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Política
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Trump, fascismo, populismo y desconcierto

Recientemente se presentó en el congreso de los Estados Unidos un pedido de juicio político contra el presidente Donald Trump avalado por 10 millones de firmas.

Buscan que Trump enfrente un juicio político y sea destituido de su cargo. Foto: archivo.
Buscan que Trump enfrente un juicio político y sea destituido de su cargo. Foto: archivo.

A las diputadas demócratas autoras de la iniciativa, que podría terminar con la destitución del presidente,   se unieron  otros grupos:   Need to Impeach, Free Speech For People, Credo, Move On, Democracy for America, Women’s March, Courage Campaign,  y By the People.

El pedido se basa en la presunta interferencia rusa en las elecciones que llevaron a Trump a la presidencia, pero se produce cuando el magnate republicano está desparramando amenazas por todo el mundo y enfrentando a potencias emergentes como China sin mucho cuidado por las formas ni por el fondo y con peligros inadvertidos para él y para todos. Siempre han sido peligrosos los presidentes de las grandes potencias, pero éste, como expresa el dicho popular, es un “mono con gilette”, quizá porque el poder que tiene atrás está viejo y gruñón y se ha vuelto intolerante por todo y agresivo por nada.

En resumen, Trump es visto como un peligro no solo por países débiles que deben permanecer a la defensiva, como Venezuela o Cuba, sino por sus socios europeos como Alemania, Francia o España que refunfuñan y hacen observaciones impensables hace algunos años, fruto de la incomodidad que les causa.

Las objeciones a Trump revelan no obstante cierta desorientación en los intelectuales, que tienden a juzgarlo con recursos provenientes de un pasado relativamente reciente, que ya parece  lejano.

En los   Estados  Unidos el "relato" consideraba la derrota de Alemania en 1945 como la respuesta  al holocausto. El fascismo  era la expresión   detestable de mentes enfermas. Con este relato se hace difícil explicar como el fascismo vuelve  tan persistentemente en gente que no tiene interés en repetir ningún holocausto; pero que con su sola existencia muestra que la enfermedad perdura.

El  fascismo es detestable, pero la caracterización canónica que ha recibido desde 1945 no permite explicar fácilmente cómo vuelve para cuestionar otros aspectos del "relato":  la libertad, la libre competencia, la igualdad de oportunidades y  otros tópicos del ideario liberal.

El   fascismo ha  perdido legitimidad política, pero no es el caso del populismo, que tiene auges y retrocesos  Sudamérica  y manifestaciones fuertes en Europa. Ha sabido negar el antidemocratismo fascista para presentarse como "democracia autoritaria".  Así, parece capaz de satisfacer los anhelos de los   empobrecidos y defraudados a los que   poco les importan los ilusiones políticas de antaño  y los valores que las acompañaban.

Sus críticos, no repuestos todavía de tener a  Trump como  presidente en un país que suponían inmune a las dictaduras  por ser la cuna de la democracia moderna, elegido por el destino  para llevar en triunfo su sistema al mundo, está a las órdenes de un dictador medio fascista, medio populista, medio loco, un líder vociferante y agresivo que cree conocer las necesidades del pueblo mejor que el propio pueblo y cuyo mérito principal es ser rico.

A un siglo de la Primera Guerra Mundial, la crisis de la modernidad sigue como causa profunda de los movimientos antisistémicos.  No obstante, actualmente existen otras razones para el encono general, algunas derivadas de la globalización,   y otras resultado de la crisis de las democracias, como el  descrédito de los políticos, que han llegado a la irrisión,  y la corrupción galopante.

La gente está harta de los políticos, pero no ve alternativa ni se la dejan ver. Entonces se deja llevar por demagogos  entre ellos  que prometen soluciones expeditivas,  que suelen ser primitivas e inviables.

Trump  hizo cuanto pudo por perder en la campaña electoral, pero el electorado creyó en su aparente oposición al establisment y al sistema político; su irracionalidad, su emotividad y sus prejuicios, que  cada uno en su medida calzaban en el hartazgo de los votantes.

La gente conoce que el mesianismo suele dar malos resultados  desde Savonarola y Masaniello hasta Hitler y Mussolini. Pero se cautiva con la irracionalidad de algunas propuestas, como las de Trump.

Aún conociendo las locuras de   “mesías” políticos como los del siglo pasado, la gente sigue apoyándolos.

La tendencia a gozar del presente y a exigir los medios para hacerlo milita a favor de Trump. Nadie parece haber notado lo suficiente que es un imitador de los  gestos histriónicos  y modos de hablar de Mussolini. No se llega a ser un buen imitador sin estudio,  sin dudas Trump pasó horas frente al espejo antes de imitar frente a las cámaras y ofrecer su versión al público.

El destino personal de Mussolini debería alertar a alguien que ha sido advertido por otras potencias de que Sudamérica no es su patio trasero y que cualquier intervención excesiva terminará en catástrofe. No será  la primera vez que ocurra en la historia pero  puede ser la última.

De la Redacción de AIM.

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