solidaridad podemos crear sentido; por eso la depresión puede ser definida como una carencia en la capacidad de encontrar sentido en la vida. Para Berardi, debe quedar en claro que la incapacidad de encontrar sentido es ante todo la incapacidad de crear sentido y hoy no podemos crear sentido.

Las reforman neoliberales fueron impuestas a una sociedad cada vez más fragmentada, derrotada e impotente; por eso no es sorprendente la proliferación de la depresión en nuestro tiempo, en coincidencia con una ideología empresarial y competitiva dominante.

Se ha reducido dramáticamente el tiempo disponible para elaborar los estímulos nerviosos. La capacidad empática parece reducirse porque ya no es posible percibir el cuerpo del otro. Para poder percibir al otro como cuerpo se necesita tiempo. Aparecen reductores de complejidad como el dinero, la información, el estereotipo, las interfases digitales que simplifican la relación con el otro; pero cuando el otro aparece en carne y hueso no toleramos su presencia.

No sirve de nada oponer la razón al flujo, solo sirve crear dispositivos para desactivación del principio económico, ondas de relajamiento de la presión competitiva. Es necesario repensar la riqueza como goce del tiempo y como pulsión consumista. No se trata de predicar otra idea de riqueza, sino de crear un movimiento de ricos en el sentido de personas libres que no sean nada, que tengan necesidad de poquísimo, personas capaces de disfrutar del tiempo como propiedad inalienable. Se trata de crear un movimiento del ocio y del sabotaje, un movimiento de sustracción y lentitud, multiplicado por la infinita velocidad de la red.

Fuente: De la Redacción de AIM
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