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Caleidoscopio
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La sabiduria de Abya yala

Hasta finales del siglo XV Europa era el rabo del Asia; pero entonces aquel rincón relegado del mundo comenzó una carrera que lo llevó a volcarse sobre el resto del planeta y dominarlo.

Europa había quedado aislada del comercio con Oriente por el muro que le puso la expansión del Islam, que en ciertos momentos la amenazó por el Occidente hasta Francia y por el Oriente hasta Viena.

Después de la batalla naval de Lepanto, que frenó a los musulmanes en 1571, y sobre todo del "descubrimiento" de América ocho décadas antes, Europa inició un derrame sobre el resto del mundo que puede valorarse mejor ahora, cuando el impulso inicial parece agotado y ha debido ceder la iniciativa a otros actores.

Los pueblos que habían llegado milenios antes nuestro continente, que los invasores europeos llamaron "América" y los indígenas prefieren llamar "Abya Yala" fueron obligados a “olvidar” su sabiduría o lo que quedaba de ella.

Donde hubo fuego...
Tras cinco siglos de colonización, represión, marginación, modernidad y evangelización, el único remanente de la “sophía perennis” indígena, al menos a la vista, son vestigios casi siempre interpretados caprichosa y arbitrariamente por los etnólogos, arqueólogos y antropólogos que se han acercado a ellos.

Encerrados en su condición de especialistas no pueden restituir la unidad original ni la sospechan. Pertenecen a una sociedad que ha llegado a ser senil sin dejar de ser infantil.

La vanidad occidental es compañera interesada de los logros materiales. Va de acuerdo con la alta idea que los occidentales se hicieron de sí mismos, pero no los ayuda mucho a los ojos de los orientales -ni de los indígenas de nuestro continente - y no habla a favor de su ciencia ni de su consciencia.

Esto no sorprende porque los occidentales que se han ocupado de las doctrinas orientales no las entienden del todo a pesar de su buena voluntad; las “moralizan”, les aplican sayos religiosos, filosóficos o científicos, consideran que los orientales son “místicos” cuando el misticismo es desconocido entre ellos y finalmente creen conocer las doctrinas orientales mejor que los orientales mismos.

Un ejemplo de esfuerzo destacado de comprensión en esta dirección es el del científico Fritjof Capra en "El Tao de la física", publicado hace casi medio siglo, pero actualizado posteriormente.

Con base en su competencia de académico e investigador, Capra trata de encontrar denominadores comunes, de tender puentes; pero insiste como ante lo obvio en que el oriente es "místico".

En México, en Bolivia, en el Perú, la necesidad de liberarse de una opresión de medio milenio ha llevado a los indígenas más esclarecidos a entender que están bajo la influencia de una ideología moderna que no puede explicarlos ni ayudarlos porque es parte del “continuum” ideológico de raíz europea.

Por ahora los indígenas que intentan recuperar la sabiduría ancestral se ven algo embarazados en cuestiones de metodología y cientificismo, por las que dan mucho más que lo que valen sin ver quizá que son en buena medida aspectos de la mentalidad de las clases medias urbanas, que basan su medro social en la ciencia y se benefician con un reflejo de su prestigio.

Por ese camino no llegarán a conocer lo que sienten perdido y que desborda enormemente a la erudición. Se han vuelto hacia sí mismos y pretenden “sistematizar” la sabiduría tradicional a medida que la van descubriendo, sin distinguir con frecuencia lo que es propiamente sapiencial del mero “folclore”.

Pero la sabiduría no es de ellos ni de su comunidad sino universal y vive retirada en silencio, nunca hizo ruido. Aprenderán que no se trata de sistemas –no se puede sistematizar el infinito- y que aquello que les parece lo primero es lo último.

De la sabiduría ancestral no extraerán lecciones revolucionarias para cambiar un estado de cosas que se aproxima al colapso; pero sí para preservar semillas del mundo actual para sembrar en el que quizá lo reemplace.

Los aspectos sociales y políticos que tantos recomiendan como esenciales y casi únicos dignos de suscitar interés y “compromiso”, y cuyo mal funcionamiento los exasperan y desesperan, están lejos de los principios fundamentales y son apenas signos exteriores del momento en que estamos.

Algunos declaran que “todo es política”; otros que “todo son átomos”; otros que “todo lo gobiernan los números”. Cada especialista intenta explicaciones con las herramientas a su alcance.

Cada una de esas proposiciones puede ser correcta, pero en un ámbito restringido. Se debe alcanzar el punto de vista donde la restricción aparezca evidente y el conflicto desaparezca. Pero ese salto no lo pueden dar los especialistas.

Para tal paciente, tal cura
El indígena peruano Javier Lajo advierte que las categorías del pensamiento marxista, a las que adhiere en lo esencial, no son útiles para entender la civilización andina.

Pone como ejemplo ciertas actitudes de “Sendero Luminoso” que asesinó multitud de campesinos indígenas por considerarlos “pequeños burgueses” que no querían plegarse a la causa de la revolución como la entendía la guerrilla.

Lajo sostiene que el marxismo era revolucionario en su atmósfera cultural propia, donde postulaba una sociedad comunista construida sobre la liquidación de rezagos precapitalistas.

La teoría mandaba desarrollar el capitalismo en el campo hasta la plena madurez. La transición llamada "socialista" significaba para los indígenas andinos llanamente una inmolación cultural en aras del tránsito revolucionario. Para Lajo, este es un aviso de que hay que descolonizar la mente.

En “Estudios Amerindios”, Javier Maskin (Tekumumán) dice: “No hay ninguna doctrina amerindia de la que pueda obtenerse una exposición siquiera relativamente completa. Según toda la documentación disponible, no la había ya en los tiempos de la conquista, lo que habla del estado de “oscurecimiento intelectual” en que se hallaban sumidos los pueblos y civilizaciones del continente, “oscurecimiento” sin el cual, dicho sea de paso, la conquista hubiera sido imposible”.

En verdad, si las civilizaciones de Abya Yala no hubieran estado en decadencia, en algunos casos muy marcada, habrían sido capaces de una resistencia que ninguna fuerza exterior hubiera vencido, tampoco la de los europeos.

Pero es verdad también que si los europeos no hubieran perdido a fines del siglo XIV sus propias tradiciones, si Occidente no hubiera estado ya en condiciones de iniciar el desarrollo anómalo de su civilización, la única que conozcamos que ha llegado tan lejos y a tal grado de extravío, no se hubiera desbordado lanzándose a una aventura de conquista como la que padecieron los habitantes de Abya Yala.

Indigenismo político y sabiduría
Según Tekumumán “los legítimos reclamos de estos pueblos (de Abya Yala) por siquiera aligerar el peso de la infame opresión material y espiritual a que están sometidos, nada tienen que ver con los puramente ilusorios “proyectos de restauración socio-cultural” fomentados por cierto “romanticismo indigenista” de cuño netamente universitario y que, incluso, ha calado hondo en no pocas organizaciones de indudable raigambre indígena; pero en las que, más allá de sus buenas intenciones, el “ideologismo” y otros modos de pensamiento muy característicos del mundo moderno parecen haber ocupado el lugar de la sabiduría tradicional".

Se puede sospechar que entre los originarios de Abya Yala, los “núcleos de sabiduría”, nunca han dejado de existir; si así no fuera, hoy ni siquiera podría hablarse de “vestigios tradicionales vivientes” sino tan sólo de “supersticiones” o de simples “usos y costumbres”, como gustan decir los folcloristas.

Que hay mucho de esto último, es evidente; pero no es menos evidente que los vestigios y fragmentos residuales no son cosas de poca monta.

Nuestros dioses han muerto
Para los amerindios que saben a qué atenerse, continúan vigentes las palabras dirigidas en 1524 por los últimos sacerdotes aztecas a los primeros doce misioneros franciscanos llegados a la “Nueva España”: “Tal vez a nuestra perdición, tal vez a nuestra destrucción, es donde seremos llevados. ¿A dónde debemos ir aún? Somos gente vulgar, somos perecederos, somos mortales. Déjennos pues ya morir, déjennos ya perecer, puesto que ya nuestros dioses han muerto” (Libro de los Coloquios de los Doce).

Tekumumán explica esas palabras: los “dioses” no son personas al modo de los dioses de las religiones siríacas; son simbolizaciones de los atributos divinos, y su “muerte” significa la ruptura del vínculo entre los hombres y los mundos superiores.

La muerte de una tradición y del pueblo que vive por ella es un proceso cíclico, tanto como es la muerte individual, pero no implica la muerte de la doctrina que por algo se llama “perenne”.

Una vez que los estados superiores del ser se han apartado y ya no nos vivifican, nosotros “somos vulgares, mortales, perecederos”, pero podemos estar ciertos que hay algo que no lo es.

En el caso de un pueblo algo pervive y puede ser revivificado en condiciones favorables. Este es el límite que la propia sabiduría pone a los sueños de redención mal fundados en doctrinas profanas que vinieron con los conquistadores o sus descendientes y no tienen más alcance que el político y social y por consiguiente no pueden producir los efectos que prometen.

Como muestra de “centro de sabiduría” puede ser útil el ejemplo de cierto aymara boliviano que había permanecido quieto por horas en un promontorio en lo alto de un cerro que dominaba los valles, aparentemente transido de frío. Un visitante se acercó a él movido por la curiosidad del significado que podría tener aquella conducta. Cuando consideró llegado el momento el indio le dijo solamente: “Estoy tomando un baño de luz”.

Cuando los indígenas sufrieron el choque de la civilización europea, ésta había olvidado hacía tiempo la “filosofía perenne” y lo que impuso como verdad indiscutible era por una parte una disminuida versión religiosa de teólogos y juristas, y por otra un modo de proceder brutal propio de la avidez capitalista que ya había iniciado su carrera.
De la Redacción de AIM.

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