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Plantean impuesto al carbono local

Para evitar la pérdida de competitividad se podría generar un crédito fiscal a los exportadores de industrias intensivas en el uso de energía.

Muchos políticos intentan polarizar la cuestión climática bajo el lema “es la economía o el medio ambiente” mientras el mundo nos dice cada vez con más argumentos sólidos que la economía y el medio ambiente van de la mano. En las próximas décadas no habrá estrategia económica exitosa si no va atada a una estrategia medioambiental. Las exportaciones de los países que no tengan estrategia climática comenzaran a ser excluidas de los flujos comerciales globales.

Estamos frente a la última década capaz de frenar el cambio climático si queremos que sus consecuencias que van a ser irreversibles sean por lo menos manejables. De la mano de jóvenes que no están dispuestos a quedarse de brazos cruzados viendo simplemente como el planeta se va consumiendo, la crisis climática está tomando un lugar cada día más central en la agenda política

Las soluciones de la tecnocracia frente al cambio climático suelen ser complejos sistemas de subsidios y enormes e ineficientes programas gubernamentales financiados con dinero de los contribuyentes. Joe Biden es un claro ejemplo: complejos programas de beneficios fiscales y regulaciones sin incluir un impuesto al carbono. Justo cuando la mayoría de los especialistas coinciden en que la forma más eficiente de lograr una importante reducción en las emisiones de carbono en los plazos que necesita el mundo para evitar la catástrofe ambiental seria aplicando un impuesto al carbono.

Un impuesto al carbono no solo bajaría rápidamente los emisores, sino que también podría reducir la inequidad y estimular el crecimiento económico. ¿Cómo? Destinando lo que se recauda con el mismo a reducir los impuestos al trabajo.

El impuesto al carbono por sí mismo aumentaría los precios de la electricidad, el gas y la gasolina, pero si con lo recaudado se reducen los impuestos al trabajo esa ecuación generaría aumentos de sueldos.

Según un estudio de la organizacion Tax Foundation, en los Estados Unidos un impuesto a las emisiones de 50 dólares por tonelada, que vaya creciendo al 5 por ciento anual, generaría USD 1,87 billones de ingresos adicionales al gobierno federal en 10 años. Por si solo el impuesto tendría un impacto negativo del 0,4 por ciento anual sobre el PBI, reduciría los salarios y eliminaría el equivalente a 447.000 empleos. Pero si el dinero recaudado se destina a otros fines, como reducir impuestos al trabajo, generaría un resultado positivo sobre el PBI, sobre los salarios y un efecto redistributivo. El informe cita que con ese dinero se podría bajar 2,4 puntos porcentuales de los aportes que realizan los empleados para financiar la seguridad social. Esto provocaría un aumento adicional del 0,1 por ciento del PBI y un aumento de ingresos para el 95 por ciento de los americanos que menos ganan.

Otra de las alternativas seria usar esos fondos para dar beneficios a la inversión en investigación y desarrollo de las empresas. Esto tendría un efecto positivo sobre el PBI del 0,8 por ciento anual pero negativo sobre la mayoría de los salarios.

El informe concluye que un impuesto al carbono bien diseñado es la forma mas eficiente de restringir las emisiones, y a la vez reducir la inequidad social y aumentar el crecimiento económico. Otro informe, producido por Brookings Institution afirma que un impuesto al carbono en los Estados Unidos de 50 dólares la tonelada, con un crecimiento del 5 por ciento anual entre el año 2020 y el 2030, podría disminuir las emisiones hasta un 50 por ciento por debajo de los niveles del 2005.

La segunda cuestión que se presenta ante un impuesto al carbono es de orden moral. Los países que menos han contribuido al cambio climático son los que están padeciendo las peores consecuencias. El norte de África está siendo espacialmente afectado con grandes desertificaciones, tiene cada día más refugiados climáticos. “Mercaderes de la sed”, como se les llama, lucran con la desertificación, vendiendo agua transportada en camiones cisterna a precios exorbitantes. El uno por ciento más rico de la población mundial emite cada año más del doble que el 50 por ciento más pobre. Los norteamericanos tres veces más per cápita que los europeos.

Impacto económico y oportunidad

La Unión Europea se está preparando para imponer un impuesto a las importaciones con una intensidad de carbono mayor que la permitida en ciertas industrias nacionales con uso intensivo de energía. El objetivo es prevenir que las empresas que generan altas emisiones simplemente muevan sus operaciones a países extracomunitarios que no tienen un impuesto al CO2 y luego envíen sus productos a Europa. Por ejemplo, si en Suecia resulta muy caro producir emitiendo, simplemente traslado la fábrica a un lugar donde pueda emitir sin que me cobren impuesto e importó el producto. Lo único que se logra es el traslado geográfico de las emisiones, no lo que importa: su reducción.

Otro aspecto a tener en cuenta: las emisiones medidas por consumo pueden variar mucho respecto a la medición por producción. Las emisiones de UK son un 42 por ciento más altas si se toma el CO2 importado, las de Suecia casi un 70 por ciento. En cambio, las de Sudáfrica son un 29 por ciento más bajas y las de Australia un nueve por ciento.

En nuestro país aún podemos evitar imponer un impuesto al carbono, pero en el futuro no podremos evitar que muchas de nuestras importaciones deban pagarlo al arribar a destino, lo que nos podría en una clara desventaja comercial. El impacto no se vera de un día al otro, empezara por Europa para ciertos productos, pero se ira expandiendo a medida que las energías renovables, autos eléctricos e industrias que remplazan gas por hidrogeno se vayan expandiendo en países desarrollados. Será un proceso gradual pero firme que veremos en las próximas dos décadas.

El impuesto al carbono, así como implica un desafío también representa una oportunidad. Argentina dispone de una matriz eléctrica relativamente limpia con una importante participación de la energía hídrica, del gas (energía de transición) y de un fuerte crecimiento de las renovables. Desde el sur hasta el norte del país hay potencial para expansión de estas nuevas fuentes de energía.

Si bien tenemos litio para baterías, pensar en fábricas de nivel internacional en nuestro país requiere una economía más abierta y un entorno económico más estable. Lo mismo sucede con la transición a la era de los vehículos eléctricos y autónomos: se impone re configurar la industria automotriz, un proceso que requerirá de grandes inversiones y aumentar la escala de mercado mediante acuerdos de libre comercio.

La energía renovable permitirá que instalen sus servidores empresas tecnológicas internacionales que asumieron el compromiso de ser neutrales en sus emisiones. También empresas de minado de criptomonedas como ha sido el reciente anuncio de Bitfarms.

Con energía de renovable de bajo costo también se podría desarrollar la industria del hidrógeno que podría ser un sustituto al gas no solo para parte del sistema de transporte como los trenes de carga, sino también para la industria siderúrgica, del acero y del cemento que son más difíciles de des-carbonizar. Los grandes avances en ganadería de bajas emisiones abrirían nuevos mercados a nuestras carnes.

Tarde o temprano la fuerte presión para descarbonizar llegará, y es mejor anticiparse a una transición que podría ser traumática. Si sabemos aprovechar la oportunidad podría ser un boom para nuestras exportaciones y nuestra economía.

Por cada trabajador que se pierda en una mina de carbón, nuevos se generaran haciendo instalación y mantenimiento de molinos de viento y paneles solares. Por cada empleo que se pierda en una fábrica de automóviles a combustión varios se generaran en fábricas de autos eléctricos, de baterías, así como en investigación y desarrollo. Por cada empleo que se pierda en la industria del petróleo varios se generaran en la industria del hidrogeno, en las redes de carga de autos eléctricos y en empresas multinacionales que se instalarían a lo largo de todo el país para producir bienes y servicios neutros en carbono. Las condiciones geográficas de argentina permitirían que el cuidado del medio ambiente sea una marca país.

Hoy en la Argentina no se discute del tema porque se ve a la cuestión como “un gasto” en medio de otras cuestiones urgentes, tales como la pobreza, la inflación, la inestabilidad, la inseguridad física y jurídica. Tomarla como “gasto” es un criterio erróneo, dado que se puede hacer mucho sin gastar dinero de los contribuyentes como explique en relación al impuesto al carbono. Y porque en algún momento la economía y las nuevas generaciones forzarán que el tema este en el centro de la agenda política. Ya lo están demandando con conferencias y manifestaciones para que la preservación del medioambiente se considere una cuestión de estado.

¿Cómo compensar el aumento de precios y pérdida de competitividad resultante de un impuesto al carbono? Hoy el 50 por ciento del costo de la nafta, y entre el 40 por ciento y el 50 por ciento del costo de la energía eléctrica y gas son impuestos. Parte de estos impuestos podría ser remplazada por un impuesto al carbono. Esto compasaría el costo fiscal y aumento de precios al mismo tiempo que abría un incentivo para que las empresas reduzcan sus emisiones.

Para evitar la pérdida de competitividad se podría generar un crédito fiscal a los exportadores de industrias intensivas en el uso de energía por una parte de lo pagado por este impuesto.

El mismo criterio del impuesto al carbono puede ser aplicado sobre el plástico, como de hecho lo hacen los países europeos. Israel planea reducir el consumo de plástico en un 40 por ciento con la implementación de este impuesto. Con esa medida, no solo se reducen el monto de plástico que afecta a los mares y la biodiversidad sino también las emisiones de CO2 para su producción.

La transición energética no estará exenta de sobresaltos como estamos viendo en los mercados energéticos globales. Las disrupciones de la pandemia sumadas a la falta de inversión en energías renovables ya están generando fuertes aumentos de los precios de la energía eléctrica en Europa. El gas natural licuado subió 500 por ciento en un año, hay cortes de energía en china, faltantes de carbón en India y escases de petróleo en Gran Bretaña. A pesar de los altos precios las empresas no quieren invertir mucho en gas y petróleo porque con la des-carbonización de la economía el horizonte de los combustibles fósiles es de unas pocas décadas. Según la Agencia Internacional de Energía (IEA), si queremos alcanzar cero emisiones netas en 2050, las inversiones en energía renovables se deberían triplicar para alcanzar los cuatro trillones anuales en 2030.

Los modelos predicen en nuestro país un aumento de los fenómenos meteorológicos extremos como lluvias extremas en la mayoría de las regiones, un mayor riesgo de inundaciones, olas de calor, sequias e incendios forestales más frecuentes.

Ante este panorama, los impuestos al carbono y al plástico son solo una parte de la solución, mucho se necesitará en materia de reforestación, protección de selvas y ecosistemas naturales, ganadería sustentable, nuevos métodos agrícolas, edificios eficientes energéticamente, adaptación y construcción de infraestructuras para resguardar ciudades y el territorio frente al cambio climático. La transición implica el compromiso del gobierno en todos sus niveles, de las empresas y la sociedad civil. Estamos entrando en una década donde ya no podremos evitar abordar de forma integral y contundente la cuestión medioambiental. Debemos hacerlo por el planeta, por la economía y porque es una obligación moral que, como individuos y humanidad, debemos a nuestros descendientes y las futuras generaciones.

Fuente: Ámbito

cambio climático industrias - empresas - economía

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