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Política
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¿Qué producimos las mujeres? La economía que mueve al mundo

Por María Quintero, de revista PPV, especial para AIM. El patriarcado se encargó de resignificar los estereotipos de género para mantenerlos vigentes en los diferentes procesos históricos político-económicos-culturales. Aún, cuando la mujer puso los pies en el espacio público mediante la conquista de puestos laborales, esas tareas reprodujeron los estereotipos de género históricamente asignados por el patriarcado mediante la división sexual del trabajo. Así, cuando la fuerza de trabajo de las mujeres en el espacio público – además de la producción en el espacio privado como las tareas reproductivas, de cuidados y de trabajo doméstico- fue necesaria para la construcción patriarcal capitalista, la desigualdad que habitaba el espacio privado se trasladó al espacio público.

¿Qué producimos las mujeres? La economía que mueve al mundo
¿Qué producimos las mujeres? La economía que mueve al mundo

Cuando la mujer se insertó al mercado laboral, la desigualdad se tradujo en los tipos de tareas, rubros y qué posiciones (no) jerárquicas les fueron asignadas.

La resignificación del patriarcado capitalista operó en las diferentes etapas de los avances de las luchas feministas, construyendo estrategias para (re) transformar a la mujer en el sujeto social de explotación. Esta operación se basó muchas veces en tomar algunas de sus conquistas para reformularlas en pos de los intereses del capitalismo.

Así, mientras las mujeres realizaban en sus hogares los trabajos no remunerados pero que, sin embargo, eran fuente del sostenimiento económico de la nueva sociedad capitalista que requería de esas tareas para poder funcionar, se le agregaba la segunda jornada laboral del trabajo remunerado en el espacio público. Luego, a esa segunda jornada se le agregará una tercera jornada laboral mediante las tareas de cuidado comunitario para apaliar las profundas crisis llevadas adelante en los países más pobres, a causa de la división internacional del trabajo, causadas por el propio capitalismo.

En el capitalismo tardío globalizado, las mujeres de las capas medias y altas se convirtieron en objetivo principal de las estrategias de mercadeo y consumo de las grandes corporaciones.

Alba Carosio también pone de manifiesto que la imagen homogeneizada de las mujeres en ese capitalismo globalizado responde a estrictos cánones de belleza y de eficiencia profesional y personal que ignoran la complejidad de las mujeres reales. Este modelo da origen a la mujer éxito, a la “supermujer”: mezcla de modelo profesional y ama de casa.

Un modelo de mujer moderna que prepondera su éxito individualista, que entiende que es producto de la meritocracia y de un proceso individual, y que termina por avalar y reproducir la opresión patriarcal hacia el resto de las mujeres.

El sexo pasó de ser una parte negada de las mujeres a ser un eje fundamental en la vida, que incluye la obsesión por la belleza, la delgadez, la clase, en orden de ser deseadas sexualmente.

En su libro Pornotopia, Paul. B. Preciado plantea cómo la Revista Playboy, tras la segunda guerra mundial, ha logrado resignificar una nueva masculinidad hegemónica basada en el soltero que ocupa ese espacio privado del hogar que históricamente había sido destinado a lo femenino. Y cómo, en base a esa nueva masculinidad, logra construir un nuevo modelo de mujer para el mercado.

El movimiento de Playboy hacia el hogar y relativo abandono del exterior no supone, sin embargo, una retirada de la esfera pública, sino que más bien coincide con un proceso de politización y mercantilización de la vida privada que se lleva a cabo durante la posguerra. El estratégico desplazamiento de playboy hacia el interior podría entenderse como parte de un proceso más amplio de extensión del ámbito del mercado, de la información y de lo político hacia el interior de lo doméstico (..). Por otra parte, ante el temor de la “contaminación homosexual”, Playboy lucha por definir su movimiento hacia el interior de un proceso de masculinización de lo doméstico en lugar de como una simple feminización del soltero urbanita.

Sin embargo, para que este hombre “conejo de playboy” funcione, también se crea un prototipo femenino, la Playmate, acorde a las necesidades de esa nueva masculinidad, que tratará de interpelar a la mujer de la época. Gozar del sexo vuelve a ser la estrategia, y bajo los paradigmas patriarcales, vuelve a ser la norma.

La estrategia de Playboy no era transformar a la madre y ama de casa en una “puta legal”, sino modelar una compañera ideal que no supusiera una amenazada para su autonomía sexual y doméstica. La definición de Playmate no era sexual, sino geográfica. Situada en el umbral del apartamento de soltero, al mismo tiempo al alcance de su mano. La vecina de al lado estaba destinada a convertirse en materia bruta para la fabricación de la compañera ideal.

Preciado asegura que la Playmate o la “chica de al lado” es a la economía farmacopornográfica de posguerra lo que el automóvil había sido para el fordismo: el producto serial de un proceso de reproducción capital.

Las mujeres han sido objeto de explotación del sistema patriarcal capitalista. Un sistema que, en su seno, ha generado anticuerpos a los feminismos para retardar las conquistas de derechos, la autonomía, la libertad y el desarrollo.

Simon de Beavoir, en su libro “El segundo sexo. Los hechos y los mitos”, asegura: “En los comienzos del siglo XIX, la mujer era más vergonzosamente explotada que trabajadores hombres. El trabajo a domicilio constituía lo que los ingleses llaman sweating system, obreras a domicilio; a despecho de una labor continua, la obrera no ganaba lo suficiente para subvenir sus necesidades”.

Es esa desigualdad estructural en cuanto a tareas, salario, desarrollo, condiciones laborales y violencia mediante abusos a las obreras la que aún sigue latente en pleno siglo XXI.

Los feminismos ante el Covid-19

El año 2020 nos puso delante la realidad de manera determinante de esa histórica desigualdad estructural, acrecentada aún más en los países devastados por los procesos neoliberales.

Ante la pandemia mundial del Covid.19, la población mundial ha sido confinada al aislamiento obligatorio. A las mujeres no solo nos ha sacado de las calles, lugar conquistado con mayor masividad para el reclamo de las demandas en los últimos tiempos, sino que hemos vuelto a ocupar el espacio privado de manera constante, obligadas – porque aún prevalece la desigualdad en la corresponsabilidad entre hombres y mujeres- a realizar las tareas que históricamente nos han sido asignadas en ese espacio: las tareas de cuidado y trabajo doméstico. Pero, además, el aislamiento obligatorio nos demanda la realización de teletrabajo, a aquellas mujeres que aún tienen el privilegio (lo que no es un derecho de todas es solo un privilegio de algunas) de conservar su trabajo y un ingreso.

El teletrabajo, trabajo a domicilio, nos impuso una inexistente separación entre nuestro tiempo de ocio y de trabajo. No hay horario de trabajo en el mundo online, en el mundo hiperconectado. Además, como casi una emulación de las obreras a domicilio de comienzos del siglo XIX, somos las mujeres quienes debemos hacernos cargo de la primera y la segunda jornada laboral, no solo al mismo tiempo, sino que en mismo espacio. Esta situación anclada, además, en una realidad donde las mujeres en Argentina, por ejemplo, aún ganamos un 25 por ciento menos que los hombres a igual tarea.

Esta desigualdad en cuanto a las tareas de corresponsabilidad en las tareas de cuidado y domésticas atraviesan, aunque de distinta forma, a las mujeres de todas las clases sociales. Aquellas mujeres de clases acomodadas y clases medias, ante el aislamiento obligatorio también debieron hacerse cargo de estas tareas. Una afirmación que demuestra que la desigualdad más grande ante las crisis es de género y que se agrava a medida que aumenta la situación de pobreza. Las mujeres de clases medias acomodadas no han resuelto tampoco el problema de desigualdad de género, sino que sólo han logrado tercerizar las tareas en mujeres más pobres. Y son esas mujeres más pobres quienes han sido menospreciadas en sus trabajos mediante la explotación y la negación de sus derechos laborales, la mayoría de las trabajadas domésticas en nuestro país tiene un empleo informal y mal pago.

Este 2020 también ha puesto de manifiesto la profunda violencia de género que subyace en la sociedad: desde que comenzó el aislamiento obligatorio hasta el día de hoy, hubo 26 femicidios en nuestro país y aumentó el 40 por ciento los llamados a la línea 144, según el Observatorio de las Violencias de Género Ahora que sí nos ven.

Ante este marco de realidad actual e histórica, nos queda por pensar cuáles son los desafíos que tenemos en este presente y de aquí en más. Cómo logramos, desde la fortaleza que han cobrado los feminismos en los últimos tiempos, detectar el anticuerpo que, seguramente, el patriarcado capitalista nos tiene preparado para la salida de la pandemia. Seguramente, el primer paso es no permitir que ese anticuerpo sea la configuración de una política que nos incluya como “cupo femenino” porque es políticamente correcto pero que nos excluya de la participación en la toma de decisiones y de los lineamientos para pensar un país más igualitario.  Sin ninguna duda, la participación de los feminismos y su mirada en la concepción de un estado en clave de perspectiva de derechos es imprescindible.

Un ejemplo, para dar un primer paso sea tal vez pensar en el teletrabajo no como forma de trabajo diaria pero sí como un derecho conquistado como opción para resolver algunas de nuestras demandas, puede ser una opción para una nueva conquista laboral en los tiempos que corren. Poner en conocimiento y comprensión a la sociedad de que, ante una economía mundial parada por la pandemia, una vez más, han sido los trabajos de cuidado y domésticos los que han puesto la economía a girar, y que sea esa comprensión la que nos permita una mayor valoración de esos trabajos en términos de reconocimiento social y monetario, pueda ser otra conquista. Desarrollar políticas públicas que contemplen tareas de cuidado comunitarias y el incentivo de la corresponsabilidad en tareas de cuidado y domésticas, podría ser una más. Y en este sentido, que los feminismos en nuestro país hayan impulsado la creación del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad es una de las conquistas más importantes de los últimos tiempos, porque pone en nuestras manos una herramienta para pensar e incidir en las políticas públicas.

Y, sin dudas, la organización y fortalecimiento – aun en un contexto de aislamiento- de redes de contención de mujeres en situación de violencia y vulnerabilidad y la construcción de comunidad que ha atravesado y atraviesa a los feminismos frente al Covid19, el patriarcado y el capitalismo es ya una batalla ganada. Y nos pone un piso para seguir construyendo.

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