Cepeda, en 1820, es llamada “la batalla del minuto” porque a la vista de la estúpida formación que habia adoptado el ejército porteño al mando de Rondeau, Ramírez, al que López le había dejado el mando, con la caballería entreriana cruzó al galope tendido la célebre cañada y se colocó detrás de las líneas enemigas, sin darles tiempo a darse vuelta.
Ahí terminó la batalla. Años después, un viajero que pasaba por alli vio abundancia de huesos humanos sin enterrar. Le preguntó a un criollo sentado a la puerta de un rancho cercano: “son porteños que matamos en la batalla y ahí se van a quedar, nomás”.
La orden que Artigas había impartido a lugarteniente Ramírez era obligar a Buenos Aires a ir a la guerra, guerra y no macana, contra los portugueses que invadían la Banda Oriental, y eso fue lo que Ramírez no hizo.
Artigas, que dijo que los porteños ”nos han traicionado en todo” y que si fuera por ellos seríamos portugueses, había trazado el plan de vencerlos como aconteció en Cepeda, y obligarlos luego a firmar una declaración de guerra al Brasil.
El plan de Artigas estaba hecho después de Cepeda, pero lo deshizo Sarratea mediante una negociación en que hizo brillar el oro para el soborno.