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Las memorias de alce negro

En los años 70 del siglo pasado cambió la mirada sobre los mal llamados indios y pieles rojas, los nativos norteamericanos, que pasaron de ser los malos del Fuerte Comansi a una gente fascinante "Los últimos sioux", publicado por Noguer en 1974 en su colección Testimonio vivo, eran las memorias de Alce Negro, respetadísimo miembro de los oglala, una de las siete sub tribus de los lakota.

Foto ilustrativa
Foto ilustrativa

El apasionante relato de la vida de Alce Negro, incluidos cantos y con la intervención, para contextualizar algunos episodios, de otros veteranos de las guerras indias como Trueno de Fuego y el notable Oso Erecto, lo recogió esforzadamente, pues los oglala son de conversación lenta y con rodeos, John G. Neihardt (1881-1973), un apasionado de las culturas indígenas y etnógrafo amateur que vivió él mismo en las praderas.


Neihardt, que fue el primer poeta laureado de Nebraska, se hizo luego llamar Arco Iris Llameante (por una visión de su entrevistado), se fue a ver a Alce Negro en 1930 a la reserva de Pine Ridge y consiguió intimar con él, que estaba ya muy mayor y casi ciego, interesado por la sabiduría que atesoraba. Publicó el resultado de las conversaciones, realizadas mediante el intérprete Halcón Volador, en 1932 como Alce Negro habla, que es el título original que ahora recupera en una cuidadísima edición Capitán Swing con nueva traducción (Héctor Arnau), bastante material añadido en forma de prefacios y distintos apéndices, multitud de notas (revólver en lakota es mazawakha, “hierro sagrado”), así como numeroso material gráfico, incluidas fotos poco conocidas .


En una se ve al propio Neihardt junto a Alce Negro, quien aparece ahora en la portada


Las memorias de Alce Negro, muy sustanciosas, arrancan con sus recuerdos de niñez y acaban poco después de la masacre de Wounded Knee cuando la lucha contra los blancos, tras aquel desastre, se revela ya imposible y absurda. “Algo más pereció en el barro ensangrentado y quedó enterrado durante la ventisca”, dice el viejo oglala de la matanza, en la que cayeron el jefe Pie Grande y buena parte de su banda de minneconjous, incluidos muchos ancianos, mujeres y niños. ”Allí murió el sueño de un pueblo. Era un sueño bello (...) Ya no hay centro alguno y el árbol sagrado ha muerto”.


Buena parte del libro está consagrado a las revelaciones espirituales de Alce Negro, sus espectaculares visiones y su íntimo conocimiento de Wakan Tanka, el Gran Misterio. Pero también explica las costumbres de los lakota y sigue pormenorizadamente la historia del pueblo y de sus enfrentamientos con otras tribus y con los blancos. Es sensacional el retrato de primera mano que se ofrece de Caballo Loco, un guerrero único, pequeño, esbelto y ascético, que, cuenta Alce Negro, parecía flotar entre el mundo real y el de sus propios sueños


A los 23 años, Alce Negro, que quería ver mundo y observar cómo vivían los blancos, se enroló en la troupe de Búfalo Bill y viajó a Nueva York y Londres, donde conoció a la Reina Victoria. Tras una larga gira regresó a casa y se involucró en el movimiento místico de Wovoka, el religioso paiute que creó la milenarista Danza de los Espíritus y sus inútiles camisas mágicas. Luego nuestro hombre fue él mismo decisivo en la recuperación de las tradiciones de su pueblo y de la Danza del Sol Murió en 1941 en un mundo radicalmente distinto de aquel en el que había nacido. Pero ahora vuelve a hablar, y es emocionante y hermoso volver a escucharlo. ¡Hetchetu aloh!, que así sea.



Alce Negro

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