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Caleidoscopio
Caleidoscopio

Con la cabeza de los enemigos

La motosierra, símbolo de una actitud tajante y radical, fue aceptada ampliamente por el electorado argentino, encrespado contra la corrupción política descarada, cuando Javier Milei la esgrimió en campaña entre gritos y amenazas a "la casta".

Sin embargo, cada uno que aprobó una gran poda como lo que el país necesitaba se imaginó ingenuamente que la motosierra decapitaría al vecino, el que engrosaría el número de los vencidos mientras él contaría entre los vencedores.

Quizá la motosierra sea la figura en el presente de una historia que no es un lecho de rosas. En los primeros ochenta o noventa años después de Mayo las rosas fueron de sangre; las guerras civiles que se iniciaron en el combate de El Espinillo, a 25 km de Paraná entre entrerrianos y porteños, no terminaron hasta la muerte de Aparicio Savaria en Masoller en 1904. Después continuó la violencia, pero bajo otras formas.

La motosierra de Milei debía eliminar todo lo que no le gustaba a cada uno y dejar subsistente lo demás. El individualismo que mantiene encerrados a nuestros contemporáneos y no les permite la convivencia solidaria que parecía natural en otros tiempos, les jugó una mala pasada. Cada uno se sintió ganador y todos perdieron.

Cada uno que sufría su dolor creyó en el remedio que le ofrecían. Fue el éxito de un modo de hacer propaganda política fundado en la tecnología moderna y sobre todo en la mentalidad prevaleciente.

Si todos se dejan arrastrar por la emoción con un control racional debilitado, su destino puede ser el de la cruzada medieval de niños: encendidos por la mistificación acabaron muertos o vendidos como esclavos.

Pero el propio Milei y sus asesores -en la medida en que los escucha- son también emergentes de una modalidad que valora poco la razón y mucho la emoción, con la que espera arrastrar a todos.

A poco de empezar su gobierno en medio de la expectativa de sus seguidores, ya parece estar con la soga al cuello, o al menos en dificultades en buena parte creadas por él mismo y en parte por sus avezados adversarios, que bien saben sacudir la rama para que caiga la fruta.

Parece querer cambiar dos siglos de historia en una semana; curar con pases mágicos -que se concretan en raptos de furia autoritaria- un mal bien instalado y consolidado a lo largo de generaciones.

Desde un punto de vista táctico, el error es enfrentar a todos sus adversarios al mismo tiempo sin medir las fuerzas con que cuenta; es decir, suponer que entre los libros y la calle no hay nada.

No hay adversarios para Milei, que mira la realidad con ojos adolescentes: hay enemigos, traidores con los que no puede haber ningún trato ni negociación.

Pero la táctica elemental pide aliarse con un adversario transitoriamente, unir fuerzas con él para enfrentar a otro que no es posible doblegar solo.

Tras la victoria, habrá que apartarse de ese aliado para hacer otra alianza y derrotar a otro adversario. Así hasta quedar dueños únicos del campo o con adversarios controlables.

Nicolás Maquiavelo, en otras condiciones pero con el mismo barro humano que cabe conocer antes de actuar, recomendaba a los príncipes de los pequeños estados italianos del renacimiento hacer todas las injusticias a la vez a fin de que "por probarlas menos, hagan menos daño, mientras que los favores deben hacerse poco a poco con el objetivo de que se aprecien mejor”.

Milei está haciendo en la medida que puede todas las injusticias a la vez, conociendo quizá los antecedentes de su conducta política, aunque su intransigencia, su falta de flexibilidad, no le permite concebir la necesidad de repartir favores con cuentagotas, de modo que cada gota caiga en un desierto ávido que sepa apreciarla.

Debería tener en cuenta otra observación del gran florentino: "resulta fácil convencer a los pueblos de una cosa; pero es difícil mantenerlos convencidos”.

Algunas mediciones indican que a dos meses de asumir, perdió el 10 por ciento de las adhesiones que lo llevaron a la presidencia.

Y para rematar: "El que no detecta los males cuando nacen, no es verdaderamente prudente”. Y la prudencia es reputada como la mayor virtud de un estadista, que entre nosotros no se ve por ningún lado en momentos en que los males proliferan.
De la Redacción de AIM.

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